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Atentados de Bruselas

Cara y cruz de Europa

Tras cada nuevo atentado los líderes se aprestan a apelar a la unidad europea utilizando un lenguaje belicista que no comparten los ciudadanos

Ekaitz Cancela Bruselas , 23/03/2016

<p>Homenaje a las víctimas del atentado frente al antiguo edificio de la Bolsa de Bruselas.</p>

Homenaje a las víctimas del atentado frente al antiguo edificio de la Bolsa de Bruselas.

E.C.

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Era inevitable pensar que ocurriría algo similar. “Ha sucedido lo que me temía”, dijo el primer ministro belga, Charles Michael, durante el mediodía del martes 22 de marzo, una frase que dio la vuelta al mundo. La primera certeza sonó en forma de explosión doble a las 8 de la mañana en el hall del aeropuerto de Zaventem, la hora que la mayoría de los ejecutivos y funcionarios europeos eligen para llegar a Bruselas, el corazón de la Unión Europa. 14 muertos. Después, un tercer estruendo, esta vez en lo más profundo del barrio europeo y con más muertos, 20, demostraba que el ataque se dirigía hacia sus cimientos. No era una sala de conciertos de París, una estación de trenes en Madrid o el metro de Londres, sino la estación de metro más cercana a los organismos de decisión europeos. No hay un patrón.

Lo que sí sigue una línea similar, casi como una espiral de obcecación, es la respuesta de los líderes europeos. “Estamos ante una guerra”, expresaba crudamente François Hollande. “Debemos apelar a nuestra unidad europea”, añadía el presidente francés, que en noviembre logró que los 28 aceptaran por unanimidad aplicar el artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea sobre defensa colectiva en lugar del 222, que implica una respuesta colectiva y coordinada.

“No habrá paz en Europa si los Estados se reconstruyen sobre la base de la soberanía nacional [...] Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables. […]”, decía la fina prosa en el Tratado de París (1951).

La retórica política ha servido para hacer corrientes una serie de medidas extraordinarias. Sucedió en París. “La seguridad está por encima del Pacto de Estabilidad”, subrayaba Hollande, a lo que todo el Consejo Europeo dijo “sí” en noviembre. Y también ocurrió en 2011, en el contexto de la “guerra del terror”, ese concepto incubado por George Bush para emprender una invasión indiscriminada y justificar el uso de la fuerza y el castigo. Por eso entre las soluciones planteadas ahora no está ni la de cesar los bombardeos aéreos ni los ataques desde tierra en los países de origen. Tampoco afrontar las condiciones que han llevado a esta situación, es decir, acabar con la guerra en Siria y el conflicto regional entre Arabia Saudí e Irán.

Esa es una de la caras de Europa, la que se encarga de racionalizar sus líderes: disciplina, castigo, autoridad. Todos ellos valores heredados de la era Bush y para nada las ideas con las que nació la Comunidad Europea. El ataque a Bruselas supuso un jaque a la credibilidad de la integración europea, donde la visión económica ha primado a la política; y también a la debilidad de su identidad.

“Hemos vivido un momento tan histórico como triste”, dice Kora, una expatriada argentina que trabaja en las inmediaciones del Parlamento Europeo

Alejados de las declaraciones grandilocuentes, los ciudadanos que caminaban por una silenciosa y triste Bruselas lo veían de forma distinta. Las calles estaban cerradas al tráfico, los niños sin poder salir de las escuelas y los funcionarios europeos desalojados de su puesto de trabajo con el rostro pálido a media tarde. “Hemos vivido un momento tan histórico como triste”, dice Kora, una expatriada argentina que trabaja en las inmediaciones del Parlamento Europeo. Ella había vivido en sus carnes lo ocurrido en París en noviembre, era una “superviviente”. “La situación ya es conocida, pero no deja de ser indignante. Te hace sentirte desprotegido. Yo elegí no tomar ese tren a esa hora fruto de una casualidad, ¿y si no?”

Los bruselenses se han tomado los atentados con una extraña sensación de normalidad y entereza. A las seis de la tarde, ya se había instalado un pequeño lugar para el homenaje frente al antiguo edificio de la Bolsa de Bruselas con mensajes muy distintos de aquellos que blandían los líderes nacionales: amor y paz. Esas palabras están escritas en suelo con tiza, y cuando de pisarlas se borran, alguien vuelve para dibujarlas.

“Esto va para largo”, decía con un hilo de melancolía en la voz una chica francesa que se encontraba en la vigilia de las nueve de la noche. Entre mensajes, velas y flores, relata su impotencia. “Quieren resolver esta crisis a base de convertir nuestras ciudades en un estado del sitio para justificar sus intervenciones y callar lo que está ocurriendo en Siria”, expresa. Más vigilancia no es el problema. El Ejercito belga lleva meses haciendo alarde de su presencia por las calles de la capital europea y convirtiendo los enclaves turísticos en una suerte de viaje del terror. Los ciudadanos ya dejaron su miedo en aquellos fines de semana que vivieron encerrados en casa, tras los atentados del 13 de noviembre en París.

“Ahora sólo queda un poco de irritación, mucha pena y jarras de dolor”, cuenta desde lo alto de su puesto el incasable vendedor de flores de la Plaza de Flagey, que abría el día después del ataque. Era una mañana fría, como siempre en Bruselas, pero más gris que nunca. “Dolor por los muertos de hoy, por aquellos que vendrán y porque esa idea parece inevitable”.

En definitiva, la contrariedad máxima de lo ocurrido en la capital europea es que sucede lo mismo que en París: la seguridad prima sobre los derechos y se profundiza en una idea muy alejada de la búsqueda de soluciones a nivel europeo. Precisamente lo que buscan aquellos que atentan: una reacción lo suficientemente desmesurada como para autojustificar sus acciones.

Como decían los artífices de Europa en sus inicios, cuando la seguridad vista desde un prisma nacional impera sobre  las soluciones políticas comunitarias, se destierra de un plumazo cualquier argumento sobre la protección de las libertades y los derechos humanos. Si se trataba de elegir la forma de establecer un nuevo orden internacional que permita el derecho a disentir, éste se liquida cuando las proclamas bélicas, la disciplina y el castigo inundan el imaginario colectivo.

Era inevitable pensar que ocurriría algo similar. “Ha sucedido lo que me temía”, dijo el primer ministro belga, Charles Michael, durante el mediodía del martes 22 de marzo, una frase que dio la vuelta al mundo. La primera certeza sonó en forma de explosión doble a las 8 de la mañana en el hall del...

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Ekaitz Cancela

Escribo sobre política europea desde Bruselas. Especial interés en la influencia de los 'lobbies' corporativos en la toma de decisiones, los Derechos Humanos, la desigualdad y el TTIP.

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