Tribuna
Los deslices sintomáticos de Albert Rivera
El líder de Ciudadanos es producto de su medio y su tiempo. Y sin quererlo, señala el gran desafío que queda por delante en España: el educativo
Sebastiaan Faber 1/06/2016
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“Del mismo modo que luchamos unidos contra los fascistas y ganamos, ahora tenemos que unirnos para luchar contra los terroristas” --Albert Rivera, debate de candidatos El País, 29 de noviembre de 2015
“Las dictaduras no tienen libertad, pero tienen cierta paz y orden porque todo el mundo sabe lo que hay” --Albert Rivera, entrevistado por Eduardo Inda, 27 de mayo de 2016
Un debate entre tres de los candidatos políticos principales, organizado por El País en las semanas anteriores a las elecciones generales de 2015, dio pie a un momento absurdo cuando Albert Rivera afirmó que a los políticos españoles les urgía unirse para luchar contra el terrorismo “del mismo modo que luchamos unidos contra los fascistas”. ¿Cuál habrá sido ese orgulloso nosotros invocado por Rivera? ¿Cuál puede ser ese colectivo, al que cree pertenecer el líder de Ciudadanos, que luchó contra el fascismo? Desde luego el nosotrosinvocado por Rivera es un nosotros profundamente ahistórico, un nosotros español que intenta borrar el hecho de que Franco llegó al poder gracias a la ayuda de los regímenes nazi y fascista y que fue su fiel aliado durante al menos la mitad de la Segunda Guerra Mundial.
Al regreso de Rivera de un viaje relámpago a Venezuela este pasado 27 de mayo, Eduardo Inda le preguntó si le parecía que el régimen del país latinoamericano podía calificarse como dictadura. Contestó el líder de Ciudadanos: “Yo diría que es incluso peor. Las dictaduras no tienen libertad, pero tienen cierta paz y orden porque todo el mundo sabe lo que hay, pero aquello es peor, es una tiranía arbitraria. No respeta nada.” ¿Paz y orden? ¿Todo el mundo sabe lo que hay?
Los deslices de Rivera son sintomáticos, no solo de su posición ideológica sino de un déficit social más generalizado. El líder de Ciudadanos es producto de su medio y su tiempo. Y sin quererlo, señala el gran desafío que queda por delante en España: el educativo. Una cosa es que la mayoría de la población ya acepte que las víctimas de la Guerra Civil deberían poder exhumarse. (Rivera, en El Intermedio el pasado 29 de abril: “Si soy presidente me comprometo a que las familias tengan acceso a sus muertos.”). Otra muy diferente es que esa mayoría conozca su historia más allá del puñado de tópicos que siguen determinando la imagen que los españoles tienen de la guerra y el franquismo, entre los que destaca el tópico de que la guerra ocurrió muchos años atrás, que tuvo muchos culpables, que fue una gran tragedia y que es mejor olvidarla para no provocar otro conflicto violento.
En un libro reciente, El bulldozer negro del General Franco, el historiador Fernando Hernández Sánchez recuerda los resultados de una encuesta realizada por el CIS en 2008. De las tres mil personas entrevistadas, el 58% afirmó que el franquismo “tuvo cosas buenas y cosas malas” y un 35% que con Franco “había orden y paz”. Escribe Hernández: “El 40% afirmó que la culpa del estallido de la Guerra Civil la tuvieron los dos ‘bandos’ por igual y el 36% que ambos causaron las mismas víctimas. ... El 69% afirmó que recibieron poca o ninguna información sobre la Guerra Civil en el colegio o el instituto.”
¿Cómo enfrentarse a ese desafío educativo? La respuesta no es desde luego la difusión de libritos como el de Arturo Pérez-Reverte. Lo cierto es que el problema exige una lucha por varios frentes. Para empezar, los historiadores universitarios deberían interesarse mucho más por involucrar a la sociedad civil en la producción del conocimiento sobre el pasado. No estoy hablando solo de una mayor difusión de su trabajo de investigación —que también— sino de una reconsideración más profunda de su papel, una reconsideración que asuma el hecho de que la reconstrucción del pasado colectivo es una labor también colectiva, una tarea democrática que trasciende los muros de la torre de marfil universitaria. En segundo lugar, la universidad y el Estado deberían asumir un papel mucho más activo en lo que el historiador Ricard Vinyes ha llamado “la memoria como política pública”, y que incluye una mayor atención por los contenidos y objetivos de la enseñanza pública (¿qué aprenden los niños y adolescentes españoles del pasado?), además de espacios públicos, incluidos los museos. Sin embargo, Rivera no parece que esté muy interesado en asumir ese desafío. “Queremos que la Transición sea el punto de partida”, dijo en noviembre de 2015, “no hay que hacer enmiendas a la totalidad”.
“Del mismo modo que luchamos unidos contra los fascistas y ganamos, ahora tenemos que unirnos para luchar contra los terroristas” --Albert Rivera, debate de candidatos El País, 29 de noviembre de...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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