En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hotel de concentración del Atlético. Apenas horas antes de escalar el Everest de las semifinales de la Champions, Simeone vuelve a comprobar que su vestuario es un depósito de entusiasmo, integrado por hombres que rebosan compromiso. Mientras Godín trabaja día y noche para llegar a la vuelta, otro jugador clave pide una reunión con el Cholo. Se trata de Carrasco que, a pesar de tener el tobillo como una bota, pide a su entrenador que le infiltren para echar una mano a sus compañeros. Simeone le agradece el compromiso y declina la oferta. Minutos después, Óliver Torres, que lucha a brazo partido por entrar en la lista de convocados y lo consigue, explica a su técnico que sufre un proceso febril y prefiere dejar su lugar a un compañero, porque no está en disposición de darle al equipo la fuerza que necesita. Simeone le explica que ese gesto le engrandece a él y también al equipo, así que Óliver deja su sitio a un compañero, justo el día en el que más ilusión le hacía estar con el resto de la plantilla. Después de la charla técnica, Gabi, que no es un capitán al uso porque lleva el peso de todo un equipo en el pecho, reparte confianza antes de la batalla. Y durante el calentamiento, amén de las arengas del Profe Ortega, el soldado Augusto Fernández mira al público, observa la atmósfera de las gradas y le confiesa a un compañero que él tomó la decisión de fichar por el Atlético para poder vivir una gran noche como esta. En la caseta, Augusto conoce su misión: arropar a los centrales, auxiliar a los laterales, dar salida al balón y no perder de vista las llegadas en segunda línea del Bayern. Pelear, sobrevivir y dejar hasta el último aliento.
Sobre el tapete, Augusto interpreta un concierto perfecto de fútbol antiguo, dando sentido a cada instrucción del Cholo y dando un segundo aire a un equipo que lo necesitaba tanto como un lobo hambriento durante el crudo invierno. Augusto Fernández, el último en llegar, es el primero en dejarse la vida en cada balón dividido ante el todopoderoso Bayern. El público del Calderón, entregado a su bravura y su particular homenaje al himno – porque luchan como hermanos, derrochando coraje y corazón-, se estremece en cada acción del de Pergamino. Si emerge un disparo de Vidal allí está la pierna de Augusto; si aparece Douglas Costa por el costado, allí aparece Augusto; si superan a Juanfran por la derecha, allí se encuentra para hacer la cobertura Augusto; si Lewandowski se zafa de los centrales y arma la pierna, allí coloca su cuerpo como obstáculo Augusto. En un partido macho, Augusto, con las medias caídas, a lo Rafa Gordillo, destila perfume cholista: el esfuerzo no se negocia. Inasequible al desaliento, el argentino, poseído por una furia indómita y un coraje contagioso, echa el corazón por la boca. Con dos pelotas y un balón.
Columna vertebral de la falange atlética, Augusto se transforma en coraza indestructible de un Atleti que aguanta, de pie, un castigo inmenso. Contra la avalancha de Pep, Augusto; frente al empuje teutón, Augusto; ante la adversidad, Augusto; y como monumento al sudor, Augusto. Omnipresente, Fernández, se metió al público en el bolsillo con una actuación tan generosa como memorable. Fue la gran noche de un tipo que, después de sufrir una grave lesión que le iba a mantener en el dique seco por tres meses, trabajó a destajo para recuperarse en apenas 26 días y ponerse a disposición de su entrenador. Fue la gran noche de un futbolista al que le costó integrarse en los esquemas de Simeone y que, lejos de darse un tiempo para acoplarse, puso todo su empeño en progresar para convertirse justo en lo que su nuevo entrenador demandaba de él. Fue la gran noche de Augusto, que se sintió culpable tras lesionar de gravedad a Eneko Capilla – él, por supuesto, no quería-, tras una fea entrada que debió haberse ahorrado, y por la que se disculpó varias veces, en público y en privado. Fue la gran noche de un tipo de personalidad extrema, que fue líder y orgullo de Balaídos y que, anoche, logró derribar, a pulso, la puerta grande del Calderón. Fue la gran noche de Augusto, un cinco de los de toda la vida: alguien con experiencia, calidad, jerarquía y carisma. Diez en nada y ocho en todo, Augusto fue el dique que contuvo la marea alemana. Infranqueable, agigantado, heroico, el argentino honró camiseta y escudo. Fue el último en llegar, pero anoche, cuando el colegiado pitó el final del primer asalto con el Bayern, miles de atléticos, henchidos de orgullo, le definieron con puntería: “Augusto, uno di noi. Uno de los nuestros”.
Hotel de concentración del Atlético. Apenas horas antes de escalar el Everest de las semifinales de la Champions, Simeone vuelve a comprobar que su vestuario es un depósito de entusiasmo, integrado por hombres que rebosan compromiso. Mientras Godín trabaja día y noche para llegar a la vuelta, otro jugador clave...
Autor >
Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí