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Se dice que cuando el Titanic empezó a apretarse contra el iceberg que lo acabó hundiendo había gente de fiesta en cubierta que aprovechaba la cercanía del hielo para reponer las rocas de sus copazos. A los aquí y ahora presentes, como espectadores omniscientes de la Historia que somos, esa manera de estar en la inopia nos parece muy tonta y pensamos que nunca seríamos capaces de comportarnos así porque nosotros sí que somos listos. Muy listos.
El otro día vi de pasada en el telediario una noticia de ésas que duran treinta segundos y se ponen al final, para rellenar. Este año ha sido necesario cargar de nieve un tren de mercancías para que se haya podido empezar una de las carreras de trineos con perro más importantes y clásicas del mundo, Iditarod, que recorre ahora mismo Alaska desde Anchorage hasta Nome.
Era fascinante ver la sonrisa bobalicona del presentador del telediario, la misma que habría puesto de haber estado dando la noticia de un parto de sextillizos, por ejemplo. Pero más fascinante aún es comprobar una vez más el empecinamiento del ser humano en hacerlo todo mal y celebrarlo.
A estas alturas, creo que no desvelo gran cosa si digo que estamos en un proceso gravísimo e irreversible de calentamiento global; un proceso, por cierto, provocado por la especie que inventó el Titanic, la fiesta y los telediarios. Después del discurso de Leo al recibir su Oscar y de que nos lo contasen con sonrisas bobaliconas en los informativos del día siguiente, creo que ya lo sabemos todos. Por si acaso, en estos días todos los medios cuentan en portada el récord de aumento de la temperatura de febrero.
Por eso me extraña que en Alaska les haya parecido la mejor idea lo de llevar el tren con la nieve a un invierno demasiado caluroso en vez de suspender la prueba, explicar las causas y exigir y exigirse cambios de comportamiento y de consumo. Bueno, en realidad no me extraña tanto porque ya nos vamos conociendo. La Humanidad y yo, digo.
La responsabilidad es algo que te enseñan de niño pero que olvidas de mayor. Si a tu hijo le da por hacer algo sin atenerse a las consecuencias, se lo intentas explicar para que lo comprenda y, si pasa de ti, le haces atenerse a las consecuencias. Así de fácil. Por ejemplo: pon que a tu criatura le han regalado un camión de bomberos a pilas y que lo usa sin parar, se lo deja encendido con la sirena y, aparte de molestar por el ruido y el humo (el camión de la metáfora echa humo, que para eso es mi metáfora), te está dejando el saldo bancario tiritando de tanta batería de repuesto. Seguro que en ese caso decides un día quitarle la pila y demostrarle que sin un consumo responsable no hay camión ni juego ni leches.
Quizá sea la frustración de todos esos momentos infantiles insatisfechos pero como sociedad adulta nos comportamos como niños caprichosos todo el rato. Y como auténticos idiotas. La Tierra, los científicos, los mares, los ganadores de Oscar, el cielo, todo y todos nos indican que estamos haciéndolo mal y que debemos empezar ya mismo a atenernos a la consecuencias. Pero nosotros seguimos de fiesta, en la inopia, agarrando los hielos de un iceberg que ya ni existe porque lo hemos derretido del todo. No sé, supongo que mientras quede ginebra quedará esperanza.
Se dice que cuando el Titanic empezó a apretarse contra el iceberg que lo acabó hundiendo había gente de fiesta en cubierta que aprovechaba la cercanía del hielo para reponer las rocas de sus copazos. A los aquí y ahora presentes, como espectadores omniscientes de la Historia que somos, esa...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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