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Wayde van Niekerk lleva en su ADN la historia del olimpismo sudafricano. Tensa y dura, tan necesaria de recordar como anhelante por ser olvidada. Como todo, en realidad, en el país que escorza entre dos océanos. El que Van Niekerk ha situado en lo más alto del mapa del atletismo. Porque ahora Wayde es, también, el hombre de la décima y media.
Lo que hoy es conocido como la República Sudafricana fue una de las paradójicas cunas del olimpismo en el continente negro. En un momento en el cual la mayoría de los nacidos en África competía, colonialismo mediante, para banderas europeas (el caso más paradigmático era el de los franco-argelinos), Sudáfrica llevaba con orgullo el ser la potencia olímpica de aquel cachito del mundo. Aunque lo hacía, claro, a su manera. A su deshonrosa y vergonzante manera.
El debut de Sudáfrica en los Juegos Olímpicos iba a ser todo un símbolo de lo que vendría después. Su bandera ondea por primera en San Louis, en mitad de la celebración más funesta de todas las ediciones, con escaso seguimiento de público y una segregación racial perfectamente asumida desde el desfile inaugural, denominado Anthropological Day, que mostraba miembros de razas y etnias inferiores (básicamente todas las no caucásicas) que más tarde iban a tener sus propias competiciones paralelas.
Allí, en esas particulares condiciones, compitieron los primeros atletas negros de la historia de Sudáfrica, dos maratonianos que se llamaban Lentauw openy Yamasani, y que provenían de la tribu Kaffir. Evidentemente no eran deportistas en el sentido actual, sino que se habían desplazado hasta San Louis con motivo de la Exposición Universal que se celebraba a la vez que los Juegos Olímpicos (o, más bien, al contrario), donde desempeñaban el papel de malvados zulúes en una representación de la Guerra de los Boers. Durante la prueba el público abucheó a los africanos, hasta el punto de azuzar perros contra ellos (se dijo que Lentauw tuvo que huir del circuito por esta razón), convirtiendo la competición en otra parodia aún más lamentable que la función teatral… Harris, otro representante sudafricano, sí que tenía un cierto caché: él era blanco…
En Londres llegan las primeras medallas para Sudáfrica, de la mano de Charles Hefferon y Reggie Walker, en maratón y 100 metros, respectivamente, mientras que en Estocolmo será Ken McArthur, un policía de Potchefstroom y raíces irlandesas, quien se imponga de nuevo en la maratón. De ahí en adelante la presencia sudafricana será habitual en los Juegos, con esporádicas apariciones en el medallero, y una constante que no se quebraba: solo blancos, solo apellidos holandeses o británicos. Ninguna representación del color de piel que tienen más del 90% de los sudafricanos hoy en día…
Hasta 1964 no actuará el Comité Olímpico Internacional excluyendo de los Juegos a Sudáfrica por su política del Apartheid. En Montreal la situación (deportiva, la otra llevaba décadas siéndolo) torna en insostenible, cuando varios países africanos solicitan la exclusión de Nueva Zelanda de los Juegos a celebrar en 1976, los de la pequeña rumana que jamás sonreía, en respuesta al hecho de que su selección de rugby se había enfrentado a la de Sudáfrica. El COI en este caso no acepta dicha petición, confirma a Nueva Zelanda y como respuesta 24 naciones africanas deciden realizar su particular boicot a estos Juegos Olímpicos (mucho menos recordado que los posteriores de EEUU y la URSS, por cierto). Sudáfrica estaba, como se puede apreciar, en el centro de la polémica a nivel mundial. No será hasta 1992 cuando, en vista de los cambios producidos en el país, con la liberación de Mandela y las reformas introducidas por De Klerk, los atletas sudafricanos puedan volver a competir en unos Juegos. Lo harán con bandera especial, como si su país estuviera a prueba. Heridas que iban a tardar, lean a Coetzee, décadas en cerrarse.
Hasta hace poco Wayde van Niekerk era, sobre todo, un ejemplo de tiempos que cambian. El hombre que nació apenas diez años antes de que la República Sudafricana volviera a competir en Barcelona. El de los padres atletas que vieron truncadas sus carreras por las sanciones a causa del apartheid. El de la tez oscura. El del apellido holandés. Símbolo viviente. Porque además era bueno, muy bueno. Un rostro amable, sonriente, moderno y evocador sobre un Estado que quiere vender la imagen de algo que anhela ser pero que, aún, no ha podido alcanzar.
Pero eso era hasta hace unos días.
Porque en Río de Janeiro, en el mejor escaparate posible, en mitad de una final de los Juegos Olímpicos, Van Niekerk trascendió. Dejó de ser un icono para mutar en una leyenda. Nada menos. Se le ocurrió dar una vuelta completa a la pista de atletismo en menos de 44 segundos. De hecho, rozando los 43 segundos justos. Se le antojó mandar a las páginas de los recuerdos a otro mito, otra figura imperecedera que será recordada ya por sus hazañas, pero no por sus récords. Porque esos han dejado de existir. Décima y media, nada menos. Quince centésimas que marcan de forma indeleble a Wayde.
Michael Johnson tenía zancada corta, rictus inmóvil y un estilo que dividía a los críticos. Van Niekerk, el único hombre que ha corrido más rápido que él los 400 metros, es más ortodoxo en su desempeño, más afín al canon. Incluso el rostro no deja traslucir emoción alguna durante esta prueba, una de las más duras, el momento preciso en el cual la velocidad y el fondo se dan la mano para exprimir el dolor de los atletas hasta extremos inimaginables…
Sorprendió, sí, lo inexpresivo de su imagen cuando supo que había taladrado la historia. Cara de sorpresa, casi incluso de miedo, como si temiera el momento decisivo en el que transponer la puerta de los recuerdos. Sorprendió, también, la aparente falta de crispación con la que alcanzó el logro, la ausencia de oposición, el correr dulce y sereno de sus últimos metros. Como si tuviera una marca aún más epatante en las piernas. Como si se guardase lo mejor para el futuro.
Precisamente es ese el siguiente desafío de Wayde van Niekerk. Porque una cosa es perduras y otra muy distinta trascender. De él depende, de su capacidad y su esfuerzo, el iniciar en Río una tiranía que se extienda durante años y juguetee con marcas todavía más alucinantes. Lo contrario sería quedar en menos de lo que parecía, en, tan solo, un fogonazo de belleza que cruzó, raudo, la velocísima y mágica pista del Estado carioca.
Wayde van Niekerk lleva en su ADN la historia del olimpismo sudafricano. Tensa y dura, tan necesaria de recordar como anhelante por ser olvidada. Como todo, en realidad, en el país que escorza entre dos océanos. El que Van Niekerk ha situado en lo más alto del mapa del atletismo. Porque ahora Wayde es, también,...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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