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No, no va del dramón de Tennessee Williams, ese dramaturgo tan americano, al que yo veo con la cara de Marlon Brando, aunque la terrible película del mismo título, Verano y humo, que vi bastante después de su estreno en 1961, que no tenía yo entonces edad ni creo que viniera a este país, siendo tan cruda, y que dirigió el británico Peter Glenville, mostraba un cachondo pero sufrido Laurence Harvey... que cómo nos gustaba Laurence Harvey, pero no tanto como Brando, claro.
Pero no es eso, no es eso. Vamos, que no es esto, no es esto. Que entramos en un verano muy caliente en sentido meteorológico, y puro humo en sentido político. Hasta el aburrimiento, la aburrición, que decían en un pueblín castellano donde pasé los septiembres, libres septiembres, de mi infancia y adolescencia, porque allí estaba la casona de labranza de mis abuelos maternos. Ahora es una urba de varios chalets, que ni he visto ni pienso ver, y ya no es de mis abuelos, ni de sus descendientes. O sea, nosotros. Pero a lo que iba: humo de pajas, para este verano de pactología agotada, de congreso a ver cuándo, de gobierno todo igual. Y de desesperanza para muchos, y desesperación para bastantes muchos. Y no es que nadie tuviera, digo yo, grandes ilusiones, con esta Europa a la que tanto queremos y tanto debemos pero, por lo menos, que no se te rían en la cara.
Inasequible al desaliento, yo sigo pidiendo que la izquierda lo intente, y que no nos den las calendas griegas. Una candelita que tiene los números en contra, ya lo sé. Y que los tuvo a favor, y mira.
Cinco años más tarde, Europa ha dicho que no a la ley Wert sobre el canon a la copia privada
Europa ha dicho que no a la ley Wert (sí, existió Wert, ¡el pobre ahora pasando calor en París!) sobre el canon a la copia privada. Cinco años más tarde, pero lo ha dicho, gracias a los esfuerzos de CEDRO, que lo llevó a los tribunales europeos. Los derechos de autor por la reproducción privada de sus obras no pueden depender directamente de los Presupuestos Generales del Estado. Son los beneficiarios de esas copias —las empresas de los aparatos reproductores, y de esos medios de reproducción, y finalmente, claro, sus usuarios— los que deben pagar a los autores (y editores) de los contenidos. Que es lo lógico. Y además, lo europeo. Y además, mucho más dinero que el que los presupuestos PP (y hay para rato) dejan para semejante minucia. Odiosa, por otro lado… Total, que el gobierno que salga de estas urnas va a tener que enfrentar esa estúpida ley que Europa rechaza y que se promulgó en su primer Consejo de Ministros. Porque era toda una declaración de principios. O de guerra. De exterminio.
Justo a la puerta del verano, también, salen las subvenciones, que el sector del libro, y el de las revistas, esperan como agua de mayo. No es cierto, como se ha dicho por ahí, que subvencionar la cultura sea cosa de las dictaduras. Intervenirla con leyes de censura, o control, sí. Pero asumir que la cultura es un bien público, un derecho que concierne a todos, y potenciar la creación en libertad y el acceso a esos bienes muchas veces tan intangibles, pero que construyen el imaginario social y ayudan a articular nuestro mundo, eso es pura democracia. Y no es ese el problema que plantean las subvenciones a la edición de libros y de revistas en este momento, aunque se creen agravios comparativos, y haya palitos en muchas ruedas. El problema no es su legitimidad, puesto que de bien público se trata y justo es que sea lo público quien apoya lo de interés público. El problema es, una vez más, y aparte de la racanería infumable de los aportes presupuestarios, una ley que no prima el retorno social de lo que invierte. Y me explico.
Hubo tiempos en que el ministerio rebajado a secretaría de Estado “compraba” (con su subvención) un número suficiente de libros, y de suscripciones a revistas, como para dotar a 250 bibliotecas públicas, no sólo a las 56 que dependen directamente de él/ella. La ley actual se ha cargado este sistema, socialmente más justo, en el país (sorpresa leída en un reciente informe) que tiene más socios usuarios de bibliotecas, que sí, que es España, y justo cuando éstas se quedan desdotadas para adquirir fondos.
La irrupción digital, además, hace afluir vacíos de ignorancia en la Ley actual, y en las normas que conducen la concesión de las subvenciones. Por ejemplo, doloroso ejemplo, es absurdo que no se subvencionen las revistas digitales que no sean de pago. Con una mirada de retorno social, serían las primeras candidatas, y ya existen los medios para controlar los “tirajes” (y perdonen mi lenguaje decimonónico, porque no hay palabra que nombre la lengua del siglo XX), es decir, la afluencia de lectores y los tiempos de lectura. Lo mismo para los libros digitales. Pero hace falta voluntad política: pero si no tenemos control de tirada de los libros físicos, de papel…. y eso cuela… Pues mira, otra tarea pendiente para el gobierno que salga de las urnas del 26J.
Recomendaría sentar a la mesa a las asociaciones e invitaría a los editores de libros y de revistas a participar y organizarse, y a exigir transparencia y limpieza, y normas claras
¿Que cómo habría que hacerlo? Naturalmente, con comisiones valoradoras. Ahora también tienen. Pero yo, si fuera asesora, recomendaría sentar a la mesa a las asociaciones que representan los intereses del sector (de los sectores), e invitaría a los editores de libros y de revistas a participar y organizarse en esas formas de articulación, y a exigir transparencia y limpieza, y normas claras…. Y posibles, que si una lee la página web del “ministerio”, termina con el alma hecha un galimatías.
La industria tradicional, mal que bien, se las va arreglando, con los consiguientes agravios comparativos, muy agravados por lo exiguo del presupuesto, que es de vergüenza. En el caso del mundo digital, tenemos en España un montón de gurús, teóricos del sector, cuyos nombres no diré si no me los piden, a los que, si yo fuera asesora, llamaría a hablar, a que les cuenten (y nos cuenten) cómo funciona esto. Suprimiría, desde luego, el tabú de la gratuidad y, simplemente, adecuaría la ley a la realidad del medio. Porque hacer revistas culturales y de pensamiento de acceso gratuito no significa que sean gratis. Y , justamente por eso, deberían ser las primeras candidatas a una subvención pública.
Y más, cuando parece que en las bibliotecas públicas (informe recientemente leído, de la Fundación Alternativas) hay una demanda creciente de productos digitales a la que nuestra empobrecida y depauperada red (de bibliotecas!) tampoco está dando respuesta.
Los productos e industrias culturales no se pueden dejar en manos de los mercados, de ese mercadillo que mueve por encima del 3% del PIB
Hace falta imaginación, por supuesto, pero sobre todo hace falta voluntad política. Claro que también hace falta la consideración de la cultura, los productos e industrias culturales, como un bien público, y que, por tanto, no se puede dejar en manos de los mercados, de ese mercadillo que en este país mueve por encima del 3% del PIB. Más que muchos, y en algún sitio he leído que más que las eléctricas… Y hacer hincapié en que no es un tema minoritario ni de enteradillos: es un bien social, que incumbe a toda la sociedad, un bien excepcional que sólo vive bajo las alas de la libertad, pero que no podrá hacerlo sin ese retorno del Estado que es la protección a creadores y difusores por los medios que sean necesarios. Y en que es un derecho, de todos y todas, al que hay que dar el debido cumplimiento. Esa es la excepcionalidad cultural, ni más, ni menos.
Así que no es por nada, pero el gobierno en puertas tiene deberes por delante, dada la herencia que estamos recibiendo. Y que son urgentes, antes de que esto se convierta, ya definitivamente, en un erial. ¿Sueños? Pues claro, tal como va la vida. Pero soñar es gratis, que si fuera de pago muchos y muchas no podríamos ni eso.
Verano y Humo. De la película, hay videoversiones disponibles en las distribuidoras de contenidos, ya saben (yo tengo rabia a Amazon, así que no la nombro). Del libro, de la obra de teatro de Tennessee Williams, tan para el verano como su nombre indica, hay relativamente disponible la edición de bolsillo de Losada. Ojalá que el humo, este verano, se reduzca al del título del autor de Un tranvía llamado deseo, y al de nuestros semiclandestinos cigarrillos, y no se lleve por delante más bosques, que nos hacen falta, literalmente, para respirar.
No, no va del dramón de Tennessee Williams, ese dramaturgo tan americano, al que yo veo con la cara de Marlon Brando, aunque la terrible película del mismo título, Verano y humo, que vi bastante después de su estreno en 1961, que no tenía yo entonces...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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