MANUEL MORAO / Guitarrista y promotor
"Hoy lo que vende es lo mediocre"
Paco Sánchez Múgica (La voz del Sur) 15/06/2016
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Manuel Moreno Jiménez es Manuel Morao para la eternidad. El patriarca cumplirá pronto 87 años. Nació el 22 de julio de 1929 en la antaño bulliciosa y fiestera calle Nueva. Ahora, paradojas del destino, vive su ocaso en la avenida de la Soleá. Ha regresado de su encuentro matinal con los parroquianos del bar Cristina. Se mueve con su inseparable bastón, su sombrero de cowboy y sus zapatos de piel de cocodrilo. Un señor de aspecto impecable. Como siempre. Ha almorzado papas aliñás y pescado frito en su piso amplio pero modesto, ajeno a la flama que cuece el asfalto en el exterior. Revestida de trofeos y reconocimientos en paredes y muebles, el salón de la vivienda está presidido por un enorme retrato que le hizo su amigo Ramírez, pero que “entre vaso y vaso nunca acabó”. En el lienzo se ve a ese Morao gitanísimo y atractivo de los 50. Cuando su sonanta ya creaba escuela y atraía como flautista de Hamelín a los genios del cante y del baile de la época: de Mairena y Caracol a Antonio el Bailarín y Carmen Amaya.
Con pasitos cortos pero decididos, va con sus uñas intactas de gran tocaor hasta el sofá y, meticuloso, saca del estuche una de sus guitarras para posar con ella. "Toco todos los días un poquito", confiesa. Artista, creativo, promotor y empresario. En todas sus facetas, en la construcción de su dinastía, Morao siempre ha llevado a los gitanos y a la gitanería como estandartes. Pero también a su tierra. Como cuando se enroló en los 50 en la compañía de Antonio el Bailarín y estuvo años de giras internacionales o cuando hace 30 años paseó por 36 estados de los Estados Unidos su espectáculo Jerez por el mundo. "El inglés se me daba muy mal, tenía que haber aprendido, me defendía, pero no tenía tiempo". En unos días será condecorado como Hijo Predilecto de Jerez, la ciudad que lo vio nacer y de la que nunca pudo separarse del todo, “ni profesional ni sentimentalmente”, pese a sus interminables funciones por medio mundo.
—¿Le da tranquilidad este reconocimiento al pensar que tras tantos años su lucha no ha sido en vano?
—Es una recompensa. Pienso que el hombre que llega a la edad que yo tengo y le reconocen lo que ha luchado en la vida es como para que esté muy contento. Yo soy partidario de que los reconocimientos se reciban en vida, que es cuando se disfrutan. Es una gran satisfacción que te reconozcan el esfuerzo. Porque es un esfuerzo enorme durante toda tu vida estar pendiente de una cosa y hacer todo lo posible y en todos los sentidos por favorecer una causa. Soy gitano y defiendo lo mío. He vivido muchísimo en la época anterior, donde se pasaron muchas fatigas por no estar valorados, y ahora veo que se está mejor. Parte del bienestar que tenemos ahora es fruto de la labor que hemos hecho anteriormente. Hemos creado ese mundo de conceder valor a lo que antes no lo tenía.
"El flamenco admite todo y se ha metido todo en el mismo saco. Se ha perjudicado mucho al cante gitano"
—¿Se ha intentado confundir; aislar lo gitano en el flamenco?
—Siempre hay quien se beneficia con una cosa y con otra. No se ha tratado de confundir sino de silenciar los valores reales. He tenido ocasión de presenciar eventos de cosas de flamenco y se ha estado hablando muchísimo y nunca ha salido la palabra ‘gitano’. El cante gitano andaluz es una cosa y el flamenco es otra. El flamenco admite todo y se ha metido todo en el mismo saco. Se ha perjudicado mucho al cante gitano. No quiero despreciar el flamenco, pues pertenece a una época, pero yo lucho porque perdure el cante en su propia pureza y autenticidad. En la vida hay gustos para todo y acepto que a alguien no le guste mi opinión. Los gitanos lo que hacemos es autodefendernos. Después de siglos de persecución, no sabíamos ni qué era esa palabra: racismo.
—¿Hay racismo?
—Hay de todo, aunque Jerez es un ejemplo de lo contrario.
—¿Qué es la gitanería?
—La gitanería es una cosa especial que sale. Nosotros lo notamos.
—¿Hasta qué punto es importante el cante en su vida?
—El cante ha sido parte de mi vida. Para los gitanos es un elemento necesario para poder vivir. Unos lo hacen por distracción, otros por necesidad. En nuestro caso es por eso, es nuestra forma de seguir viviendo.
Defensor a ultranza del cante gitano andaluz, ha peleado durante toda su vida por dignificar a los artistas, “que éramos considerados gente de mal vivir”, y por promocionar a nuevos valores —no solo gitanos— que han ido retroalimentando el cocido jondo a lo largo de las décadas: su sobrino Moraíto, El Torta, Sara Baras, José Mercé, los Malena, Macanita, Juana la del Pipa, Antonio El Pipa, María del Mar Moreno, Tomasito… Son solo algunos de los nombres propios de la cantera de la casa Morao. Una suerte de masía en Santiago de la que no ha dejado de germinar figuras.
Antes que eso, entró en contacto por primera vez con una guitarra en la barbería de don Guindo, en el barrio. Su padre, “que cantaba muy bien”, le compró una guitarra al barbero y fue Tío Tati quien le puso en contacto con Javier Molina, el mítico maestro jerezano del toque. “Javier Molina era ante todo un gran artista y su gran lección fue decirme que lo más importante que tenía que tener era personalidad. Y aportar cosas. No era un aprendizaje clásico como hoy se tiene, era elemental. Me enseñó la base para tocar, me enseñó a colocar las manos, fui quizás su alumno predilecto, y me dijo que hiciera lo que me saliera de dentro, que lo soltara. Cuando el arte se tiene dentro, sale. Hoy la técnica está muy avanzada y se aprende a tocar la guitarra en un conservatorio pero falta alma y personalidad, lo que es el arte”.
Manuel Morao asegura que “no se acaba nunca de aprender”. Y más la guitarra, “que es un instrumento ingrato y muy sacrificado si quieres aportar algo”. Él, que ha grabado con Terremoto y La Paquera, y ha acompañado a La Niña de los Peines y a Caracol, entre otros muchos, se declara “artista insatisfecho”. “Siempre queremos mejorar, engrandecer y ampliar lo que hacemos. Mi profesión ha sido muy larga pero quizás me retiré antes de tiempo porque caí enfermo en el año 65, con una cosa de tendones y de nervios que nunca supieron decirme lo que era. Fui perdiendo facultades poco a poco, y cuando vi que me costaba trabajo, porque antes no me costaba trabajo ni crear ni tocar, vi que era el momento de retirarse. Me han quedado cosas por hacer, por supuesto, porque siempre hay cosas que hacer. Nunca se está conforme. Por mucho que cree y haga, siempre quedan cosas”.
—¿Le han quedado cosas por decir?
—Siempre quedan cosas por decir.
—¿Y por aprender?
—No se acaba de aprender nunca. Cualquier muchacho que toque la guitarra te enseña algo nuevo que dices, ¡me cachis en la mar!, si en esto no había caído yo. Eso te demuestra que en esto no se deja de aprender nunca. El arte es crear una cosa nueva conservando las raíces y la estructura de esa manifestación.
"Debuté a principios de los 40 y me daban dos duros por tocar la guitarra; me sabían a gloria"
—¿Recuerda su primer salario?
—Empecé a tocar al público en la Alameda Vieja. En esta época del año empezaba una pequeña feria y todas las casetas tenían un tablao con su cuadrito flamenco. Debuté allí a principio de los años 40 y me daban dos duros por tocar la guitarra. Hacíamos dos, tres y hasta cuatro pases en la noche, según la gente que hubiera. Esos dos duros me sabían a gloria. Luego fuimos a los pueblos de la sierra y al principio, con tal de comer las berzas y los pucheros que nos ponían, ya merecía la pena.
"El público es sabio pero tiene un defecto, se olvida rápidamente de las cosas y de las personas importantes cuando están fuera del mercado"
—¿Pasó hambre?
—Hambre hambre hambre… pues no era de los peores, los había peores que nosotros, pero sí he tenido necesidad de muchísimas cosas básicas. Hambre no, había gente peor. Cuando salíamos al mundo, a la universidad del mundo, eso te hacía pensar de otra manera, veías las cosas desde otro prisma con poca edad. Ahora los niños son más niños que éramos nosotros antes. Salíamos a buscarnos la vida como un adulto y cuando eres mayor tenías más experiencia de lo bueno y de lo malo. Aquella época era muy dura, el motivo de salir tan joven era ese. Éramos muy pobres y había muchísima pobreza. Pero fue una gran época en el sentido de que estaban las raíces del cante mucho más a flor de piel, estaban vivas. Ahora se conservan poco e incluso se menosprecian. Nunca se renovó más el flamenco que en aquella época.
—¿Qué momento clave recuerda en su carrera?
—Los momentos son todos clave y difíciles. El público es sabio pero tiene un defecto, se olvida rápidamente de las cosas y de las personas importantes cuando están fuera del mercado. A mí me costó muchísimo muchísimo trabajo llegar, como te digo. Ya cuando estás reconocido, pues lo que hagas... Y más en esta época.
—Pero habría un momento que le catapultó.
—Salíamos a buscarnos la vida en las fiestas particulares, los señoritos con dinero y que eran aficionados al cante nos contrataban... Era todo muy localista. Hubo una cosa muy importante que me lanzó fuera de aquí que fue conocer a Diego Gálvez, que era como el Pulpón (un conocido manager flamenco) de la época. Me atendió en Sevilla y me colocó en un espectáculo en una plaza de toros en verano, donde conocí a Antonio Mairena, que ya iba como figura. También conocía a Caracol, que siempre que venía a Jerez llamaba a mi padre y a Domingo Rubichi. Ya entonces él me decía: cuando seas más mayor te vas a venir conmigo. El gran salto a nivel mundial fue en el año 53, cuando me contrató Antonio en el Ballet Español. Fue una gran experiencia porque era de los ballets más importantes que rodaban por el mundo, aunque ahí artísticamente ya estaba hecho. Aquello fue un gran trampolín pero eso me restó porque siempre estaba de giras internacionales.
—¿Cómo era su relación con esos mitos como Mairena, Caracol, Terremoto, Antonio...?
—Los grandes divos son siempre complicados. Ya Antonio (el Bailarín), por ejemplo, era un divo a nivel mundial, pero era un gran artista y muy respetuoso. Nos respetaba muchísimo, lo mismo a Mairena que a mí. A los otros quizás no tanto pero con nosotros aprendía. La mayoría de estos grandes artistas, o intelectuales, cuanta más categoría tienen más humildes son, y más fácil es tratar con ellos. Aquella era gente extraordinaria. Hay veces que los artistas tienen algunos momentos en los que pierden la corrección o tienen una visión distinta a la de otras personas, pero en el trato natural toda esa gente era muchísimo más fácil que ahora.
—¿Ahora ve las relaciones entre artistas más complejas?
—Ahora ves más hipocresía. Antes si uno tenía coraje contigo te lo decía pero pasaba ese momento y adiós. Ahora se actúa con un doble sentido casi siempre. No es que no haya gente buena y sana, pero hay en menos proporción que entonces. Está un poco más viciado todo y como hay tantos intereses creados en todo, pues las conveniencias te hacen hacer cosas que nunca habías pensado hacer.
"Hoy hay tantos intereses creados en todo que las conveniencias te hacen hacer cosas que nunca habías pensado hacer"
—¿Quién le impresionó más de todos con los que compartió escenario?
—Un artista de otro no se puede comparar porque cada uno es un mundo aparte. El que es artista tiene un nivel que lo que puede diferenciarle de otro es el gusto de cada cual. Me llegaba todo aquel que estaba inspirado en ese momento. Los artistas tenemos momentos. Eso que se habla de la inspiración, del duende. Los artistas tienen los dos extremos: o lo hacen muy bien muy bien o lo hacen muy mal muy mal. Siempre me ha llegado el que en ese momento ha estado inspirado.
—¿Conseguían emocionarle?
—Claro, siempre, siempre. Lo conseguían Mairena, Caracol, Terremoto… A lo mejor he coincidido con cuatro, cinco o seis en una misma fiesta, y ha habido gente que ha cantado muy bien y ese día no ha estado a la altura. Pero sin embargo uno de ellos ha estado en ese momento muy bien y me ha puesto los pelos en pie, y viceversa. La calidad se tiene siempre, entonces lo que no se tiene siempre es el momento sublime. Cuando un artista está inspirado hace algo sublime, no es una cosa en el mismo nivel. Los profesionales sí, los grandes profesionales siempre están bien porque cuando ellos no se sienten bien no aparecen. Todos los grandes intérpretes del cante reconocidos, todos sabemos quiénes son, todos me han hecho sentir una cosa extraordinaria, tan grande que no se puede explicar. Quizás tengo un concepto un poco raro para esta época pero hay que pensar que yo estoy a caballo entre la época anterior y esta de ahora…
Desde que conoce a Antonio Mairena en 1945 hasta que recibe el Premio Patiño en el IV Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba y lleva a cabo grabaciones de la Antologia del Cante Flamenco y del Cante Gitano pasan veinte intensos años como guitarrista de élite. Actúa en varias películas, recorre el mundo y graba varios discos con Manolo Caracol, Fernando Terremoto y La Paquera. Su sello ya es incuestionable. Con el principio de la retirada de los escenarios, a mediados de los 60, Morao retorna a Jerez y comienza su etapa de promoción de nuevos valores. Crea los Jueves Flamencos, que en los 70 del siglo pasado pasarán a ser Viernes. Aún tendrá tiempo en esa década de estrenar (en 1974) el Concierto de Jerez, con música suya orquestada por Benito Lauret e incluso de un fugaz regreso a la compañía de Antonio. Ya en los 80 fundará la compañía Manuel Morao y Gitanos de Jerez, con la que estrena diversos espectáculos centrados en dar a conocer a los grandes artistas consagrados o emergentes de su etnia, y exponer sobre las tablas esa forma de vivir y sentir singular y genética del pueblo gitano.
—¿Las nuevas generaciones han perdido personalidad?
—En este arte y en esta cultura diferencio dos grupos: artistas por naturaleza, porque lo llevan en la sangre, y los profesionales. Ahora, desgraciadamente, hay muy pocos artistas. Lo que hay son grandes profesionales, grandes estudiosos, grandes ejecutantes. Por decirte algo, hoy todos todos todos los intérpretes profesionales del flamenco, bailaores, guitarristas y cantaores, están apoyados solamente en la técnica. Son grandes atletas en su profesión porque están todo el día practicando. Todo el que se propone ser un gran técnico lo consigue en un momento dado, pero ser artista no se consigue. Ese nace y no se hace. Creo que son ciclos, hay ciclos en los que nacen muchos y otros en los que no nacen. Ocurre en todos los gremios del arte. Antes tenías que ser muy bueno para ocupar un sitio en la meca. El que subsistía era porque era muy bueno. No cabía todo el mundo, se morían de hambre. Y ahora es al revés, hay más trabajo que artistas por culpa del saco del flamenco donde cabe todo. Al final se buscó esta palabra, flamenco, que suena bien, y de la que han hecho marketing. Todo está globalizado y tecnificado. Todo hoy se reconoce y se ha metido en el saco del flamenco: las fusiones, el folklore, toda la música de Sudamérica…
—Usted ayudó a que muchos jóvenes se buscaran la vida en esto del flamenco.
—Es una inquietud que he tenido siempre. Siempre tuve la inquietud de dignificar nuestra música y nuestra raza. Mi lucha siempre ha sido dignificar la cultura gitana. De siempre he tenido la ilusión de enseñar o tratar de descubrir nuevos valores, nueva gente. Cuando empecé en el año 65, que creé los Jueves Flamencos, los niños no se utilizaban en el arte, a excepción de algún niño prodigio que hiciera una cosa bien, pero era uno. No se estilaba preocuparse por los niños que tuvieran cualidades para poder hacer algo en el arte. Hoy ya se utilizan demasiado. En aquella época, en Jerez y fuera, el flamenco estaba aún mal mirado y en muchos sitios era casi desconocido. Aquí a finales de los 60 había poca afición y se me ocurrió, al ver a chiquillos con condiciones, hacer un espectáculo de promoción. Ahí empecé a promocionar a chiquillos que hoy son grandes artistas, unos más y otros menos, unos han llegado, otros no, pero en general aquello fue muy productivo puesto que desde ahí en seguida se notó la subida de nivel en la afición. Los Jueves Flamencos tuvieron muchísima repercusión, y les exigía a los chiquillos que se aprendieran los cantes básicos, les decía cómo tenían que subir al escenario. Me costó mucho trabajo, mi tiempo y mi dinero pero tuvo su recompensa porque de mi mano han salido muchísimos artistas de Jerez.
"Todo el mundo va buscando temitas para dar el pelotazo. Y el que lo da se olvida de todo lo demás"
—¿Qué futuro tienen hoy?
—Hoy lo tienen muy complicado porque, como te digo, hay grandes profesionales pero hay pocos creadores, artistas distintos unos de otros. Lo tienen duro porque además, como todo el mundo, su ilusión es ganar dinero. Entonces van a favor de la corriente.
—Y esa corriente es muy mediocre, ¿no?
—Precisamente lo que hoy vende es lo mediocre. El mercado se ha constituido en una mediocridad. Hay gente que no debería de estar donde está porque los niveles no son los más adecuados. Ha bajado mucho el nivel. Antes para ser artista tenías que hacerlo muy bien.
—De alguna manera al público se le vende una trola.
—Exactamente. Todo el mundo va buscando temitas para dar el pelotazo. Y el que lo da se olvida de todo lo demás...
—...Aunque haya bebido de la raíz.
—Sí, sí, aunque haya bebido de esa raíz. Como te digo, esa raíz hay que conservarla y hay que practicarla, no dedicarse a hacer fusiones porque lo veo un desastre en este arte tan depurado. Es todo un sucedáneo. Hay cosas que suenan bien pero no dejan de ser un sucedáneo.
—¿Ha servido para algo la declaración del flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?
—Pienso que no. Es un aditivo más para el marketing y para poder agrandar el mercado. Se ha creado ese marketing y un mercado. Para el colectivo está muy bien porque da de comer a más gente pero al mismo tiempo es un poco ir en contra de la naturaleza porque hoy todo el mundo sirve. Pienso que es una cuestión más política que otra cosa.
—¿Los políticos se han convertido en los nuevos señoritos de este arte?
—Desde la Transición para acá. Antes no había políticos aficionados, no conocía a ninguno. Pero desde entonces para acá, se aficionaron. Los señoritos empezaron a desaparecer, nosotros vivíamos de ellos en Jerez, y se quedó solo la administración, que empezó a promocionar el flamenco y muchos políticos se aficionaron y dieron mucho dinero. Pero hicieron mucho mal porque a la empresa privada del flamenco también la hicieron desaparecer, no podíamos competir, era dinero público el que utilizaban y entonces desaparecimos. Ahora que está la cosa más dura, resulta que quisieran que hubiera empresas privadas pero apenas hay. Se ha creado una afición que demanda eso y un marketing, han convertido el flamenco en un esnobismo, pero hay un desfase porque ni pueden hacer lo que hacían antes ni hay empresas privadas.
—¿Es un tabú hablar de política entre los gitanos?
—Algunos hablan de política. Los gitanos no hemos pertenecido a ninguna entidad política porque para nosotros había cosas mucho más importantes, el subsistir mismo. Había cuando empecé un colectivo de gitanos que nos buscábamos la vida artísticamente y a ninguno se nos ocurría hablar de política porque teníamos cosas más importantes en las que pensar: buscarnos la vida para comer. La música, además, era necesaria para nosotros y cuando teníamos en qué pensar pensábamos en ella. Y por eso salían esos grandes intérpretes. Hoy habrá ya algunos que tengan sus ideas pero en mi época no.
—¿Cómo ve el país?
—Eso salta a la vista, no hace falta ser muy listo para ver cómo va. La cosa está muy difícil: políticamente, económicamente, socialmente... laboralmente está peor.. Quizás somos ya demasiados y sobramos muchísimos, según la naturaleza. Ahora todo el mundo, como es natural, queremos tener lo mejor. En realidad el nivel de vida ha mejorado muchísimo; hay diferencia de nivel de vida pero no se ve tanto como antes.
El toque bueno, duele: "Claro, como todo en el arte, te transporta, te sientes de una manera que no es normal, te toca la fibra". ¿Y existen los soníos negros? "Pues sí. Por ejemplo, en las voces. Hay voces que no se dan más que en los gitanos para cantar este cante. Es la voz afillá. Porque uno de los grandes creadores del cante fue un gitano al que le llamaron El Fillo. No conozco a nadie que no sea gitano que tenga esa voz. Los negros también la tienen. Esa voz de Louis Armstrong en los gitanos se llama afillá". Don Antonio Chacón pudo ser un gran tenor de ópera pero su tesitura de voz, su metal, estaba a años luz de Manuel Torre. "No es que no cantara muy bien, pero no era cante gitano andaluz", matiza.
Era Picasso el que proclamó: "Yo no evoluciono, yo soy. En el arte, no hay ni pasado, ni futuro. El arte que no está en el presente no será jamás". Sostiene Morao sin discusión que "todas las cosas importantes a nivel artístico ya se han hecho. Todo es repetición porque ya se ha hecho antes y mejor de lo que se está haciendo ahora". Eso sí, aclara, "el arte por sí mismo no existe, es una cosa incorpórea, si no hubiera artistas, sin los hombres y las mujeres que son artistas, no existiría". Hablando de Picasso, el tocaor jerezano conserva como oro en paño una guitarra firmada por el genio malagueño. "La guardo con mucho cariño. Picasso era un artista con el que hablé dos veces pero era el hombre más simple, más llano y más normal del mundo". Era principios de los 70. Estaban en Niza. Morao, junto a una comisión de artistas españoles, acudió a casa del pintor y en aquella cita éste estampó su firma en su sonanta. "Me preguntó a qué me dedicaba y le dije que tocaba la guitarra. Entonces me contó que tenía muy buenos recuerdos de cuando se fue de Málaga a París; se marchó con un amigo guitarrista y los dos salían a buscarse la vida, uno pintando y el otro con su guitarra tocando por la calle".
"He pasado mis fatigas pero me he acostumbrado gracias a esa manera de reinventarse que tenemos los gitanos"
En su intimidad, Morao sigue acariciando las seis cuerdas. Escuchando los ecos del pasado que rebrotan en su cabeza. "Siempre tengo algo que hacer. Me gusta mucho la música en general, pero sobre todo el cante. Me he preocupado mucho siempre por el cante. La base primordial del flamenco es el cante. Todo lo demás son aditivos para el cante. No entiendo por qué tiene tanto protagonismo el baile". Pero no olvida ni un día todos los sueños que se quedaron por el camino. Como remitiéndonos a ese enorme retrato de Ramírez a medio terminar que preside su casa.
—¿Cómo asimila uno tener que apartarse de aquello a lo que ha estado dedicado toda la vida?
—Hay que tener un gran poder de adaptación. Si tenemos una cualidad los gitanos es que, quizás por haber sufrido tanto a través de la historia, hemos adquirido un poder de adaptación a las circunstancias muy importante. He pasado mis fatigas pero me he acostumbrado gracias a esa manera de reinventarse que tenemos los gitanos. Lo malo en esta vida es perder totalmente la ilusión; yo todavía tengo la ilusión de que el cante gitano interese más a la gente de lo que le interesa hoy.
—¿Tiene esperanza?
—Tengo mi esperanza de que salgan nuevos valores, que tendrán que salir algún día porque esto se lleva en los genes, y la esperanza de que la gente se canse un poco de las nuevas corrientes y esto tenga otra vez el valor y la calidad que tenía antes. Pienso que la vida es todo un ciclo de repetición: hay una época buena, luego otra mala, y a lo mejor a consecuencia de esa mala viene otra buena. Quién quita que dentro de poco tiempo nazca gente dentro de este gremio que sean buenos artistas y esto vuelva a resurgir como arte y sea positivo todo lo que se haga.
—En su saga se siguen apuntando buenas maneras a rebufo del legado que dejó también su sobrino Moraíto.
—Ellos van bien, de hecho Diego (del Morao) está hoy muy bien considerado, es un gran guitarrista. La vida sigue. Nosotros tenemos que conformarnos con el presente y todo pasa en la vida. Ellos se acuerdan de su padre, por supuesto. Mi sobrino era digno de acordarse de él porque era muy buena persona, muy buen padre, y un gran artista. Ahí van, van bien.
—Hay cuerda para rato.
—Sí, sí, sí. Hay saga de los Morao para mucho tiempo. Lo mismo mi nieto o mi sobrino… Esto sigue para adelante.
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Esta entrevista se publicó originalmente en La Voz del Sur.
Manuel Moreno Jiménez es Manuel Morao para la eternidad. El patriarca cumplirá...
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