CINE DE VERANO
‘Brokeback Mountain’: no hay amores malditos
Hay todavía demasiados viviendo clandestinamente el amor “que no puede decir su nombre” del que tanto supo Federico García Lorca
Miguel Ángel Ortega Lucas 17/08/2016
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No hay amores malditos
Hay podre leyes usos
error espanto astucia
impotencias normas mentira
angustia doma compraventa
cobardía y calamidad
No hay amores malditos
[Horacio Martín/Félix Grande]
No hay amores malditos: siendo el amor la Ley –la única–, cómo va a ser delito honrarlo. Cómo va a estar proscrita la única actividad que absuelve al ser humano de su infinita capacidad de maldad, de su talento infinito para la estupidez. Y sin embargo los hay, existen los amores malditos: porque, mucho más abajo de esa ley última, en este querido mundo nuestro están las leyes: los usos, los espantos, las angustias, las compraventas; las cobardías. En eso estamos, hace ya unos cuantos milenios. En eso suele consistir nuestro delirante paso por la Tierra. En hacer todos los juegos malabares posibles por prohibir la vida, unos, y por evitarla o disimularla o hacerle chantaje, otros.
Claro que existen los amores malditos: los que esa señora obesa llamada Sociedad censura de manera continua, y que suelen ser los más interesantes, por tratarse de verdades perseguidas que molestan a la mentira ambiental. Pero no le es necesario armar escándalo, a la dicha señora, para sofocarlos. Es la propia peste social la que se encarga de ello, en silencio: el miedo de la turba inquisitorial aliado con el propio miedo de los acusados, vencidos tantas veces sin poder siquiera plantear batalla. Entre otras cosas, porque cómo explicarle a un simio la teoría de la gravedad.
O bien no hay amores malditos, o todos los amores que merecen tal nombre lo son. Es lo que voy rumiando, más o menos, conforme avanza la película de hoy, otro miércoles de agosto en el cine de la playa [aquí no hay día del espectador pero sí es el día de este espectador: los fines de semana hay demasiada gente, uno está más ocupado, y no hay manera de comprarle una fanta a mi musa de la tienda bajo el proyector]. Pienso esto y recuerdo de golpe, también, que en otra madrugada paralela de hace exactamente ochenta años uno de los más grandes cantores del amor maldito, y de todos los perseguidos y huérfanos de este mundo, fue asesinado en un paraje distinto pero tan hermoso como el del verano de la película, en una España con códigos morales horrendamente parecidos a los del Medio Oeste americano de treinta años después. Pienso todo esto mientras en la pantalla dos seres humanos –son dos hombres: ¿y qué?– se van descifrando poco a poco, el uno al otro, se van mirando de reojo cada vez con más urgencia, se van descubriendo sin expectativas hasta desearse sin remedio.
Claro que existen los amores malditos: los que esa señora obesa llamada Sociedad censura, y que suelen ser los más interesantes
Es el mismo amor oscuro que “no puede decir su nombre”. Hace hoy ochenta años [la fecha y las circunstancias están cada vez más claras], bajo la misma bóveda de “panderos de cristal hiriendo la madrugada” que vemos desde este cine, Federico García Lorca era fusilado y, probablemente, arrojado a un pozo en un punto de la carretera entre Víznar y Alfacar, en la vega de Granada. Antes, había peleado a brazo partido con su sombra, durante toda su vida de 38 años, por arrancarse la mordaza de hiel que le impedía decir que, siendo hombre, deseaba también a los hombres, amaba a los hombres, había sufrido por el amor de algunos hombres. Ahora, aquí, en la pantalla, dos ásperos vaqueros que apenas hablan se enseñan el uno al otro el mismo lenguaje prohibido.
Cómo será eso: no vivir en un secreto, sino ser un secreto. Vivir agazapado frente a todo lo que queda más allá de la propia máscara; ser alguien hacia adentro, y otro, obligatoria y conscientemente, para todos los demás. Ya sabemos que todos llevamos máscara, que todo es un baile de carnaval, que el mundo es la máscara de la máscara de otra máscara. Pero todo eso se sostiene porque apenas nos damos cuenta: qué pasa cuando debe uno llevar máscara en este baile tratando de que nadie advierta que es una máscara, siendo el único consciente de la impostura y tratando de sostener la farsa para sobrevivir.
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida
asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos
asombrado con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado siniestro
, escribía Lorca en Nueva York, en 1929. Testificando entre el dolor y la niebla de sus pesadillas la derrota que sintió al crecer, el desamparo de sus doce años: aquellos ojos míos de mil novecientos diez descubriendo con angustia que jamás iba a poder vivir plenamente a la luz del día en este mundo. Que su aventura primordial iba a fraguarse siempre entre las sombras, de noche, y que la fiesta continua de su talento y de su carácter iba a llevar siempre un velo de luto sobre los ojos. (En el colegio, a Federico, algunos le llamaban Federica.)
No sabemos cómo llamaban en el colegio a Jack Twist (en la pantalla, Jake Gyllenhaal) y a Ennis del Mar (Heath Ledger), pero no es probable que hubiera burlas de ese tono ni que les llamasen maricón: caracteres aparte, son hombres crecidos en un ambiente rural ultramacho (parecido al de Yerma, Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba) en el que la más mínima sombra de duda hubiera hecho temblar la tierra bajo sus pies. Recuerda Ennis, una noche junto al fuego y el río de Brokeback Mountain, tras reencontrarse con su antiguo compañero de trabajo y rendido ya ante la fuerza de gravedad entre ambos, aún intacta cuatro años después:
–Había dos viejos que tenían un rancho juntos cerca de casa. Earl y Rich. Eran la risa del pueblo, aunque eran dos pájaros muy duros. Encontraron a Earl muerto en una zanja de regadío. Le dieron con una llave inglesa. Le ataron y le arrastraron por la polla hasta que se la arrancaron.
–¿Tú lo viste?
–Sí; tenía nueve años. Mi padre se encargó de que mi hermano y yo lo viésemos. Joder, quizá se lo cargó él mismo… ¿Dos tíos viviendo juntos? Ni hablar. Podemos quedar de vez en cuando en algún sitio perdido, pero… (…) Aquí no llevamos las riendas.
“Si volvemos a engancharnos en un mal sitio, en un mal momento, nos matan”, había dicho antes Ennis. Engancharnos: se refiere a devorarse el uno al otro, con esa furia que cualquiera ha sentido al tratar de desaparecer en los brazos y la boca de quien se ama o se desea, de quien se esperó durante años o se acaba de encontrar esta misma noche: da igual. Se refiere a lo que cualquiera hemos hecho y ojalá podamos hacer muchas más veces a lo largo del tiempo que nos dure el desamparo. Y ahora debemos todos imaginarnos, los que no hemos padecido ese absurdo monstruoso, cómo será eso; cómo es eso de que a alguien, no, a muchos (muchísimos) de los que comparten genoma contigo, se les pueda ocurrir matarte por cualquier cosa parecida. Perseguirte, humillarte, condenarte, matarte, quitarte la vida, por besar. (El ser humano es un enigma interminable. Interminable.)
Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo
No hay amores malditos, pero hay, en este mundo, demasiados sitios en los que aún pueden matarte por besar (a otra mujer si eres mujer, a otro hombre si eres hombre: Dios mío, y qué, ¿y qué?); demasiados seres indescifrables dispuestos a dar de beber a su miedo prendiendo fuego al mundo, a atizar el fuego de su odio ahogando de vergüenza y de violencia y de muerte la inocencia del mundo, de todos los que quieren, sencillamente, vivir en paz su ley (la única ley que existe). Hay, todavía, demasiadas mujeres y hombres viviendo su inocencia en lo oscuro, con miedo a la luz del día y a lo que murmuran esas hienas que les odian pues temen lo que no comprenden. Hay, todavía, en este mundo y estas fechas, demasiados amigos y amigas inocentes a los que, según la noche o la energía del carnaval, aún se les puede intuir un velo de luto en los ojos ebrios de la fiesta.
Muchos, demasiados, todavía, deseando decir en voz alta lo que el Hombre Primero en el drama irrepresentable de Lorca (y nunca montado en vida del autor) sobre la homosexualidad que él tituló El Público: “Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. Te amo delante de los otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido arrancártela”.
Que todos puedan amar delante de los otros porque abominamos, todos, de todas las máscaras del miedo, y de todos los sicarios de las leyes, los usos, los espantos, las astucias, las impotencias, las normas, las mentiras, las angustias, las domas, las compraventas, las cobardías y las calamidades. (No hay amores malditos).
La camisa ensangrentada de Jack Twist, colgada en el armario (en el armario) de Ennis del Mar. Aquellos ojos suyos de nueve años de Ennis del Mar, viendo al asesinado en una zanja; viendo, como Lorca, que ya me han cerrado la puerta; viendo a su infancia como una rata que huía por un jardín oscurísimo. Lorca, empujado por las ratas a una zanja, con la luna bebiendo ya las últimas habitaciones de su sangre.
Ahogado, sí, bien ahogado, duerme hijito mío duerme.
[Qué hubiera sentido, pensado e imaginado Lorca, de haber visto Brokeback Mountain. Quizás una variable de niebla hasta escribir otro drama teatral suyo, paralelo y prodigioso; otra obra suya colosal que hablase del amor oscuro pero en el fondo, y como siempre, de todos los perseguidos de este mundo incomprensible.]
No hay amores malditos
Hay podre leyes usos
error espanto astucia
impotencias normas mentira
angustia doma compraventa
cobardía y calamidad
No hay amores malditos
[Horacio Martín/Félix Grande]
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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