PSICOLOGÍA
La ciencia del daltonismo (emocional)
“Sentimos una emoción, pero confundimos su color”, afirma Mariano Sigman, autor de ‘La vida secreta de la mente’ y uno de los directores del equipo de investigación europeo Human Brain Project
Patricia J. Garcinuño Madrid , 19/04/2016
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Subir a un escenario a actuar, ¿produce miedo o excitación? El picante, ¿placer o dolor? Todo depende de quién lo sienta y cómo quiera sentirlo su cerebro, y existen tácticas inconscientes más que necesarias para disfrutar de según qué experiencias. Lo afirma el neurocientífico Mariano Sigman (Buenos Aires, 1972), uno de los directores del ambicioso Human Brain Project, un proyecto de investigación a diez años vista, financiado por la Unión Europea, que pretende dar respuesta a las grandes preguntas sobre el raciocinio del ser humano. Su misión es coordinar el estudio de la toma de decisiones, algo de lo que también habla largo y tendido en su libro La vida secreta de la mente (Debate), publicado recientemente en España.
“Hubo una época en la que me entró un miedo irracional a volar y me tocó hacer un viaje en avión junto a mis sobrinos. Ellos eran bastante pequeños. Cuando el avión se empezó a mover noté cómo brotaba toda esa angustia. Entonces ellos levantaron los brazos y gritaron entusiasmados: “¡Montaña rusa! ¡Montaña rusa!”, recuerda Sigman. Ahí fue cuando este investigador, que trabajó en Nueva York con el premio Nobel de Neurofisiología Torsten Wiesel, entendió que los niños estaban haciendo uso de lo que él ha acuñado recientemente como daltonismo emocional: “Sentimos una emoción vivamente pero confundimos su color, teñimos una emoción que en principio tiene una apariencia muy definida”.
El bilingüismo ayuda a organizar mejor el pensamiento
Esto es algo a lo que tienen que recurrir constantemente, por ejemplo, los deportistas de alta competición: “Si vamos a jugar una final de la Champions no podemos apagar sin más esa sensación de estrés ante la incertidumbre de qué pasará, porque responde a una reacción química: estamos con la adrenalina por las nubes”. Por eso, el cerebro se centra en lo positivo: “Inconscientemente se piensa mucho más en que es el mejor momento de tu vida que en toda la presión que hay que soportar”.
Sigman, criado en Barcelona hasta los 13 años, también ha hecho del bilingüismo su objeto de estudio. En su opinión, conocer varias lenguas aporta grandes beneficios al ser humano, no solo como herramienta extra para manejarse en distintos lugares, sino también para aumentar el desarrollo cerebral: “Hay una mejora considerable en la capacidad de los niños bilingües a la hora de organizar su propio pensamiento. Al pasar de un lenguaje a otro hay que, por así decirlo, cambiar de carril, y cuando somos pequeños se nos da muy bien el task-switching [la capacidad para alternar rápidamente distintas tareas]“.
Estos beneficios, que han sido muy discutidos por otros expertos, a veces se basan, según Sigman, en un prejuicio: “Tenemos la intuición de que cuando a un niño se le enseñan varias lenguas se le va a marear. Pero el proceso en el cual los bebés empiezan a hablar es prácticamente igual en los bilingües que en los monolingües. En todo excepto en la cantidad de vocabulario, que es menor en el caso de los primeros si han adquirido un idioma después que otro. Pero si han adquirido dos idiomas a la vez, el léxico es igual o incluso superior”.
Los adultos tenemos la misma capacidad de aprendizaje que los niños
Para el científico argentino, nos subestimamos en cuestiones de aprendizaje con mucha frecuencia: “Los adultos tenemos la misma capacidad de aprendizaje que cuando somos niños, el problema es que olvidamos el esfuerzo que hicimos para aprender algo. Pero dedicándole el mismo tiempo tenemos los mismos resultados”. Para ilustrar su teoría, explica lo que le ocurrió a su amigo –también neurocientífico– Gary Marcus: “Le habían dicho que era y sería siempre un pésimo músico. El tipo se dijo: ¿Y qué pasa, si no? Y dedicó varios años a hacer un experimento pagado por su universidad que consistía en aprender, él mismo, a tocar la guitarra, exclusivamente a eso. Y lo consiguió. De hecho, ha publicado un libro sobre ello que incluye un CD con temas tocados por él junto a bandas muy importantes de Nueva York. Un niño o un adolescente muy motivado con algo se pasa todo el día haciéndolo. El problema es que es muy raro que un adulto tenga ese grado de motivación”.
Pero, en todo esto, ¿qué pinta el talento?. “Mucho menos de lo que creemos”, asegura Sigman. “Es innegable que hay quien tiene mejores condiciones para unas cosas que para otras. Por ejemplo, quien, morfológicamente, tiene un oído privilegiado para la música. O un físico espectacular para jugar a baloncesto. Pero lo que vendemos como talento la mayoría de las veces es el resultado de mucho esfuerzo. Incluso los más pequeños a veces parecen enormemente talentosos para algo y en realidad es que, a su corta edad, ya han practicado mucho. Es un ciclo virtuoso”.
Aunque hay que moderar el entusiasmo: “Obviamente, cualquier persona que juegue diez horas al día no va a ser Messi. Lo que digo es que cualquier persona que juegue mucho a fútbol –salvo que tenga un impedimento para ello– va a jugar muy bien a fútbol”.
Subir a un escenario a actuar, ¿produce miedo o excitación? El picante, ¿placer o dolor? Todo depende de quién lo sienta y cómo quiera sentirlo su cerebro, y existen tácticas inconscientes más que necesarias para disfrutar de según qué experiencias. Lo afirma el neurocientífico Mariano Sigman...
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Patricia J. Garcinuño
Periodista y proyecto de fotógrafa. Me crié en la Cadena SER. Ahora, en CTXT y en 'Murray Magazine'.
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