Tomando partido
20D, Podemos en la encrucijada
Germán Cano 17/12/2015
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"Después de lo que hemos conseguido, podemos ceder el testigo a las fuerzas políticas ya existentes, sumándonos a ellas, o jodernos la vida apostando por nuestra hipótesis. ¿Qué hacemos?". Muchos recordamos esta pregunta de Iñigo Errejón en la casa de Jorge Lago algunos días después de la extraordinaria irrupción de Podemos en el paisaje político español. Tras lograr de golpe la hazaña de conseguir cinco eurodiputados en las Elecciones Europeas de 2014, el secretario político y director de campaña de Podemos nos instaba a tomar una decisión que inevitablemente iba a afectar a nuestras vidas. "Si os fijáis en las fotografías de los grupos que se encuentran en estas encrucijadas -prosiguió- observaréis una diferencia importante con el paso del tiempo: la gente aparece extremadamente envejecida, muy cambiada, pero a peor. La política destroza, máxime en una situación como esta". Recuerdo que absolutamente nadie se mostró inclinado a la primera opción. Alguien podría interpretar esta decisión como el típico elogio viril y sacrificial del militante político, pero es más bien lo contrario: habla de esa extraña pasión, como suele comentar José Mujica, que resulta incomprensible a quienes son incapaces de entender que una vida plena no solo se vive en primera persona.
Hemos vivido muchas cosas en estos dos años desde que entró en escena Podemos. Podríamos resumir esta apasionada marcha a la luz de una cita apócrifa de Schopenhauer, que algunos también atribuyen a Gandhi. Según ella, una idea ganadora pasa por tres fases: una ridiculización inicial; un segundo momento definido por una aversión violenta; y, finalmente, si logra resistir, por la incorporación definitiva en el sentido común de la época.
Desde que la hipótesis de cambio de Podemos inició su andadura hace casi dos vertiginosos años con el manifiesto "Mover ficha: convertir la indignación en cambio político", siempre se tuvo en cuenta que la meta era acudir a las Elecciones Generales de 2015 con voluntad ganadora y reescribir, con insolencia y descaro, el guión previsto en el que cómodamente se había instalado la Izquierda tradicional de cara a su futuro inmediato. Por la falta de comprensión de esta a los nuevos corrimientos de tierra sociales producidos por la crisis, habíamos aprendido del 15M que era preciso algo más que verter el vino nuevo en esos odres viejos y que, tras las crisis, la nueva geografía social necesitaba una nueva gramática política que pudiera roturar de otra forma el terreno. Ni la consigna del "poder popular" de la multitud -que aún sigue hoy leyendo la coyuntura desde estas premisas-, ni la acumulación de fuerzas en lo social, ni la apelación mágica a "las clases trabajadoras" estaban desbloqueando la situación de bipartidismo. Es más, el ciclo de movilizaciones del 15M para muchos estaba ya agotándose: la indignación no tenía quien la contara, al menos a una escala mayoritaria y en la disputa mediática por el sentido.
Por ello, la primera reacción de muchos, tanto de la izquierda como de la derecha, ante ese "intruso" que proponía, según la fórmula de Ernesto Laclau, "patear el tablero" fue la del escepticismo, si no la de la ridiculización: era una posición estrafalaria, según ellos, la de entender que había espacio para una fuerza política que apostara por jugar en un terreno tan ambivalente, dispuesta a mancharse con materiales tan innobles; otros, reacios a comprender cómo en sociedades de masas débilmente politizadas los liderazgos son catalizadores políticos indispensables, tachaban de un plumazo el proyecto como un simple "cesarismo" de clases medias. Desde entonces, sin embargo, ninguna formación política en España ha obtenido, con tan escaso margen para organizarse, un éxito tan fulgurante a pesar de encontrar tantos obstáculos. Al reto de construir una estructura prácticamente desde la nada se sumaba un calendario electoral endiablado que, como era natural, fue, manejado por los adversarios para que les fuera más favorable.
Y cuando estábamos poniéndonos las zapatillas, corriendo y atándonos los cordones a la vez, empezaron los virulentos ataques: el intruso aparecía ahora como un enemigo antisistema, aliado de "bolivarianos", "terroristas" de toda calaña y "radicales", que debía ser convenientemente desenmascarado para cantar las alabanzas de un búnker, el del Régimen del 78, que, aun dando evidentes síntomas de erosión, no debía ser cuestionado, sino reconocido y apuntalado. Apretamos los dientes y aguantamos. Hoy, a punto de tener lugar la gran cita del 20D, todo el mundo conviene en que el escenario político y social español es muy diferente. De intruso hemos pasado a “fuerza emergente”. Desde entonces, hemos llegado a ver cambios tan poco habituales como la abdicación de un rey, la dimisión de un veterano líder del PSOE como Alfredo Rubalcaba; hemos presenciado el crecimiento de ese "Podemos de derechas" que requería, con elocuente desparpajo, el IBEX 35; hemos visto la caída de otrora "intocables" como Rodrigo Rato, pero también hemos visto recompensado el esfuerzo de tantos Círculos, militantes y simpatizantes propiciando históricas -y estéticas- conquistas en comunidades y en los "ayuntamientos del cambio". No todos estos cambios han sido solo originados, por supuesto, por Podemos, pero con Podemos estas transformaciones del sentido común de época están abriendo ya una brecha irreversible a través de un proceso de aprendizaje colectivo preñado de futuro. De la ridiculización a la normalización, ciertamente.
Una "normalización" que no tiene tanto que ver con el giro a la "moderación" de Podemos, algo inevitable a tenor de la exigencia de realismo que debe contraerse con la ciudadanía cuando existen responsabilidades de gobierno -véase nuestro programa-, como con el hecho de que el resto de los actores políticos y medios ya no pueden dejar de vernos como un actor solvente en el paisaje institucional y un motor de los cambios culturales que están aconteciendo en el régimen de atención de lo que puede verse o no, lo que es relevante o irrelevante. El retorno a lo político por parte de grandes sectores sociales tras años de cinismo consensuado y la forma en la que otras formaciones políticas mimetizan nuestras propuestas o mensajes son datos elocuentes al respecto.
Sin embargo, en esta encrucijada, Podemos no puede ni debe ser un partido más. El otro día en el debate a cuatro, Pablo Iglesias terminaba su intervención apelando a la memoria. Y, significativamente, fue el único candidato que invitó a no olvidar lo sucedido en España en los últimos tiempos. Mientras los discursos de todos los demás buscaban en mayor o menor medida mirar el futuro entendiendo lo ocurrido como un accidente transitorio, solo el suyo subrayaba la necesidad de construir nuestro futuro aprendiendo de lo que (nos) había pasado, enfocando el relato sobre cómo el shock de la crisis había desnudado también a los poderes que han usado la coartada de la crisis para condenar a la ciudadanía a la impotencia, conquistando posiciones de privilegio. Mientras los demás, en mayor o menor medida, nos invitaban a que huyéramos hacia adelante, incluso a seguir confiando en los mismos pirómanos que han desencadenado nuestros incendios, él apelaba a una detención, una suerte de paso atrás: todos nuestros dolores particulares y colectivos no pueden olvidarse a riesgo de seguir encerrados en el mismo círculo vicioso. Que toda esta marea de ilusión venga además liderada por el protagonismo de mujeres de tanto prestigio social como Mónica Oltra o Ada Colau refuerza el compromiso por construir no solo una nueva mayoría social consciente del carácter plurinacional de nuestro Estado, sino también por introducir gestos y actitudes que conviertan la “feminización de la política” en una matriz cultural de cambio profundo.
Esa son las razones por las que Podemos es hoy el espejo en el que se miran las fuerzas de cambio en Europa y el mundo. El intruso ha llegado para quedarse.
"Después de lo que hemos conseguido, podemos ceder el testigo a las fuerzas políticas ya existentes, sumándonos a ellas, o jodernos la vida apostando por nuestra hipótesis. ¿Qué hacemos?". Muchos recordamos esta pregunta de Iñigo Errejón en la casa de Jorge Lago algunos días después de la...
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Germán Cano
Profesor de Filosofía Contemporánea (UAH).
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