Alfonso Rojo.
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En algún momento entre 1994 y 1998, el salón de actos de la Universidad San Pablo CEU de Madrid recibió a Alfonso Rojo como torero de Puerta Grande de las Ventas. Allí, entre aspirantes a periodistas, curiosos y profesores, en un espacio abarrotado, nos habló de la guerra, del horror, de cómo sobrevivir o malvivir después de haber tenido la muerte tan cerca. Con algo de humor, sus gotas de cinismo, y una vocalización digna de mención, especialmente en estos tiempos de patata en la boca que padecemos. En ese salón de actos estaba yo, escuchando y tomando nota, por si se me pegaba algo, ya que era de las pocas a las que lo de estar en la guerra nunca se me pasó por la cabeza.
Por aquel entonces, Rojo y Pérez-Reverte eran los valientes del oficio, personas ante las que no cabía otra cosa que rendir pleitesía y a las que se toleraba cierta chulería (después de lo que habían pasado, a ver quién era el guapo que les rechistaba). Desde aquella charla, a Rojo lo vi mantenerse en un eterno marrón chocolate capilar y apenas lo leí. Lo escuché a ratos, eso sí, en tertulias con Ana Rosa Quintana (mi cerebro repetía como vulgar loro: mira, qué maja ella que le da trabajo al ex, qué buen rollo). Otro gran análisis de esta vedette, como saben.
Los periodistas hemos convivido con Alfonso Rojo como convivo yo con las discusiones de mis vecinos: me tensan pero al minuto doy gracias a los cielos por no vivir con ellos. Y a otra cosa.
El otro día estaba echando un vistazo en Twitter y uno de mis contactos retuiteó algo del excorresponsal de guerra: “Cómo hacer que sus tetas sean más grandes en diez minutos”. Caramba, revelador. Y por si no teníamos suficiente con el titular, una foto de una señora con un escote que haría palidecer a cualquier profesional sanitario y a mi misma madre. Aquello estaba a punto de explotar. No le di al clic por motivos que ahora no vienen al caso, pero eso me llevó a entrar en el timeline del director de Periodista Digital. Y temo quedarme a vivir ahí.
Rojo mezcla críticas a Podemos (nunca pudieron imaginarlo, ¿verdad?) con enlaces a temas sobre fans macizas de la Eurocopa, un poco de vídeos virales estilo “el león que devoró a su cuidador en ocho segundos” y un mucho de bizarrismo que lo convierte en carne de Torrente 6. Ya saben, tetas, culo, aproximaciones al porno y ese tipo de delicias. Observen esto del 2 de julio: “El amante huye en pelotas por una tubería al ver llegar al marido y se pega una chufa de espanto”. Elegante como un vestido negro de Lanvin.
Hace tiempo, alguien a quien quiero y que también ejerce el periodismo me dijo que no entiende cómo hemos acabado dándole la voz de experto y analista político a Sardá, uno de los padres de la constitución catódica más zafia. Pero, viendo a Rojo, tiendo a exculpar al presentador de Crónicas Marcianas porque creo mucho en la reconversión del ser humano (no digamos en los cambios de opinión).
El problema de Rojo es que simultanea ambas vertientes y, claro, acabas aconsejando a la vez cómo tener una copa D de sujetador y apuntando nombres como presidente de consenso. En todo caso, le eximo de parte de culpa (esto me ha quedado algo grandilocuente, como si a él o a ustedes les importara), porque esta versatilidad es consentida y pagada por otros. Rojo puede publicar lo que quiera en su medio porque para eso es suyo, otra cosa es que se lea y se analice si hay algo motivo de demanda.
Pero hay gente cuyo voto vale lo mismo que el suyo o el mío que se ha reunido y ha considerado que había que contar con él en el elenco de colaboradores. Que su opinión era necesaria para una tertulia de nivel. Es aquí donde me sale la parte liberal con la que convivo, como con mis vecinos, y creo que cada uno debe asumir su responsabilidad a la hora de alimentar los delirios ajenos. Ustedes verán. Otra cosa es que anden escasos de perímetro pectoral. En ese caso, hay unos push up estupendos y a unos precios competitivos. Y si no, vayan a un cirujano estético.
Lástima que aquel bloc de notas haya desaparecido de mi vida. Con el juego que nos habría dado.
En algún momento entre 1994 y 1998, el salón de actos de la Universidad San Pablo CEU de Madrid recibió a Alfonso Rojo como torero de Puerta Grande de las Ventas. Allí, entre aspirantes a periodistas, curiosos y profesores, en un espacio abarrotado, nos habló de la guerra, del horror, de cómo sobrevivir...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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