Victoria Kent y Clara Campoamor
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Victoria Kent se murió con la impresión de que en la España a la que volvió, ya en la época socialista de Felipe González, y después de que él la convenciera en conversación telefónica para que viajara, iba a ser poco más que un florero. Una sensación, bastante realista, que tuvieron casi todos los políticos e intelectuales exiliados y de vuelta, y menciono sólo a María Zambrano, que, en cambio, contaba con una tribu joven, afecta e incondicional, que más tarde daría frutos importantes. Pero esa sensación de ser activa, de intervenir en la vida social aportando su experiencia y sus conocimientos acumulados desde el corazón del Poder, esa ya no volvería. Es quizá lo que más me ha impresionado del libro de Carmen de la Guardia, Victoria Kent y Louise Crane en Nueva York. Un exilio compartido, que acaba de publicar Silex.
El libro es absolutamente recomendable. Cuenta, después de una breve biografía, bien documentada y prudentísima, de las dos amigas, el trabajo que hicieron en común: el boletín Ibérica y la revista Ibérica por la Paz, en la que colaboraron firmas tan importantes en la transición española como Raúl Morodo, Salvador de Madariaga, o Enrique Tierno Galván. Lo cuenta en el torbellino de lo que no se había contado: una relación amorosa, que duró casi cuarenta años, en la que una de las partenaires, Louise Crane, era una chica multimillonaria neoyorquina llena de inquietudes, y también de caprichos (su madre era una de las cofundadoras del MoMA, y allí llevó Louise, por ejemplo, los primeros conciertos de los músicos de los garitos de Harlem y otros barrios de mal vivir) y la otra, Victoria Kent, una penalista española exiliada, que había sido directora general de Prisiones en la República, y diputada en Cortes, que luego se encargó del refugio de los niños exiliados desde Francia, y después, de representar al Gobierno de la República en el exilio, en Nueva York. Sí, ella fue la que se oponía al voto de las mujeres, que ganó felizmente Clara Campoamor, compañeras las dos de carrera, abogadas colegiadas con días de diferencia, y ambas venidas de la Institución Libre de Enseñanza.
Y cuenta también la red de solidaridad y amistades, a veces de amores, que tejieron “las modernas”, con las que se urde la trama internacional de contactos de supervivencia, en la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra española. Y claro, lo que pasa en la Guerra Fría: la intervención política y económica y cultural de la CIA en tantas instituciones (MoMA y revistas incluidas, pero también universidades y un largo etcétera), y en muchas de las actividades de la pareja –y en becas, bolsas, viajes, conferencias etc. etc., de numerosos intelectuales y artistas, particularmente del republicanismo y la izquierda anticomunista--. (Sí, ya lo sabíamos: por poner un ejemplo, que hay más, el libro de Frances Stonor Saunders La CIA y la Guerra Fría cultural, Debate 1999, reeditado en 2013, es bastante claro). Lo sabíamos, pero Carmen de la Guardia lo cuenta muy bien. En frío y sin anestesia.
Hay mucho más, pero no voy a contar todo el libro, sólo lo suficiente para abrir boca. Y para situar mis preguntas de marzo: de marzo, porque es el mes de las mujeres, que no me conformo sólo con el día 8. Y también, un poco, a lo mejor, por la liebre de marzo, de Alicia en el país de las maravillas.
Tanto Crane como Kent –o Elisabeth Bishop, Victoria Ocampo o Gabriela Mistral, por nombrar sólo algunas amigas de las dos-- eran mujeres modernas, originales, libres, ricas por su casa o por sus profesiones (con sus altibajos, claro) pero sobrepreparadas y exitosas. Mujeres de poder en su ámbito, político, literario, o social. Cosmopolitas. Y con poderío para decidir sus vidas amorosas, y vivirlas en los márgenes de sus puritanas sociedades. Victoria Kent perteneció por derecho propio a la “España clara” de la Residencia de Señoritas, que era región privilegiada de las vanguardias femeninas. Con y como las modernas, con y como las sinsombrero. Eran Mujeres con voz propia, por usar el título del libro de Julia Varela (Morata, 2013), que es un “análisis sociológico de las autobiografías de tres mujeres de la burguesía liberal española”, como dice su subtítulo: Carmen Baroja, Zenobia Camprubí y María Teresa León. Autobiografías, o correspondencias, diarios, fotos… biografías, en fin, que nos muestran lo que no estaba contado, en palabras de De la Guardia. Que visibilizan voces de mujeres, y muestran que hay un rastro y una historia, aunque se quiera silenciar tantas veces.
Pero ¿eran feministas? Yo creo que ni Crane ni Kent lo eran, y en cambio, Carmen de la Guardia, y Julia Varela, sí. Porque una labor feminista es poner a la vista testimonios y vidas, y trabajos, de mujeres. Esos nombres propios, esas minorías formadas y, cada una a su manera, ejemplares. Pero feminista sobre todo es escuchar y movilizar y dar voz a esa mayoría de población que somos. Por la igualdad. Me da la impresión de que a Victoria Kent y a Louise Crane esta parte no les interesaba nada. Ellas ya se sentían iguales que los varones. Y por su influencia, su poder y su trabajo, lo eran. Pero sus intereses, como los de tantas mujeres, estaban en otro lado.
Y me pregunto: ¿puede ser transversal el feminismo? Transversal a la ideología política, transversal a la clase social, transversal a los proyectos y las medidas socioeconómicas…. ¿Existe una causa común entre todas las mujeres? O dicho de un modo brutal: ¿somos las mujeres todas iguales? Y de un modo más sutil: estas diferencias, que me temo que existen, ¿ponen a prueba el feminismo?
O debería decir: los feminismos. Este marzo aflorarán las diferencias teóricas y políticas y organizativas, y florecerán las mil flores. Y daremos cuenta de ello. Nos manifestaremos el 8, y algún día más. Habrá arte, y poesía, y música y cine y teatro… de mujeres. Y yo seguiré haciéndome estas y otras preguntas, seguramente tan loca y presurosa como la liebre de marzo.
Victoria Kent se murió con la impresión de que en la España a la que volvió, ya en la época socialista de Felipe González, y después de que él la convenciera en conversación telefónica para que viajara, iba a ser poco más que un florero. Una sensación, bastante...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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