Bernie Sanders pronuncia su discurso de la victoria tras lograr el 60% de los votos en las primarias de New Hampshire.
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Dado que parece cada vez más probable que Donald Trump sea el candidato republicano a la Presidencia, a los demócratas se les acaba el tiempo para elaborar una estrategia con la que derrotarle. Las insistencias ilusorias y complacientes en que Trump se evaporaría, repetidas hasta hartar durante meses, se han demostrado erróneas. Trump goza de un imponente liderazgo en las encuestas y ha logrado varios triunfos importantes en las primarias, por lo que ya son muchos quienes vaticinan que conseguirá la nominación. Si los demócratas de verdad creen, como dicen creer, que Trump supone una amenaza para el bienestar del país y la vida de las minorías, deberán hacer todo lo posible para alejarle de la Casa Blanca. Eso requerirá que se unan muy rápido en torno a un objetivo único, por muy ilógico que parezca: tienen que asegurarse por todos los medios de que Bernie Sanders sea el candidato demócrata a la Presidencia.
El tema de la viabilidad de los candidatos para convertirse en presidentes debe ser central en las primarias demócratas. Después de todo, las elecciones están para ganarlas, y los nobles principios liberales sirven de muy poco si uno no tiene posibilidad de triunfar en las elecciones generales. Hillary Clinton ha hecho bien al poner de relieve que conseguir metas concretas, de manera pragmática, debe ser la preocupación central de todo candidato a la Presidencia, y al señalar que los seguidores de Sanders a veces se comportan como si no lo fuera.
A primera vista, Hillary Clinton parece desde hace tiempo la candidata con más opciones de los dos de cara a las generales. Al fin y al cabo, es una política pragmática, moderada y con experiencia, mientras que Sanders es un viejo socialista de Vermont, judío, gesticulero y delirante.
Clinton está más cerca de la centralidad del electorado estadounidense, por lo que le resulta más atractiva a un sector más amplio de votantes. Quienes hacen campaña por Sanders están acostumbrados a escuchar el triste lamento: “Me gusta Bernie, pero es que no creo que pueda ganar”. Y en otras elecciones, más típicas, esto hubiera sido perfectamente cierto.
Pero estas elecciones distan mucho de las típicas citas del pasado. Recientemente, todos los cálculos en torno a la viabilidad de los candidatos han cambiado, por un simple motivo: Donald Trump tiene muchas posibilidades de ser el candidato republicano a la Presidencia. Dada esta realidad, toda cuestión estratégica de los demócratas debe operar no tanto en base a la capacidad de imponerse a un adversario abstracto, sino al candidato republicano real, Donald Trump.
En ese caso, un emparejamiento con Clinton tiene todos los visos de convertirse en un desastre electoral formidable, mientras que la candidatura de Sanders tiene muchas más posibilidades de imponerse. Todas y cada una de las (importantes) debilidades de Clinton favorecen a Trump al resaltar sus puntos fuertes, mientras que las (pocas) debilidades de Trump favorecen a Sanders, al destacar aún más sus puntos fuertes.
Desde un punto de vista puramente pragmático, presentar a Clinton contra Trump sería desastroso y suicida.
Los seguidores de Sanders vienen defendiendo últimamente que su candidato es más “presidenciable” de lo que la gente piensa, y las encuestas les dan la razón. Cuando se empareja a hipotéticos candidatos, la ventaja de Sanders sobre Trump es mucho mayor que la de Clinton sobre el republicano, y su “impopularidad” entre los votantes es mucho menor que la de Clinton. En respuesta, los seguidores de Clinton insisten en que ese tipo de encuestas importan muy poco a estas alturas de la campaña, y añaden que como Bernie no es muy conocido ni ha sufrido una campaña de ataques a nivel nacional desde la derecha, su nivel de apoyo aún no ha sufrido el bajón que es de esperar cuando los votantes descubran su radicalidad. “Imaginen”, dicen, "lo ferozmente que la derecha atacará el historial progresista de Sanders".
La gente de Clinton tiene razón al señalar que estas encuestas significan muy poco; después de todo, el éxito de la campaña de Sanders sirve de aviso a la hora de tener demasiado en cuenta las encuestas tempranas. Y tienen, sobre todo, razón cuando ponen énfasis en que debemos hacer el esfuerzo de visualizar cómo será la campaña conservadora, en lugar de adivinar el futuro con encuestas poco fiables. Pero es precisamente al imaginarnos cómo será la dinámica de campaña cuando nos damos cuenta de lo desastrosa que una batalla Clinton-Trump sería para Clinton.
Sus seguidores insisten en que Clinton ha demostrado su capacidad de aguantar todos los ataques que se lancen contra ella. Pero no es así; no ha estado sujeta a la fuerza bruta de los ataques que se reciben en las campañas presidenciales. Bernie Sanders ha ignorado toda la basura de la prensa amarillista, que ha tildado como una distracción sensacionalista de los problemas reales de la gente. ("¡Basta ya de hablar de sus malditos emails”!). Pero para Donald Trump, las distracciones sensacionalistas lo son todo. Intentará crucificarla. Y es muy, pero que muy probable que lo consiga.
El dominio político de Trump depende en gran medida de su método audaz e idiosincrático de hacer campaña. Funciona casi en exclusiva con golpes bajos y ataques personales que resultan tan indignantes como entretenidos, y es hábil a la hora de desviar los debates públicos de los problemas reales de la gente y centrarlos en la personalidad de los candidatos. (Se refiere a estos como “perdedores”, “falsos”, “nerviosos, “hipócritas”, “incompetentes”). Cuando Trump tiene que hablar sobre políticas, queda como un tonto, porque no sabe demasiado al respecto. Por eso demanda que los medios no le hagan preguntas difíciles, y depende de que sus adversarios tengan debilidades personales y escándalos que pueda explotar a gusto y sin piedad.
Este estilo de campaña hace que Hillary Clinton sea la adversaria ideal para Donald Trump, por el muchísimo juego que le daría. El escándalo de los emails, Benghazi, Whitewater, Iraq, el caso Lewinsky, Chinagate, Travelgate, los archivos perdidos de su bufete de abogados, Jeffrey Epstein, Kissinger, March Rich, Haití, los errores fiscales de la Fundación Clinton, los conflictos de intereses de la Fundación, “Estabamos en la ruina cuando nos fuimos de la Casa Blanca”, Goldman Sachs… Hay suficiente material en el pasado de Hillary Clinton como para que Donald Trump la aplaste.
La línea de defensa de los seguidores de Clinton se resume en que ninguno de esos asuntos es sustancial cuando uno los analiza en detalle. Pero eso es completamente irrelevante; lo que importa es que servirían de gasolina para la maquinaria de Trump. ¿Quién va a analizar estos asuntos en detalle? En el tiempo que uno tarda en repasar los datos básicos del asunto Whitewater, Trump habrá hecho otras cinco alegaciones contra Clinton.
Incluso un candidato que se mueva bien en campaña lo tendría muy difícil para salir indemne de los ataques incesantes de Trump. Incluso al mejor candidato le resultaría imposible atraer la atención hacia los asuntos sustantivos de políticas concretas, y se pasaría la campaña a la defensiva. Pero Clinton no es la mejor candidata en campaña, ni siquiera tiene especial talento. De hecho, es una candidata horrible. Puede que sea una buena legisladora, pero en campaña comete errores de bulto constantes y tarda demasiado en darse cuenta de esos errores y en rectificar.
Todo el mundo lo sabe. Incluso dentro del Partido Demócrata reconocen que se muestra antinatural y poco inspiradora en el escenario”, o que “lleva consigo todo el peso del legado de Clinton sin tener nada de su calidez”. La revista New Yorkla describió como “incapaz de demostrar que posee las habilidades políticas más básicas”. El año pasado, en la Casa Blanca reinaba el pánico por su incompetencia electoral, sus decisiones cuestionables y su gusto por tomar atajos fáciles en lugar de resolver problemas.
Más recientemente, en plena remontada de Sanders en las encuestas, Jennifer Rubin, de The Washington Post, se refirió a Clinton como una “candidata podrida” cuyos ataques a Sanders no tenían sentido, añadiendo que, “llegados a cierto punto, no se puede culpar a la opinión publica, ni al equipo de campaña, ni a la brillantez del rival por los problemas de la campaña de Hillary Clinton”. Pero es que en una batalla contra Trump, Hillary tendrá que jugar en contra no ya de su escasa pericia en campaña, sino también de un clima de opinión pública enrarecido, un mal equipo de campaña y un adversario brillante.
Todos los demócratas deberían tomarse un tiempo para examinar con justicia y desapasionadamente el historial de Clinton en campaña. Estudien cómo fue su campaña de 2008 y cómo está yendo esta. Evalúen sus fortalezas y debilidades con el menor prejuicio posible. Y entonces, imagínensela en una carrera contra Trump, y piensen cómo le irá.
Es fácil ver que Trump lo tiene todo a su favor. Una vez terminadas las primarias republicanas, podrá atacarle por la derecha y por la izquierda a su gusto. Como el candidato que clamó contra la guerra de Iraq en el debate Republicano, podrá mofarse de Clinton y su apoyo a dicha guerra. La pintará como representante de un establishment político corrupto, y podrá incluso presentar pruebas: “Bueno, yo sé que se pueden comprar políticos porque compré a la senadora Clinton. Le doné dinero, y ella vino a mi boda”. Puede hacer que parezca que Clinton tiene precio y que él no, porque él manda. Y eso es algo de lo que es difícil defenderse, porque parece en parte cierto. Cualquier negación suena a mentira, lo cual hace que la situación de Clinton sea aún peor. Y entonces, cuanto tropiece, se burlará de ella, llamándole incompetente.
Acusar a Trump de misógino tampoco surtirá efecto. Él responderá llenando la prensa con acusaciones de violación y acoso contra Bill Clinton y el papel de Hillary a la hora de desacreditar a las víctimas. Siempre puede recordar a la gente que Hillary Clinton se refirió a Monica Lewinsky como una “tarada narcisista”. Más aún, las posiciones moderadas de Trump en torno a los derechos reproductivos harán que sea difícil que Clinton lo pinte como el clásico derechista antifeminista.
Trump se aprovechará de su propia reputación de honestidad, y podrá ensañarse con los repentinos cambios de parecer de Clinton (como su viraje en torno al matrimonio gay, o el enfático populismo económico con el que está tratando de contrarrestar a Sanders) así como su fama de deshonesta. Uno puede imaginarse ya el monólogo:
Miente sin parar. Todo lo que dice es mentira. No he visto a nadie que mienta tanto en mi vida. Te voy a contar tres mentiras que ha contado. ¡Se inventó no sé qué historia sobre cómo recibió disparos de francotiradores! No había ningún francotirador disparando. ¡Se lo inventó! ¿Cómo se puede olvidar alguien de eso? Dijo que le pusieron su nombre por Sir Edmund Hillary, el primer escalador del Everest. ¡Ni siquiera lo había escalado cuando ella nació! ¡Mentira! Mintió sobre sus emails, por supuesto, como todos sabemos, y probablemente termine siendo imputada. ¡Y sabes que dijo que había armas de destrucción masiva en Iraq! ¡Eso era mentira! Miles de soldados americanos murieron por su culpa. No solo miente, sino que sus mentiras matan. Ya van cuatro mentiras, y he dicho que te iba a contar tres. Uno pierde la cuenta. ¿Quieres entrar en la web PolittiFact para ver cuántas mentiras ha contado? ¡Tardarás una hora en leerlas todas! De hecho, si le preguntan, ni siquiera es capaz de decir que no haya mentido. ¡Le preguntaron directamente, y dijo que normalmente dice la verdad! Vaya, así que hace lo que puede. Esta persona, todo lo que sale por su boca es mentira. Nadie cree en ella. Mira las encuestas. Nadie confía en ella. Una mentirosa enorme.
¿Por dónde empieza a responder a eso? Hay parte de verdad, y otra que no lo es, pero cuanto más intente defenderse de las acusaciones (“¡No hay una sola sugerencia de que vaya a a ser imputada! Y no dije que normalmente diga la verdad, sino que lo siempre lo he intentado y normalmente, con éxito”) más profundo cavará su propia tumba.
Como un boxeador, se balanceará, le golpeará un directo y un cruzado. No la dejará escapar. Y es que Clinton realmente ha mentido, y es cierto que votó a favor de la guerra de Iraq, y es íntima amiga de los banqueros de Wall Street, y cambia de parecer según le conviene dado el momento político; todo lo que puede hacer es ofrecer negaciones inverosímiles, que harán que Trump se venga aún más arriba. Tampoco tiene ningún arma para ir al ataque, ya que cualquier crítica legítima al pasado de Trump (la inconsistencia de sus opiniones políticas, negocios sospechosos, reiterados engaños) se pueden aplicar a Clinton, y si bien él sabe que los ataques le resbalan, ella no lo suele conseguir.
La campaña de Clinton se desmorona desde su concepción. Se derrumbó por completo en 2008, y apenas aguanta el tipo contra el candidato con posibilidades más remotas de todos los adversarios posibles. Por muy probable que sea que gane la nominación, las cosas pintan muy mal para las elecciones generales, sea quien sea el candidato republicano. Como apunta H.A. Goodman en Salon:
Por favor, recuérdeme quién fue el último en llegar a la presidencia con una investigación de FBI pendiendo sobre ellos, datos de popularidad negativa entre la opinión pública, dudas sobre su personalidad, ligadas a sus continuos vaivenes, una dudosa procedencia de las donaciones para su campaña y el desprecio genuino del partido rival en bloque.
La parte del “desprecio” es obviamente algo tonta, ya que todos sabemos que el nivel de desprecio ha llegado a niveles de récord mundial en la actitud de los republicanos hacia Obama. Pero el resto es cierto: es increíblemente difícil presentar a alguien que le gusta a muy poca gente y ganar. Si el rival es el burlón y astuto Donald Trump, eso es un millón de veces más cierto.
Tampoco la demografía está tan a favor de Clinton como ella piensa. El populismo de Trump va a resonar con fuerza entre la clase trabajadora blanca tanto en estados de mayoría demócrata como en los mayoritariamente republicanos; puede que incluso le quite apoyos entre los negros. Y Trump ya ha probado que el vaticinio de que alienaría a los votantes evangélicos con su vulgaridad y su manera de auto deificarse es falsa. Los demócratas insisten en repetir su creencia de que una nominación de Trump movilizaría a los liberales para volcarse como nunca en las urnas, pero el escaso entusiasmo por la candidatura de Clinton hace verosímil un escenario en el que mucha gente encuentre ambas posibilidades tan poco atractivas que opte por quedarse en casa.
De modo que una partida entre Clinton y Trump no solo debería asustar a los demócratas. Tendría que aterrorizarles. Deberían hacer todo lo que puedan por evitarla. Una lucha entre Trump y Sanders parece, por el contrario, muy diferente.
Los diversos medios innovadores para el ataque de Trump se harían instantáneamente mucho menos útiles si se presentase contra Sanders. Las acusaciones más personales (falta de credibilidad, corrupción, hipocresía) son mucho más difíciles de hacer. La larga historia de negocios sospechosos directamente no existe. La sordidez con la que trafica Trump no tiene encaje con Bernie. Tiene mucho menos material para ejecutar su rutina de comediante de bar. Sanders es un tipo bastante transparente; le gusta el estado del bienestar, y no le gusta la oligarquía, es un adicto al trabajo que de vez en cuando se toma un descanso para jugar al baloncesto, y eso es prácticamente todo. No hay comparación con la jugosa lista de chismes anteriormente mencionados que rodean a Clinton.
Trump no puede hacer el ganso tanto como acostumbra en un debate contra Sanders, por la simple razón de que Sanders está empecinado en ceñirse en cada conversación a los apuros que pasan los pobres en América bajo el sistema económico vigente. Si Trump cuenta chistes y hace el bobo en ese caso, parecería que se ríe de los pobres, lo cual no es una idea demasiado buena para un multimillonario de fidecomiso que estudió en la Ivy League y se enfrenta a un funcionario de clase trabajadora que es veterano del Movimiento por los Derechos Civiles.
Muy al contrario, Trump se verá obligado a hacer lo que Hillary Clinton ha hecho durante las primarias, que es sonar lo más parecido que pueda a Bernie Sanders. Que Trump tenga que ponerse serio y desconectar el Show de Trump sería devastador para su peculiar atractivo carismático.
Contra Trump, Bernie puede jugar la misma carta de la experiencia que Hillary usa contra él. Al fin y al cabo, si bien Sanders parece un amateur político al lado de Clinton, ante Trump parece un estadista sin parangón. Sanders puede hacer referencia a su éxito como alcalde y su largo historial como líder de reformas importantes en el Congreso como prueba de su bona fides administrativo. Y la escasa experiencia que tiene en política internacional no le hará mella frente a alguien que tiene aún menos. Sanders será lo suficientemente ‘outsider’ para el tirón del populismo ‘anti-Washington’ entre los desamparados, y lo suficientemente ‘insider’ como para presentarse como alguien con experiencia de gobierno.
Trump es un parásito sediento de atención, y esas criaturas solo prosperan cuando se les consiente y se les presta atención. Clinton se verá obligada a prestar atención a Trump por las constantes referencias de este a los escándalos que le rodean. Intentará ir a por él. En otras palabras, alimentará a la bestia. Sanders, por el contrario, se comportará a buen seguro como si Trump no estuviera presente. Es difícil que baje al barro para pelearse con Trump, porque Sanders ni se molesta en escuchar nada que no tenga que ver con salvar la Seguridad Social o a la clase media que se va evaporando. Casi con total seguridad, actuará como si no supiera quién es Trump. Los anuncios de Sanders serán similares a los que ya ha presentado en las primarias, mostrando imágenes de América en positivo, del sentimiento de aspiración de lo que podemos ser juntos y testimonios emocionantes de estadounidenses comunes. Una dosis de tan genuina dignidad y buenos sentimientos frente a la retórica racista y payasa de Trump será como regar con agua un incendio. Hillary Clinton no puede hacer eso; con ella, la campaña descenderá de manera inevitable a las cloacas, y la amenaza imparable e hinchada de Trump seguirá creciendo.
Sanders es por tanto un arma secreta casi perfecta contra Trump. Puede ejecutar la única maniobra capaz de neutralizar a Trump: ignorarlo y centrarse en los problemas reales de la gente. Más aún, Sanders tendrá la ventaja de contar con un ejército de jóvenes voluntarios, que estarán entregados a la causa de hacer descarrilar el tren de Trump hacia la Casa Blanca. El equipo de Sanders es extremadamente hábil técnicamente; todo, desde sus anuncios televisivos hasta cómo organizan los mítines, pasando por su uso de las redes sociales, está ejecutado con maestría. El equipo de Sanders es hábil y tiene capacidad de adaptación, y el de Clinton es chungo y torpe.
Solo hay una manera real de atacar a Bernie Sanders, y todos la sabemos: es un socialista fantasioso que está alejado de la realidad económica. Pero Trump es el menos indicado para hacerle esa crítica. Los economistas han vilipendiado las propuestas económicas de Trump, utilizando las mismas palabras con las que cargaron contra Bernie, y alguna más. Y si bien las acusaciones de falta de entendimiento para entender cómo se toman decisiones en política pueden resultar razonables viniendo de una veterana de Washington como Clinton, Sanders es un legislador de éxito, que ha liderado a una ciudad; el presentador del programa de telebasura El Aprendiz lo tendrá más difícil a la hora de caracterizar a un veterano congresista como alguien que no sabe cómo funciona Washington.
Por supuesto, los estadounidenses siguen teniendo sus recelos respecto al socialismo. Pero son mucho menos recelosos que antes, y a Bernie se le da bien describir el socialismo como poco más que el permiso de paternidad y la baja por enfermedad (lo cual es discutible, pero no viene al caso). Sus políticas son populares y apelan al sentimiento nacional prevalente. Es obvio que se trata de un riesgo. Pero el fantasma de la Unión Soviética desapareció hace tiempo y a todo el mundo se le llama socialista hoy en día, sin importar sus ideas políticas. Es posible que los indecisos desdeñen al socialismo más que a Hillary Clinton, pero en tiempos de descontento económico, no conviene apostar a que sea así.
Quiero dejar claro que este análisis solo tiene vigencia en una elección contra Trump; la situación cambiaría drásticamente si Marco Rubio resultase nominado o Michael Bloomberg se presenta. Pero, de momento, parece poco probable que Rubio sea el nominado, y mucho que lo termine siendo Donald Trump. En ese caso, Clinton está condenada a la derrota.
En los medios, muchos se apresuraron a declarar que la campaña de Sanders está moribunda tras su derrota en Nevada. Eso es absurdo, ya que solo habían votado tres estados hasta entonces. La prensa ha apuntado de manera poco honesta al número más alto de ‘superdelegados’ de Clinton como prueba de su claro liderazgo, pese a saber que los superdelegados no se arriesgarán a hacer trizas el partido quitándole la nominación a sus propios votantes, por lo que son una mera formalidad. La prensa también ha dibujado una narrativa sobre un Sanders que se “descuelga”, obviando que Sanders empezó la campaña muy por detrás, y no se ha colocado en cabeza en ningún momento.
Pero incluso si fuera cierto que Sanders “empezaba” a perder (en lugar de ir perdiendo cada vez por menos), esto solo debería servir de acicate para que todos los demócratas se esfuercen más y más en que resulte nominado. El apoyo a Sanders debería aumentar en proporción directa al miedo a Trump. Y si Trump es el nominado, Hillary Clinton debería retirar su candidatura y dedicarse por entero a ayudar a Sanders. Si esto no sucede, las consecuencias para los musulmanes y los inmigrantes mexicanos de una presidencia de Trump serán responsabilidad de Clinton y el Partido Demócrata al completo. Presentar a una candidata en una posición de tan alto riesgo es jugar de manera imprudente con la vida de millones de personas. Hay demasiado en juego en frenar a Trump; una derrota llena de principios no significará nada para los deportados o los ajusticiados por las bandas de matones de Trump con “balas mojadas de sangre de cerdo”.
Donald Trump es uno de los rivales más formidables de la historia de la política estadounidense. Es agudo, descarado y carismático. Si resulta nominado, los demócratas necesitan tomarse muy en serio cómo derrotarle. Si no lo hacen será Presidente de los Estados Unidos, lo cual tendrá repercusiones desastrosas para las minorías raciales y religiosas, y probablemente para la sociedad en su conjunto. Los demócratas deberían analizar con cuidado cómo se desarrollaría una lucha entre Trump y Clinton, y su alternativa, entre Trump y Sanders. Por su propio bien, ojalá se den cuenta de que la única manera de prevenir una presidencia de Trump pasa por nominar a Bernie Sanders.
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Traducción de Álvaro Guzmán Bastida.
La versión original de este artículo está publicada en Current Affairs.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas —Raquel Agueros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste— en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Nathan J. Robinson
Editor de 'Current Affairs', abogado, sociólogo y autor de libros para niños.
Autor >
(Current Affairs)
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