William Easterly / Economista
“La ayuda internacional es contraproducente para los países pobres”
Antonio García Maldonado 30/03/2016
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“El plan adecuado consiste en no tener plan”, afirma el economista William Easterly (EEUU, 1957) en su libro La carga del hombre blanco. El fracaso de la ayuda al desarrollo (Debate). Confirma algo que cualquier trasnochador sabe: los planes no suelen cumplirse, y el destino de cualquier expectativa suele ser la decepción y la resaca, física, amorosa o intelectual. Otro sintagma polisémico, como el de un político en tarde electoral que intuye que la jornada no le será propicia y dice ante los medios que “aún queda mucha noche”. Académico prestigioso y economista experto en desarrollo, Easterly ha trabajado para el Banco Mundial y es codirector del Instituto de Investigaciones sobre Desarrollo de la Universidad de Nueva York.
Su libro no es una enmienda a la totalidad de la ayuda al desarrollo, aunque por momentos se acerque: no niega tanto que sea necesaria la ayuda externa hacia países pobres como el enfoque predominante hasta hace bien poco. Frente a los “planificadores” y filántropos que buscan objetivos totales, él reivindica a los “buscadores”, diseñadores de políticas menos ambiciosas pero más efectivas, pegadas al terreno y gestionadas por los propios receptores. Le mueve, utilizando los versos del poema de Rudyard Kipling que da título al libro, “evitar que toda esa ayuda vaya hacia la nada”. Pese a que lo niega, el libro busca la polémica en un sector poco acostumbrado a debatir públicamente sus dudas existenciales. Su buena voluntad la ha salvado, en opinión de Easterly, de rendir cuentas. “Occidente cuenta ya con un abultado historial de objetivos hermosos pero incumplidos”, afirma.
Aunque fue publicado en 2006, en España ha llegado recientemente, en un estado anímico nacional social deprimido y con unos datos macroeconómicos pendientes de trasladarse al ciudadano medio. Los años de la crisis han hecho mella, y aunque España se precia de tener la AECID (Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo), ésta ha visto rebajado su presupuesto en más de un 70% en esta legislatura y España ha dejado de percibirse a sí misma como país rico. La crisis, el cambio de modelo económico, la creciente desigualdad en las sociedades ricas –las desigualdades ya no se darían tanto entre países sino dentro de los mismos– y la revolución tecnológica han puesto en jaque la cooperación internacional, como si, de alguna forma, ya nadie sintiera en Occidente que al salir de misa le sobra nada para dar al necesitado que se sienta en la puerta de la iglesia. Así las cosas, ¿por qué seguir aportando en ayuda al desarrollo, aunque sea un magro 0,17% frente a algo más del 1% que dona la más generosa Suecia?
Su libro fue publicado en 2006, en años de bonanza. ¿Cree que su análisis sigue siendo válido tras estos años de crisis económica?
La crisis económica ha reducido el crecimiento económico mucho más en las naciones ricas que en las pobres. África tuvo buen desempeño económico, por ejemplo, mientras Europa y Estados Unidos han tenido cifras pésimas. Esto pone en duda la arrogancia de los países ricos que se presentan como salvadores de naciones pobres y abandonadas. Ahora es aún más visible que los países pobres están haciéndolo muy bien gracias a su crecimiento interno, mientras que los países que se dicen superiores ya no parecen tan desarrollados según las cifras de estos años, incluidos los errores clamorosos que llevaron al crash de 2008. Además, el debate sobre la ayuda al desarrollo ha cambiado desde dentro y ya no defiende los grandes planes de ayuda. Ni siquiera Jeffrey Sachs defiende ya lo que defendía en su libro El fin de la pobreza, de 2005, eso de que la ayuda sería un “empujón” fundamental para sacar sociedades enteras de la pobreza y las llevaría en volandas hasta la prosperidad.
Su tesis es que no existe eso que se ha dado en llamar “la trampa de la pobreza” que mantiene a los países en un bucle del que sólo pueden salir con ayuda exterior.
En el libro doy cuenta de multitud de datos que niegan esa idea tan simplista de la “trampa de la pobreza”. La idea de la trampa de la pobreza dice que las sociedades pobres no pueden ahorrar e invertir, y por tanto tampoco crecer, de tal forma que permanecen atrapados en la pobreza. Lo que demuestro en el libro es que los países más pobres han tenido un crecimiento medio similar al de los países ricos. Otros estudios académicos han confirmado esta conclusión que rechaza la idea de la trampa de la pobreza.
Apela usted a cifras (PIB nominal, ingresos per cápita, etc.) para medir la efectividad de la ayuda, y sin embargo, hay un tipo de ayuda cuya efectividad puede conllevar una caída de algunos datos macro. Un aumento de salarios o mejores condiciones laborales intolerables pueden hacer bajar un crecimiento basado en la explotación.
Acaba de apuntar algo muy importante sobre el que se presta muy poca atención en la comunidad de la ayuda al desarrollo. Desde luego, si un incremento del PIB está basado en la coerción, el trabajo semiesclavo o la explotación, entonces por podemos afirmar que la gente no está mejor, y que quizá debemos medir esa ayuda de otra forma.
¿Cuál es su balance de esa otra ayuda que más que con mejora de cifras económicas puras tiene que ver con derechos? Pienso en la incorporación de la mujer al mercado laboral, escolarización infantil, integración social de minorías, etc.
He escrito bastante sobre derechos en mi último libro, The Tyranny of Experts: Economists, Dictators, and the Forgotten Rights of the Poor (Basic Books, 2014). Los derechos de los pobres deberían ser considerados fines en sí mismos, no medios para alcanzar otros objetivos. Si bien es cierto que la ayuda internacional contribuye positivamente a veces respecto al bienestar y la igualdad femeninos, en términos generales la ayuda internacional es en general contraproducente para los derechos de los habitantes de los países pobres. Es muy corriente que la ayuda sirva para consolidar regímenes de dictadores corruptos y opresores (a veces porque son aliados de Estados Unidos en su Guerra contra el Terror, como Uganda o Etiopía). Estos dictadores, respaldados por la ayuda internacional, violan los derechos de sus propios ciudadanos impunemente. Por ejemplo, el Gobierno etíope limitó en 2010 el reparto de la ayuda externa en alimentos a los partidarios del partido en el poder y se la negó a la oposición; y en 2012 implementó un sistema de reasentamientos que trasladó granjeros desde sus propias tierras a punta de pistola en la región de Gambela.
Argumenta que, en muchos casos, el subdesarrollo tiene más que ver con gobiernos corruptos que con falta de ayuda externa. Sin embargo, muchos expertos estiman que es necesario aceptar cierto grado de corrupción para que la ayuda sea efectiva.
Sí, Bill Gates está de acuerdo con eso de que la corrupción es como un pequeño impuesto a la ayuda internacional, pero que el resto de la ayuda sí llega a los pobres. Yo no estoy de acuerdo. Creo que la corrupción es un síntoma inequívoco de una disfunción social mucho mayor que impide que la ayuda llegue, realmente, a quien la necesita.
¿Cree que la ayuda debería estar condicionada a algunas supuestos de transparencia, buen gobierno y derechos políticos?
Creo fervientemente en la transparencia, en el buen gobierno y en los derechos políticos, pero creo que condicionar la ayuda no sirve de nada para conseguirlos. Y no funciona porque los que reciben la ayuda están en una posición negociadora muy fuerte: saben que los donantes quieren gastar todo lo presupuestado anualmente para ayuda al desarrollo y que muchas veces se la darán aunque no cumplan con las condiciones.
¿Chantaje moral y burocrático?
El principal problema es que, comprensiblemente, los países pobres aún están resentidos por el pasado colonial, y por el reciente comportamiento de Occidente durante la Guerra Fría y la Guerra contra el Terror. De modo que las ayudas condicionadas son vistas como ramalazos neocoloniales que, por desgracia, empañan las causas a favor de derechos como imposiciones occidentales. La cuestión de fondo es que no creo en la imposición de condiciones a la ayuda al desarrollo para conseguir derechos políticos. Pero, ojo, no hay que perder de vista que la ayuda que permite seguir en el poder a un dictador es también una manera de utilizar esa ayuda para servir los intereses de Occidente. Los africanos y otros muchos pueblos de todo el mundo ya están luchando por sus derechos, y la mejor manera de ayudarlos es aceptando su derecho a la autodeterminación. Occidente nunca debería presionar a los países receptores de ayuda para que actúen en su favor, ni debería tratar de inocularles una idea de democracia que ha funcionado para nosotros pero no tiene por qué hacerlo en esos países.
¿Cree usted más por eso en las ONG pequeñas, por esa cercanía a las condiciones sociales y culturales específicas sobre el terreno? ¿Cree que deberían ser ellas las que gestionaran la ayuda al desarrollo?
Así es. Creo que las ONG están mejor posicionadas para ser eso que denomino “buscadores” de cualquier tipo de acción de realmente beneficie a los pobres. Debemos repensar la ayuda sobre un concepto clave: cómo conseguir el mayor alivio humanitario cuando sea y donde sea posible. No será estableciendo objetivos, globales o nacionales, grandiosos; no será imponiéndonos metas económicas universales: la ayuda externa es demasiado pequeña e inefectiva como para conseguirlo. El problema de la ayuda no es tan complejo una vez se deja esa mentalidad atrás. Hagamos una cosa: ¡demos dinero en efectivo a algunos de los más pobres del planeta! Las investigaciones confirman que las transferencias directas son algo que funcionan, de modo que a nadie debería escandalizar la idea. Mi libro, que fue publicado en inglés en 2006, pedía dar a los más pobres “vales de ayuda” que pudieran ser utilizados para cubrir cualquier necesidad. Era demasiado radical para el momento y la propuesta fue totalmente ignorada. Ahora, incluso las ideas más extremas relacionadas con poner dinero en efectivo en manos de los más pobres, tienen mucho más apoyo.
Ahora que las sociedades ricas son más desiguales ¿Debemos considerar los rescates europeos como ayuda al desarrollo? ¿Son planes globales fracasados?
No creo que sean propiamente “ayuda al desarrollo”, pero tiene algunos puntos en común con ella. Ambas muestran que la imposición coercitiva por expertos foráneos no funciona casi nunca, y que al mismo tiempo genera brotes xenófobos y populistas, el peor de los mundos. En mi libro señalo que el FMI y el Banco Mundial han cometido los mismos errores y padecido las mismas consecuencias en América Latina y África.
La creciente desigualdad en las sociedades desarrolladas hace cada día más difícil justificar la ayuda internacional al desarrollo. Hasta hace poco, había una clara frontera entre “países ricos” y “países pobres”. Ahora que esa frontera ya no está tan definida, ¿cuál es el futuro de la cooperación? El Estado y su organización pierden protagonismo frente a debates sobre la solidaridad intergeneracional e interclasista. El Estado ya no es tan determinante, y sin embargo vivimos una regresión política nacionalista, especialmente en Europa.
Así es. El mundo está cambiando, sin lugar a dudas. Creo que la atención que ahora se presta desde los países ricos a la desigualdad aumenta el rechazo a la inmigración y al libre comercio. Y esto, de alguna forma, alimenta el “nacionalismo blanco” en Estados Unidos y Europa, que no quieren competir comercial y laboralmente con gente que no sea blanca. Y este nacionalismo genera odio y estereotipos en esos no blancos. Uno de los nuevos retos del desarrollo económico es el de combatir el racismo económico. La economía del desarrollo es la ciencia que explica que el retraso en el desarrollo NO refleja ningún tipo de inferioridad estructural de unos pueblos respecto de otros. Los economistas expertos en desarrollo explican de qué diferentes formas pueden prosperar las sociedades incluso cuando están compuestos por pueblos y razas similares.
“El plan adecuado consiste en no tener plan”, afirma el economista William Easterly (EEUU, 1957) en su libro La carga del hombre blanco. El fracaso de la ayuda al desarrollo (Debate). Confirma algo que cualquier trasnochador sabe: los planes no suelen cumplirse, y el destino de cualquier expectativa...
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