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Hace unos años, mientras realizaba una investigación para una marca que quería vender vino “joven, ligero y de calidad” en un formato de lata de refresco (¡y me di cuenta de que aquello no iba a funcionar!), descubrí también que beber vino casaba mal con las nuevas formas de alimentación y de ocio de los españoles del siglo XXI. Había excepciones, y hasta muchas excepciones, claro, pero los grandes números eran tozudos y las estadísticas describían con alarmante precisión cómo también “en las cosas del beber” estábamos perdiendo año tras año la dieta mediterránea.
Pero han pasado los años y aquel pesimismo se ha transformado el desolación. Apunto aquí el dato del horror. Fuente: Informe del consumo alimentario en España (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación): bebemos 43 litros de bebidas refrescantes por persona y año, la mayoría de “cola” y 9 litros de vino per cápita. ¿Qué nos ha pasado?
Beber vino implica una actitud que en nada se parece a beber un refresco de cola, una bebida energética o un “gintonic herbicídico”. Los españoles habíamos pasado de beber vino a granel con las comidas para desentumecer los músculos tras duras horas de campo, tajo u oficina y embrutecer “el alma dormida, avive el seso y despierte como se pasa la vida”… a beber otros mejunjes más modernos, marchosos y extranjeros.
Es cierto que neopijos influencers, empresarios del ladrillo, poetastros gauche divine, hipsters mediáticos y cierta clase media emuladora se apuntaron a los talleres de cata, el montaje de bodegas con arquitectos de moda, el tráfico de barricas de roble francés, el fichaje de enólogos guapos y los fascículos eruditos del marqués de Cubas, pero la gran mayoría de españoles solo abría la botella de vino que les entraba en la cesta de Navidad o el Ribera que traía algún cuñado influido por el marketing de guerrilla que hacía Aznar con los Pesquera o la propaganda conductista de Rajoy y su poco imaginativo “¡Viva el vino!” No, la gente bebía ya poco vino, salvo en bodas, bautizos y comuniones, que cada vez eran menos y más austeras o el cava de las doce uvas, que también cuenta…
España es el tercer productor de vino del mundo, y somos el país con mayor extensión de viñas del mundo
Porque beber vino bueno supone tener tiempo para beber, comer despacio y no fast food, disfrutar de la conversación, la “amistad a lo largo” que decía Gil de Biedma, el amor en corto o la “soledad sonora”, ¿tal vez una siesta? Para beber vino bueno era necesario haber sido educado en una cultura de la exploración de los sabores, tener memoria en el paladar pero también admitir a veces la sorpresa en el cielo de la boca y gustar del suave y controlable efecto del alcohol de las bebidas fermentadas de las que llevamos disfrutando en el Mediterráneo desde hace unos miles de años. Nada que ver con quienes beben X-cola o agua de marca con el almuerzo o un mejunje energético o una cerveza sin.
Cualquier pepito grillo aducirá que no, que le echo demasiada literatura a beber una copa de vino, que se puede beber vino bueno sin más ceremonia que un “me gusta”, “me da la gana”, “me pone”. Y es cierto. Además de esos menos de diez litros por persona que bebemos los españoles, más de la mitad son de vino “corriente”, es decir, sin Denominación de Origen. Así que muchos bebedores no son sublimes sin interrupción sino que gustan del morapio en tetrabrik y punto.
Con 41,6 millones de hectólitros, el 14,9% de la producción mundial, España es el tercer productor de vino del mundo, no lejos de Francia e Italia, y con un millón de hectáreas destinadas al cultivo de la vid somos el país con mayor extensión de viñas de la UE y del mundo. Pero no quiero aburrir con datos y cifras, no estamos hablando de la cantidad de vino que vendemos por ahí o de lamentarnos de que los “vinos marca España” sean más o menos celebrados que los chilenos o neozelandeses.
En Francia, cuatro veces más
El tema es ¿por qué no bebemos vino nosotros? o ¿por qué bebemos cada vez menos? Trasegamos menos de diez miserables litros por persona adulta y año cuando los franceses beben más de cuarenta y les andan cerca portugueses, suizos o italianos. ¿qué nos está pasando?, ¿estamos perdiendo nuestra identidad patria? ¿es culpa de los nacionalismos periféricos? ¿del grito de guerra de Rajoy?, ¿del color tinto de Podemos? Porque el vino bueno en España es barato o, mejor dicho, hay muchos vinos buenos D.O. baratos, cosa que no pasa en Francia o en Italia y mucho menos en Suiza. Entonces ¿Por qué nos está ganando esta partida la X-cola, el agua del grifo, los destilados incoloros o los refrescos fluorescentes con cafeína, taurina o viagra?
Las sospechas se centran en lo que antes apuntábamos. La culpa es de Rajoy, seguro que si hubiera dicho “¡viva la Coca Cola!” los Estados Unidos estarían ahora en la ruina. Si los nacionalismos periféricos no estuvieran bailando a todas horas la sardana nos ducharíamos todas las mañanas con cava brut nature, si Podemos no hubiera coloreado su logo de tintorro muchos bebedores conservadores o de extremo centro no pensarían que beber vino tinto es hacer publicidad subliminal a Pablo Iglesias. O tal vez sea culpa de este nuevo “estilo de vida” fofisano, antialcohólico, zumoadicto. O de lo mal que se posicionan las bodegas, buenas pero viejunas, en las redes sociales, o de los cursos de cata sin queso o del maldito enoturismo que ha sustituido en muchas provincias la visita de la catedral gótica o de la iglesia románica de turno. No lo sé, pero es terrible.
La culpa es de Rajoy. Si hubiera dicho “¡viva la Coca Cola!”, los Estados Unidos estarían ahora en la ruina
Independientemente del origen de esta lacra nacional, de esta real ruptura catastrófica de España, de esta dolorosa deriva cocacolista, desde Gastrología vamos a emprender una devastadora, arrogante y guerrillera campaña de apología del beber vino bueno D.O., queremos construir un nuevo relato en torno a su cultura, su placer y su beber. Incrementar su consumo responsable y puntualmente irresponsable, que nos aplaudan los sufridos viti y vinicultores españoles (no hace falta que nos manden cajas de vino de regalo, no somos corrompibles como otros).
Esta batalla no la va a ganar el TTIP, no vamos a traicionar al Rioja por un vinazo de la Baja California, ni vamos a dejar de tomar cava catalán aunque se descosa España por la sisa o la ingle, ni vamos a abandonar el Ribera del Duero porque Podemos haya decidido esponsorizar cualquier cofradía de capirotes sacros aprovechando su color granate-morado-púrpura. Invocaré si es necesario a Lesbia y a Catulo, a Omar Khayyam y Al Mutamid, al citado Manrique y al tío Jaime:
Para saber de vino (amor), para aprenderle,
haber estado sobrio (solo) es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos vinos (cuerpos) diferentes-
haber hecho el amor
Nos negamos a que siga esa tendencia raquítica en su consumo y que en cambio consumamos ¡43 litros de bebidas refrescantes por persona y año, la mayoría de “X-cola”!, ¡no te lo perdonaré C...! El vino bueno, apenas una copa, convoca la alegría, las ganas de compartir y de recuperar el júbilo y la memoria de todo lo bueno que hemos sido y que aún somos los del sur de Europa. Al abuelito Omar no hace falta añadirle ninguna palabra postiza como hicimos con Gil de Biedma, sus versos son lo mejor contra los integrismos islamistas y contra la islamofobia posmoderna:
¡Todos los reinos de la tierra por un vaso de vino!
¡Toda la ciencia de los hombres
por la suave fragancia del mosto fermentado!
¡Todas las canciones de amor por el grato murmullo
del vino que llena nuestras copas!
El vino permite amasar la felicidad, tocar más despacio el amor, sentir que las palabras calientan o refrescan, entender que el cuerpo tiene sus leyes invisibles y que es mejor dejarle suelto, a su aire, seguirle el paso, cerrar los ojos ¿Cuánto hace que no te tomas con alguien una copa de vino? Tenemos 69 Denominaciones de Origen, ¿acaso ese número no es ya un aviso claro? ¿Qué nos produce en cambio ingerir 43 litros de refresco de X-cola?, bien lo sabéis vosotros, gases y flatulencias. Vuelvo a los viejos versos de militancia: “Quien no bebe vino no sabe amar”.
Notas:
Para indagar más sobre estos datos del consumo de bebidas en España, podemos ir a las publicaciones del Ministerio de Agricultura, aquí y aquí.
No está de más recordar cómo el vino, además de la buena mesa, nos hace más felices, amigables y tolerantes. Merece la pena volver a ver la película o leer el cuento de Isak Dinesen El Festín de Babette. Está reeditado en una preciosa edición de la editorial Nórdica.
Para que me perdone Jaime Gil de Biedma por los “bocadillos” metidos en su “pandémica y celeste”, recomiendo sus Diarios 1956-1985, recién publicados por Lumen.
Deberíamos leer esta imprescindible Una breve historia de los árabes de John McHugo, publicado el año pasado por Turner para entender la apología del vino de Omar Khayyam y el enorme lío de guerras y fobias que estamos alimentando aquí y allá.
Hace unos años, mientras realizaba una investigación para una marca que quería vender vino “joven, ligero y de calidad” en un formato de lata de refresco (¡y me di cuenta de que aquello no iba a funcionar!), descubrí también que beber vino casaba mal con las nuevas formas de alimentación y de ocio...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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