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La primera vez que abres la puerta ese puñetazo aromático resulta tan indescriptible como desagradable: huevo cocido en té. Tú no lo sabes porque esa masa de agua negra en la que flota algo que podrían ser huevos duros para ti es algo desconocido con muy mal aspecto así que evitas que tus ojos y esas cosas que se asoman desde la oscuridad líquida crucen sus miradas. Al principio sólo quieres comprar tu zumo o tu agua deprisa y dejar de percibir ese olor, pero con el tiempo ya no te parece tan desagradable y al cabo de unas cuantas visitas quizás incluso te hayas atrevido a hincarle el diente al huevo y ya ni siquiera notes ese aroma inconfundible que para mí ya es sinónimo de Taiwán y que impregna las más de 5.000 tiendas 7 Eleven que hay distribuidas por todo el país.
Las tiendas de conveniencia de esa franquicia de origen americano y hoy de propiedad japonesa son lo más parecido a Dios que uno puede encontrar en Formosa. En este país hay más 7 Eleven por persona que en ninguna otra parte del planeta.Y no le quedan a la zaga otras tiendas similares como Family Mart o Ok Mart. No hace falta ser taiwanés: las probabilidades de que tu cuerpo atraviese una de sus puertas al menos una vez al día son muy altas. Razones hay muchas, más allá de su ubicuidad --puedes encontrarlas incluso en parajes remotos en medio de las montañas--. Al principio acudes a comprar un agua fresquita huyendo del calor. Una vez dentro ves que hay mesas y sillas y te sientas a recuperar el aliento al frescor de su aire acondicionado. Además el wifi es gratis y no tienes que registrarte o sea que inevitablemente echas raíces allí. Luego descubres que tu tarjeta de crédito extranjera no funciona en ningún banco, pero sí en todos los cajeros de los 7 Eleven y tus peregrinaciones se multiplican. Luego comienzas a curiosear y además de los periódicos locales --en chino o en inglés-- descubres que puedes comprarte, por ejemplo, un cargador de móvil, o algo mucho más peregrino como unas bragas o un sujetador de emergencia --nunca se sabe en qué momento las puedes perder--. La oferta es heterodoxa y varía en función del tamaño de la tienda. Por supuesto en sus estanterías reposan todas las bebidas posibles, siempre hay café listo para llevar y en cuanto a comida, además de los huevos, hay varias opciones del menú taiwanés --abunda la oferta de cosas relacionadas con tripas, de la que aquí son muy fans-- y las clásicas guarrerías de tienda abierta 24 horas: patatas fritas, chocolates, helados, y todo aquello por lo que suspira tu colesterol y tu tensión arterial. El matrimonio sandwich-bebida por un euro es de lo más popular.
Pero lo mejor viene cuando descubres que allí, en ese lugar cuyo olor antes te repelía y hoy ya condimenta tus rutinas diarias, puedes hacer todas esas cosas que en otros lugares del planeta te obligarían a desplazarte por toda la ciudad: por ejemplo, pagar la factura del gas o de la luz, comprar entradas de conciertos, billetes de tren y de autobús, recibir envíos de Amazon si no tienes otra dirección, o dejar tu ropa allí para que la envíen a la tintorería y luego recogerla. Y encima sin límite horario puesto que no cierran jamás, ni siquiera ante la llegada de un tifón. También puedes enviar un fax --si es que aún conoces a alguien al otro lado para recibirlo--, hacer fotocopias, imprimir, recargar los minutos de tu teléfono, o llamar a un taxi. Además en todos los recibos de compra hay un número que sirve para jugar a la lotería que cada dos meses convierte en millonarios a un par de taiwaneses y probablemente la oferta no acabe ahí pero yo nunca había visto algo semejante.
Por supuesto la liturgia del consumismo en Taiwán tiene muchos otros frentes. Las opciones inagotables para comprar lo que quieras no están reñidas, como en Estados Unidos, con la posibilidad de tener educación universitaria prácticamente gratuita o acceso muy barato al sistema sanitario. La libertad aquí no sólo se mide en función del número de marcas de pasta de dientes a las que tienes acceso en el supermercado. Taiwán es una combinación de libre mercado y socialdemocracia a la europea, pero mientras en Europa aún hay férreos controles sobre horarios comerciales y uno puede pasear un domingo por la tarde por una calle de París y sólo encontrar tiendas cerradas, en Taipei cuando cae la noche todo grita: cómprame. Da igual estar en el centro que en un barrio periférico, la mayoría de los comercios no cierra hasta las 11 de la noche. Es el mejor momento de ver esta ciudad, entre otras cosas porque de día es tremendamente fea, urbanísticamente insalvable. De noche, en cambio, sus calles se iluminan con una lluvia de carteles de neón multicolor que la primera vez te hacen pensar en la visionaria Blade Runner, sus callejones llenos de sombras adquieren misterio y romanticismo y la efervescencia de la gente sentada en los restaurantes abiertos a pie de calle te llena de energía. De hecho, una de las cosas más populares de la ciudad son sus mercados nocturnos en los que, además de comer y beber hasta reventar por precios irrisorios -- es posible comer por menos de 2 euros--, te puedes comprar casi cualquier cosa
De día, en cambio, es el centro comercial uno de los pasatiempos favoritos de consumo, hay docenas repartidos por la capital pero hay que armarse de coraje para sobrevivir a ellos: la agresividad de sus empleados es enfermiza, mucho peor que el de aquellas trabajadoras de El Corte Ingles que hasta hace unos años te sacaban la tienda entera con tal de que compraras algo y cobrar su comisión. En Taipei se te acercan a ofrecerte cosas incluso antes de que te hayas puesto a mirar. Es efectivo, acabas llevándote algo con tal de que te dejen de abrasar. En las tiendas de conveniencia, en cambio, los empleados está allí para hacerte la vida más fácil y nunca te incordiarán si tú no se lo pides. Es el templo más inteligente dedicado al consumo que yo he conocido y a mí ya me han atrapado: me autoproclamo adicta al culto al 7 Eleven.
La primera vez que abres la puerta ese puñetazo aromático resulta tan indescriptible como desagradable: huevo cocido en té. Tú no lo sabes porque esa masa de agua negra en la que flota algo que podrían ser huevos duros para ti es algo desconocido con muy mal aspecto así que evitas que tus ojos y esas cosas que se...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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