José Martí Gómez / periodista
“¿Cómo nos vamos a sublevar, si pueden echarnos mañana mismo?”
Jorge Barraza 6/07/2016
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No es muy educado entrar en casa de un periodista que acaba de escribir un libro sobre su trayectoria y decirle que ya está bien de hablar de nosotros mismos. Pero él está de acuerdo: cenar con un periodista, sin serlo, es insoportable. José Martí Gómez (Morella, 1937) cree que este es El oficio más hermoso del mundo, que es como se titula el libro que ha publicado en Clave Intelectual: una crónica personal que tiene poco de autobiográfica. Refleja un pedazo de la historia de todos a través de las anécdotas y personajes con los que el periodismo le ha obligado a cruzarse.
Si el lector cree, por ejemplo, que las escuchas al ministro Fernández Díaz son una gran novedad, Martí le recuerda que ya en los 90 el CESID tenía que hacer barridos en el despacho de la socialista Margarita Robles para garantizar la confidencialidad de sus conversaciones. Aquellos eran los tiempos del GAL pero las tensiones internas en las fuerzas de seguridad, negadas entonces y negadas ahora, parecen seguir dando sus frutos.
Hablando de policías y periodistas, Martí hace una curiosa analogía: “Son dos profesiones que tratan de investigar. Las dos se basan en fuentes y en confidentes. En chivatazos. Si no viene alguien con una carpeta, ¿yo qué coño sé qué pasa en el consorcio de la zona franca de Barcelona?”. Así que en las dos se creen más poderosos de lo que son. “El periodista porque tiene el poder de escribir, el policía porque tiene placa y pistola”. Pero Martí nos devuelve a la realidad: en la prensa hace ya tiempo que “nos robaron la cartera”.
Demasiada pantalla y poca calle
La comparación no acaba. Un policía de la vieja escuela le confesó a Martí que hoy los suyos “ya no gastan suela de zapato”. Algo que, según el autor, también ocurre a los periodistas: “Hace cinco o seis años estuve recorriendo centros de acogida para personas sin hogar. En uno el director se mostró muy contento porque era el primer periodista que veía en persona; y no es lo mismo preguntar cifras que ver llegar a los sintecho a las siete de la mañana esperando a que abra el comedor; cómo hablan, cómo cogen la comida”. Tampoco lo es “escuchar por teléfono sobre cómo mueren mineros que bajar a una mina con un grupo de ellos después de un entierro”.
[El País] tiene columnistas que no interesan nada, información sesgada y el bochorno de unos suplementos que son un enganche para la publicidad
Pero todo eso cuesta dinero. Martí cree que sobrevivirán los diarios locales y, de los nacionales, aquellos con mucho rigor y calidad para un público menor. El siguiente reto será financiar los diarios digitales. “Su importancia radica en la ventaja de tener medios plurales”, anota. Hay ejemplos recientes sobre qué significa esto: “Cuando El País habló de los papeles de Panamá lo llevó bien abajo”. Y justo después apareció la censura empresarial al disidente, que por si hay alguna duda, “existe”. Sobre todo, la autocensura: “El periodista está en medio intentando hacer cosas; pero, ¿puedo escribir contra El Corte Inglés?, ¿puedo escribir contra La Caixa una información bien documentada? Lo dudo. Críticas pequeñas, sí, pero en determinados temas, si el periodista sabe que su empresa no va por ahí, no lo pone y se evita molestias”.
Martí pasó por El País y por El Mundo; en el entonces diario de Pedro J. Ramírez fue corresponsal en Londres. Recuerda a su director como “un pirata pero muy trabajador”. Se fue de allí sin tener muy claro si el diario era de izquierdas o de derechas, aunque no del todo: “yo creo que era más de derechas”, ironiza. Al que ya no reconoce es al diario de Cebrián: “Se mantiene por la inercia, pero ha dejado de ser un diario de referencia. Tiene columnistas que no interesan nada, información sesgada y el bochorno de una serie de suplementos que son un enganche para la publicidad”.
Las tertulias no son periodismo
Cuando no hay dinero para el reportaje, el género más frecuentado por Martí, se cae en la opinión. Y la opinión ha hecho daño al periodismo, apunta él, cuando ha salido de los editoriales: “Que haya periódicos de diferentes tendencias lo encuentro muy normal, incluso que esos periódicos pidan el voto en unas elecciones. Lo que ha de diferenciarse es la información, que ha de ser neutra”.
Aún peor que la invasión de la opinión fue convertirla en tertulia. “Carlos Llamas, cuando dirigía Hora 25 en la Cadena SER, preguntaba a sus tertulianos si no era posible que una vez al año le trajeran una noticia. Ha sido nefasto, muy nefasto”. En la actualidad Martí colabora con Javier del Pino en la misma emisora y alaba que se haya prescindido de políticos y opinadores: “Gente experta, tertulianos ni uno. No lo llamemos tertulia, llamémoslo diálogo. Es gente que sabe de lo que habla, que es educada, que no grita y deja hablar al otro. Y está funcionando muy bien”.
Pino, junto a Jordi Évole y Josep Ramoneda, protagonizan el epílogo de este libro con una conversación; en persona y en las dependencias del CCCB. De ella surgen algunas ideas que Martí también comparte. Una, esencial, es que se ha perdido la esperanza: “Trabajé el tema del barraquismo. Las barracas eran jodidas. Eran uralita y un toldo. Se encalaban, tenían muchas flores. Ibas por allí y oías a las mujeres cantar. Dentro de aquel clima había alegría. Los hombres que bajaban de la montaña por la mañana y volvían por la noche tenían trabajo. Con el tiempo dejaron las barracas, con más o menos suerte. Ahora he estado en las naves industriales y allí no hay esperanza. Es miseria cronificada”.
Carlos Llamas, cuando dirigía Hora 25, preguntaba a sus tertulianos si no era posible que una vez al año le trajeran una noticia
En el periodismo, reflexiona el autor, tampoco queda alegría ni esperanza: “Las empresas no crean expectativas de abrirse camino. Cuando yo empecé, cobrábamos poquísimo pero había dos ventajas: teníamos ilusión y veíamos que podías prosperar; entrábamos en plantilla y te quedabas hasta que te jubilabas. Eso ha desaparecido. El contrato es ínfimo. ¿La gente no se subleva? ¿Cómo nos vamos a sublevar, si pueden echarnos mañana mismo? En la puerta hay 800 esperando. Y hay periodistas de 50 años pendientes del ERE de su empresa”.
Las redacciones son hoy asépticas. La tecnología las ha hecho así. Silenciosas, sin ruido de teclas y teletipos, lamenta Martí. Los periodistas entran y se sientan sin hablar en compañía de su botella de agua mineral. El escritor no las recuerda con nostalgia, pero cree que el clima es importante: “Yo empecé en Castellón y luego en El Correo y entonces los diarios se cerraban muy tarde. Muchos nos podríamos marchar antes, pero nos quedábamos allí de tertulia. Muchas veces venía gente interesante a ver al director y charlábamos con ellos. Ahora, cualquier chico joven sabe un huevo y está mejor formado, lo que no sé es si lo sabe aplicar. Falta un poco de pasión. Un año empecé a hacer información en el Palacio de Justicia. La sección tuvo mucho éxito y se apuntaron más. Algunos lo dejaron porque era muy pesado estar allí toda la mañana para que quizá no saliera ningún caso. ¿Y si sale? Eso es lo bonito”.
Cada vez menos testigos
Del pasado que comenta Martí cada vez son menos los testigos. Muchos españoles han nacido ya en democracia, y aunque se ha revisado mucho la Transición desde el punto de vista político se ha hablado menos del papel de la prensa, que él define como positivo. “Las empresas se dieron cuenta de que el franquismo había acabado y jugaron al cambio. En democracia la unidad de bloque antifranquista se acaba. Unos se van a un partido, otros, a otro y otros, a ninguno. Unos se ponen al servicio del partido descaradamente. Otros se venden a las páginas económicas. Eso, los listos. Otros son utilizados porque el político le invita a comer y se siente importante. Había un periodista muy mayor cuando yo empezaba que decía: hay que ver la cantidad de langosta que me tengo que comer para llevar un plato de alubias a mi casa. Eso fue degenerando y el periodismo perdió sus papeles”.
¿Ha habido corrupción en la prensa? Martí lo tiene claro: “Sí. En la sección de economía, mucha. Y en las otras secciones yo creo que hay periodistas que han cobrado de partidos y otros que se han vendido por una comida o por un cóctel”.
Esa degeneración quizá fue paralela a la de la propia política: “Ha habido una desmovilización provocada por los propios partidos y un empobrecimiento de la clase política. En los inicios de la democracia había gente preparadísima, tanto en los gobiernos de la UCD, como de Convergència o del PSOE. Ahora vas mirando y son de una mediocridad absoluta. La gente de prestigio ya no quiere ir a la política. La gente está harta con razón y busca alternativas”.
Hay periodistas que han cobrado de partidos y otros que se han vendido por una comida o por un cóctel
“Cada uno tiene su estilo. Ramoneda y yo hacíamos pareja. Él ponía el peso intelectual y yo la humanidad del personaje. Si voy solo soy de la técnica de escuchar mucho, dejar que el entrevistado coja confianza, se explaye. No soy de los que avasalla”, menciona Martí. Se define como alguien tímido y al parecer ese es su secreto para entrevistar: “Cuando llamo por teléfono para pedir la entrevista me paso con la educación. Me cuesta molestar. Después en la entrevista me lo paso bien. Hay entrevistados que te resbalan y otros te dejan huella”.
También están los que intentan marcar un gol y lo consiguen. Le pasó con Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid, que tras un largo elogio a los valores de la familia, la casa y los hijos fue preguntado por su amante y se echó atrás pidiendo proteger a sus hijos. Luego resultó que los hijos ya vivían con ella. Por toda la escuadra.
Un entrevistador tímido
Entrevistar a nuestros dirigentes políticos es más difícil: “El político, él solo en privado, es un tipo que suele ser culto, habla bien, es divertido, puede tener una conversación agradable y en un 90% te dice que su jefe es un inútil que les va a llevar a la ruina. La semana siguiente lees unas declaraciones que dicen que su jefe es el hombre ideal. O sea, mienten. Mienten porque hacen carrera en el partido. Si criticas te vas a la calle”. Por eso Martí considera que es más interesante entrevistar a gente con vidas interesantes fuera de la política.
El segundo secreto para hacer entrevistas es la humildad: “Muchas veces he ido a un entrevistado de ciencias y le he reconocido que no sabía del tema, que disculpase alguna pregunta si la consideraba una idiotez. Y lo agradecen. Agradecen que no vayas de chuleta. Y agradecen también que no vayas con un guion sacado de archivo”. Por supuesto, el periodista no puede ser protagonista: “A la gente lo que le interesa es que hable el entrevistado. El entrevistador hace de transmisor. Algunos entrevistadores se pasan”.
La gente de prestigio ya no quiere ir a la política
Martí no se olvida del clic. Es ese momento en el que el entrevistado se olvida del entrevistador y se muestra sincero. Cuando el primero regresa de su trance, siempre ocurre lo mismo: pide que eso no aparezca, que se quede ahí. “Y si eres decente, le dices que sí”. No le ha pasado más de una docena de veces.
La conversación con Martí sí fue transparente. En la entrada de su casa cuelgan dos viñetas prohibidas por la censura franquista, quizá para recordar siempre lo que, según él, le queda al periodismo de hoy: “resisitir y luchar”.
No es muy educado entrar en casa de un periodista que acaba de escribir un libro sobre su trayectoria y decirle que ya está bien de hablar de nosotros mismos. Pero él está de acuerdo: cenar con un periodista, sin serlo, es insoportable. José Martí Gómez (Morella, 1937) cree que este es
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Jorge Barraza
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