JAZZ
Wes Montgomery, el pulgar a la guitarra
Ayax Merino 15/06/2016
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El magnífico guitarrista Wes Montgomery cerró los ojos para siempre el 15 de junio de 1968. Hace de aquello la friolera ya de 48 años, que se dice pronto. Pero su música, que sigue viva y muy viva, se escucha hoy como se escuchó ayer y se escuchará mañana por los siglos de los siglos, amén.
John Leslie Montgomery, Wes Montgomery, abrió los ojos al mundo el 6 de marzo de 1925 en Indianápolis que, como su propio nombre indica, es una ciudad, su capital si no ando equivocado, de Indiana, uno de esos Estados que se encuentran por ahí por el medio de los Estados Unidos, más bien tirando al norte, al lado de Ohio e Illinois y así.
El chico se crio en una familia humilde de escaso parné que iba tirando como buenamente podía, a trancas y barrancas. Nada hacía prever que aquel muchacho se convertiría andando el tiempo en uno de los más grandes guitarristas del jazz, no, nada, ni por asomo. El chico, de chico, no hizo el más mínimo ademán ni gesto que revelase que se fuera a dedicar a tales menesteres. Y eso que en su casa tenía ejemplos que seguir, que aquella era una familia muy musical y, de hecho, dos de sus hermanos fueron músicos de jazz. Pero no, nada hacía sospechar su inclinación.
El hombre tenía que mantener a su familia, nutrida familia de muchas bocas, que siete hijos tuvo. Y se puso a trabajar de día en una fábrica
De vocación tardía, el chaval empezó con la guitarra ya crecido, con 19 años. Nada, que un buen día oyó a Charlie Christian y se entusiasmó, cosa que entiendo, demostraba buen gusto. Así que se dedicó con afán a empollarse todos los discos que encontró del gran Charlie. Y una mañana se levantó el mozo y ni corto ni perezoso se plantó en una tienda y se mercó una guitarra. Y dale que te pego sin descanso se puso a tañer la guitarra aquella hasta que consiguió imitar al venerado maestro, que si le venía en gana era capaz de tocar la guitarra cabalmente como él.
Nunca estudió música y nunca supo leer una partitura. Nadie le enseñó, él solito, con paciencia y tesón, aprendió a tocar la guitarra. Yo no me lo explico, la verdad, es como un milagro. Que tenía la música dentro de sí, se ve que nació con ella.
Y ya concluido su aprendizaje se lanzó al ruedo de la vida con su guitarra. Con dos narices, sí señor. Tocó entonces en los locales de su ciudad con sus dos hermanos, Monk y Buddy, bajista el uno y pianista y vibrafonista el otro.
Y así hasta que en 1948 entró en la banda de Lionel Hampton, menudo salto, pardiez. Dos años anduvo con Hampton de acá para allá. En 1950 decidió regresar a su casa, quizás a causa de la morriña, la nostalgia por el terruño, tal vez echara de menos a su mujer y sus hijos, todo el santo día vagando por ahí, sin verlos. No lo sé. Lo cierto es que volvió a Indianápolis.
Hay que ganarse las habichuelas, es ley de vida. El hombre tenía que mantener a su familia, nutrida familia de muchas bocas, que siete hijos tuvo, que no son pocos precisamente. Y como la guitarra no le daba para comer, se puso a trabajar de día en una fábrica. Y a la noche, a tocar en algún local de la ciudad con sus hermanos. Y con algún que otro músico más, claro. Por ejemplo, un joven Freddie Hubbard, nacido también en Indianápolis y que estaba entonces dando sus primeros pasos con la trompeta. Jesús, qué agotamiento. No sé como aguantaba ni cuando dormía, no me lo explico.
Casualidades de la vida, que nunca se sabe donde salta la liebre. El gran saxo alto Cannonball Adderley actuó en Indianápolis y una noche le dio por darse una vuelta y recaló en el club en el que estaba en ese momento tocando Wes. Y el bueno de Cannonball se quedó petrificado, atónito con lo que tenía delante, ¡Caray, este tío es la leche! Y allí mismo sobre la marcha, el hierro se golpea en caliente, se acercó al tipo aquel desconocido que semejantes diabluras hacía con su guitarra.
Y a tocar. Con su cuarteto, con su trío, con unos y otros. Con Coltrane, Cannonball, Johnny Griffin, Milt Jackson
De la mano de Cannonball, Wes firmó con Riverside. Y sacó un disco con un trío con órgano que está muy bien. Y al poco “The incredible jazz guitar of Wes Montgomery”, con Tommy Flanagan al piano, Percy Heath al bajo y Albert “Tootie” Heath, hermano del anterior y del saxofonista Jimmy, jolines, qué familia, a la batería. Disco espléndido, una joyita digna de guardarse como oro en paño, que le catapultó a la fama. De la noche a la mañana, ese ignorado guitarrista de Indiana se hizo célebre. Así, de golpe y porrazo. No me extraña, el disco es, ya lo he dicho, digno de loas sin cuento.
Y a tocar. Un disco detrás de otro, todos espléndidos, canela fina. Con su cuarteto, con su trío, con unos y otros. Que tocó con la flor y nata. Con Coltrane, Cannonball, Johnny Griffin, Milt Jackson, Hank Jones, Clark Terry, Wynton Kelly. Y lo que me dejo en el tintero.
Empezó tarde y acabó pronto. Pero en su breve carrera dejó una honda huella perdurable, imborrable. Que cuando apareció en escena surgido como de la nada dejó boquiabierto a todo el personal, especialmente a los guitarristas, que cruces se hacían con ese tipo venido de Indiana. Con esa manera suya tan personal de rasguear las cuerdas con su pulgar, sin púa, la púa por ahí arrumbada ¿Pero cómo demontres lo hace? ¡Caray, este hombre es francamente bueno! Bueno no, mejor. Tanto, que no ha dejado de influir en las posteriores hornadas de guitarristas que le han sucedido.
Empezó tarde y acabó pronto, por desgracia. Un repentino ataque al corazón lo mandó a la tumba en un visto y no visto, joven todavía. Murió el 15 de junio de 1968 en Indianápolis, la ciudad que le vio nacer 43 años antes.
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Esta semblanza también puede escucharse en Jazz en el aire.
El magnífico guitarrista Wes Montgomery cerró los ojos para siempre el 15 de junio de 1968. Hace de aquello la friolera ya de 48 años, que se dice pronto. Pero su música, que sigue viva y muy viva, se escucha hoy como se escuchó ayer y se escuchará mañana por los siglos de los siglos, amén.
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Ayax Merino
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