FLAMENCO
En memoria de quien abrió la puerta
‘Tendrá que haber un camino’, el primer disco de Soleá Morente, compone un manifiesto en favor del mestizaje cultural
Francisco Pastor 19/02/2016
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Guitarras eléctricas, revestidas con pedal, puntean sobre una percusión de castañuelas. Los arreglos, entre verso y verso, dejan escapar algún sonido sintético. El timbre de Soleá Morente (Madrid, 1985), envuelto en grandes reverberaciones, acomete la melodía. Y trece letras en castellano: algunas están escritas para la ocasión, otras son poemas de Antonio Machado y Federico García Lorca y dos son traducciones libres de sendas composiciones de Leonard Cohen: las que el padre de Soleá, Enrique Morente, descartó en su Omega –el disco que, hace ya casi dos décadas, le valió el título de renovador del flamenco–.
“Incluso cuando los versos pertenecen a otros, cuido muchísimo el texto. La música es muy delicada, y enseguida se rompe. Me provoca respeto. Tanto, que esquivo lo de hacerme llamar cantaora”, cuenta, sin perder la sonrisa, la joven que el noviembre pasado publicó Tendrá que haber un camino, su primer trabajo discográfico.
Algo más de un lustro después de que Soleá dijera adiós a su padre, queda un duelo mezclado con esperanza y un recuerdo presente, casi, en cada respuesta. “A mí me educaron en la libertad, en tratar de aprender de los demás. Y llevo el cante en la sangre, crecí con ello; a partir de ahí, me gusta mirar hacia fuera. Esa es la puerta que abrieron en el flamenco Paco de Lucía, Camarón y Enrique Morente”. Aunque la autora se remite a lo revelador del Omega, su padre ya se había convertido en el primer cantaor en obtener el Premio Nacional de la Música en 1994, dos años antes de lanzarlo.
Tras décadas aportando su voz en las andanzas musicales de familiares y amigos, esta es la primera vez que la artista toma las decisiones. “Recuerdo un primer momento de cierta ansiedad, porque sentía que debía elegir un concepto, un género. Pronto decidí desprenderme de las etiquetas, empecé a liberarme y a incluir diferentes puntos de vista. No me interesa el criterio de quienes ponen límites. El conocimiento es mi amigo, no mi enemigo”, anota la autora.
Soleá prefiere dejar pasar un tiempo antes de volver a escuchar un disco en el que la melodía, a veces, se posterga hasta el final de una larga disertación instrumental: “¡Cuánto me he acordado de mi padre, tan harto de mezclar las canciones! Antes me extrañaba, pero lo he pasado mal tratando de expresar lo que quería. Yo lo he logrado, aunque esto es como un examen: leer lo escrito, una y otra vez, significa retocarlo. Y en algún momento hay que dejarlo”. La producción, algo más larga de lo habitual, se prolongó durante un año.
Llevo el cante en la sangre, crecí con ello; a partir de ahí, me gusta mirar hacia fuera. Esa es la puerta que abrieron en el flamenco Paco de Lucía, Camarón o Enrique Morente
A la autora le espera ahora, y de la mano de la discográfica Sony, una gira que ya le ha llevado a Aranda de Duero y Bilbao, y con la que estará en Madrid el 25 de febrero. “Aún no miro más allá. Pienso en la promoción, en contar con un grupo sobre el escenario y compartir mis canciones”, reconoce la artista. Su hermana Estrella la ha acompañado en el estudio y en las tablas, al igual que otros músicos reconocidos de la escena de Granada, donde creció Soleá.
Porque este álbum es, entre otras cosas, el fruto de la noche en que la intérprete, por medio de su padre, conoció a Los Planetas; ella entregaría su timbre en los dos álbumes que estos, bajo el nombre de Los Evangelistas, grabaron como homenaje póstumo a Morente. En aquellas ocasiones, como en esta, unos y otra contaron con la ayuda de Antonio Arias, líder de Lagartija Nick, la banda de rock que interpretó con Enrique el célebre Omega.
Además de ellos, algunos componentes de Lori Meyers han aportado su música al disco y apoyan a Soleá en los directos. “Sin su ayuda, no habría llegado hasta aquí. En Granada hay un ambiente muy rico, en el que hay muchísima afición a la música. Ningún intérprete está en un solo proyecto”, explica la cantante. La solista bilbaína La Bien Querida firma el último de los cortes, en el que la voz aparece desnuda junto a una guitarra acústica, un violín y un coro de palmas.
Dos lenguajes
Todos ellos ayudaron a escribir el disco de una autora que, aún con estudios de solfeo y piano, compone desde la intuición: los compases del flamenco, en lo relativo a la percusión y al cante, se expresan en un lenguaje diferente al habitual, desprovisto de notas y pentagramas, y en el que la numeración de los tiempos es distinta. Con todo, los artistas invitados han sabido seguir a Soleá por granaínas, sevillanas, tangos y fandangos.
“Habrá quienes digan que no hago flamenco, pero no me voy a arraigar en una tradición o en un sistema. Hablamos de un patrimonio, una historia y una cultura que no pueden devenir en una lengua muerta”, apunta la licenciada en Filología Hispánica, que estos días viaja acompañada de la novela La vida ante sí, de Romain Gary. Soleá no descarta emprender un doctorado para investigar desde la academia la literatura popular flamenca. O la influencia que en ella tuvo su padre.
El mestizaje y la evolución son, quizá, dos caras de la receta del trabajo de quien pasa largas temporadas en su casa del Rastro madrileño. De la Granada melómana, recomienda las pequeñas peñas flamencas. Cuando se encuentra en la capital, se asoma por tablaos como Las Carboneras, el Corral de la Morería o el Café de Chinitas, en el que Enrique Morente conoció a Aurora Carbonell: él, cantaor y payo, y ella, bailaora y gitana.
No me interesa el criterio de quienes ponen límites. El conocimiento es mi amigo, no mi enemigo
Soleá, la hija mediana de esta pareja mestiza –Estrella es la mayor y el pequeño es José Enrique, Kiki, que canta y toca la guitarra– reivindica la cultura romaní, en la que se siente incluida, aunque sueña con ver en las tradiciones gitanas la misma evolución que ha encontrado en el flamenco: “Cualquier cambio para que el mundo vaya a mejor y nos respetemos los unos a los otros es bueno. Los hombres y las mujeres somos iguales y yo soy, ante todo, una persona”. Ese afecto a su herencia cultural permanece en lo relativo a su mitad paya.
En el Albaicín, su barrio, la cantante aprendió a admirar la Semana Santa, aunque desde la ausencia de un sentimiento religioso concreto. Y cuenta que aquellas calles están cambiando. Donde antes solo había vecinos, hoy viven extranjeros que una vez fueron turistas y decidieron comprarse una vivienda frente a la Alhambra: una expresión más de la mezcla que acompaña a los Morente, en cuya casa resonaba el flamenco, pero también la música de Billie Holiday o John Coltrane, y en la que cualquier disco se escuchaba en familia. También los del grupo de moda que hubiera seducido a los más pequeños.
La cantante reitera su afecto por la libertad y las mentes abiertas, y su intención de escapar de todos los moldes. Aunque hay una etiqueta a la que no renuncia: “Nunca querré dejar de ser hija de, hermana de. Jamás. No sería yo”. Y una amalgama de voces flanquea, con júbilo, los otrora silenciosos acordes de Cohen.
Guitarras eléctricas, revestidas con pedal, puntean sobre una percusión de castañuelas. Los arreglos, entre verso y verso, dejan escapar algún sonido sintético. El timbre de Soleá Morente (Madrid, 1985), envuelto en grandes reverberaciones, acomete la melodía. Y trece letras en castellano: algunas están escritas...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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