Para votantes del PSOE que se han quedado boquiabiertos al contemplar al expresidente del gobierno socialista español abogar en favor de la creación de un Gobierno de coalición liderado por el partido responsable de salvajes políticas de austeridad y recortes salariales que han convertido España en el país más desigual de la zona euro (Grecia y Portugal incluidos), conviene quizás repasar la estrategia del Gobierno de un líder socialista más sensible a los deseos de cambio de su electorado.

António Costa, exalcalde de Lisboa que lidera el nuevo Gobierno de izquierdas en Portugal --formado por el Partido socialista con el apoyo del Bloco de Esquerda y el Partido Comunista--, pretende abandonar la austeridad como estrategia para reducir la abultada deuda portuguesa sin incumplir los objetivos a medio plazo de reducción del déficit. “Costa cuenta con el apoyo de un segmento más joven, más abierto, más de izquierdas, del Partido Socialista portugués, los que han participado en iniciativas con comunistas y elementos del Bloco en busca de una alternativa”, dijo Manuel Carvalho da Silva, del Observatorio Crises e Alternativas en Lisboa. ¿Existe en el PSOE un equivalente a esta corriente dialogante con los partidos antiausteridad, consciente de que Europa ha cambiado y de que una nueva configuración de la izquierda ya es inevitable? La respuesta será negativa si decide Felipe González, uno de los padres de un desastre llamado “euro”, y que, según me contó Martin Wolf, durante una visita del economista del Financial Times a Madrid a principios de los noventa, no entendía las consecuencias económicas de una unión monetaria.

Hablé en Davos la semana pasada con Manuel Caldeira Cabral, el nuevo ministro de Economía del Gobierno que sí entiende. Costa y Cabral no son radicales pero sí demócratas dispuestos a probar algo diferente a las crueles políticas de austeridad que han provocado la marcha de medio millón de portugueses jóvenes en cuatro años. Si para eso hace falta pactar con la izquierda más reivindicativa, que así sea, es su argumento. “Los partidos de izquierdas en Portugal se dieron cuenta de que la gente había sufrido demasiado; que existía un agotamiento, y tuvieron que hacer algo”, dice Eliseo Estanque, del Centro de Estudios Sociales en la Universidad de Coimbra.

El nuevo Gobierno prevé un crecimiento del PIB del 2,1% este año y dejar el déficit en el 2,6% del PIB frente al objetivo del Gobierno conservador anterior, que había pactado con la Troika de UE, BCE y FMI un déficit de solo el 1,8% del PIB en 2016. Una política de consolidación fiscal “más moderada” – sostiene el ministro-- será más eficaz a largo plazo para reducir el déficit. “Vamos a impulsar el crecimiento si no infligimos demasiada austeridad y esto ayudará a lograr reducciones del déficit más duraderas; es lo que se debería haber hecho desde el principio”, dijo Caldeira Cabral. "No es una política radical, sino diferente y más inteligente", resumió. Pero hoy en la zona euro lo diferente --aunque hasta los economistas del FMI coinciden en conversaciones off the record con la tesis antiausteridad de Caldeira-- es radicalmente subversivo. Pregúnteselo a Felipe González.

Este giro contra la austeridad en Portugal es lo que ha facilitado la creación de una alianza pragmática  entre los tres partidos de izquierdas. “Hemos alcanzado un acuerdo fuerte y transparente en el que reconocemos que las políticas de derechas han dañado los compromisos sociales del Estado, sin lograr los mejores resultados en cuanto a crecimiento y consolidación fiscal a largo plazo”.

El acuerdo tripartito de izquierda ha supuesto “aceptar nuestras diferencias” respecto a la necesidad de evitar un choque frontal –al estilo del Gobierno de Syriza en Grecia-- con los países acreedores de la UE. “El acuerdo estipula que, aunque algunos partidos preferirían otro camino, aceptarán la consolidación fiscal y responsable dentro del marco de la UE”, dijo Cabreira Cabal.

La llegada de representantes de la Troika esta semana a Lisboa pondrá a prueba hasta qué punto son compatibles estos dos objetivos de dar prioridad al crecimiento frente a la austeridad y mantenerse dentro del ámbito de lo tolerable para Bruselas, Berlín, y Fráncfort.

Tampoco será fácil lograr el apoyo de la Troika para el plan del mercado de trabajo, que incluye anular los recortes de salarios de los trabajadores del sector público, y subir el salario mínimo de 505 a 530 euros mensuales (uno de los más bajos de la OCDE). Pero Costa está dispuesto a probarlo. Si Felipe González vuelve a imponer su criterio en el PSOE será una pena no solo para los votantes socialistas porque, como me explicó durante una visita a Coimbra la semana pasada, el economista José Caldas, la capacidad de Costa para resistir ante la llegada de los hombres de traje gris de Bruselas, Fráncfort y Berlín “depende en gran parte de lo que ocurre en España".