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Tribuna

La desnuda desgracia del mundo

La masacre química en Al-Ghouta (Siria) en agosto de 2013 y el acuerdo posterior de prohibición de las armas químicas acabaron con la verdad, la justicia y la política

Yassin Al-Haj Saleh / Traducción: Alfonso Vázquez 3/09/2016

<p>Víctimas del ataque químico en Ghouta el 21 de julio de 2013.</p>

Víctimas del ataque químico en Ghouta el 21 de julio de 2013.

محمد السعيد

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Sólo dos semanas después del horrible ataque químico del atardecer del 21 de agosto de 2013, que mató a 1.466 hombres, mujeres y niños [en el suburbio de Al-Ghouta al este de Damasco], ocurrió otra masacre: el acuerdo químico entre Rusia y Estados Unidos. Los tres cadáveres de esta última masacre, los cadáveres de la verdad, la justicia y la política, fueron arrojados en las proximidades de las fosas comunes de Al-Ghouta para envenenar la vida de los sirios y las posibilidades de salvación de Siria y del mundo entero.

El cadáver de la verdad

El primer paso consistió en el asesinato y entierro de la verdad. A pesar de la celebración de los leales al régimen y del reparto de baklavas como símbolo de felicidad, el régimen negó su responsabilidad por la masacre. Algunos de los antiguos fascistas hablaron de la pulverización de Al-Ghouta con Pif-Paf (una marca de insecticida). La rabiosamente sectaria consejera de Bashar Al-Assad, Bouthaina Shaaban, no sólo afirmó que los “terroristas” (todos aquellos a los que se les ocurre resistirse al Estado asadista) llevaron a cabo el ataque, sino incluso que las víctimas procedían de la costa –insinuando así que eran alawitas– y habían sido secuestradas de sus casas y envenenadas en Al-Ghouta para que la oposición pudiera culpar al régimen. La ocurrencia más extraña, sin embargo, fue la de Naciones Unidas: acatar la petición de Rusia de no identificar a los criminales mediante una delegación internacional de investigación sobre… no, no sobre la masacre, sino sobre el uso de armas químicas.

Que el mandato de la delegación internacional se restringiese a confirmar el uso de armas químicas –como si fuese necesaria esa confirmación– fue absolutamente despreciable. Y lo que lo hace aún más despreciable es que el Estado que demandó esta restricción, Rusia, ha negado en todo momento la responsabilidad del Estado asadista. Esta actuación demostró que nuestro mundo está corrompido desde sus más altos niveles y que el sistema internacional quiso claramente mentirse a sí mismo, y a siete mil millones de personas, para poder absolverse de la incomodidad moral que supone proteger a un extraño asesino conocido por todos: Bashar Al-Assad.

No ayudó, desde luego, que ciertas figuras de la oposición siria, del Comité de Coordinación Nacional, contribuyeran a la campaña de culpabilización de aquellos que resisten al Estado asadista. Por ejemplo, Salih Muslim, miembro de este comité y co-presidente del Partido de la Unión Democrática Kurda, se presentó voluntario para acusar a los opositores del Estado asadista de matarse a sí mismos. Ninguno de estos testigos falsos ha revisado su posición en los últimos tres años. Además, algunos de los occidentales antiestablishment se unieron al coro. Seymour Hersh escribió un largo artículo en el London Review of Books sobre la complicidad de Turquía y del Frente Al-Nusra en el uso de armas químicas.

Que el mandato de la delegación internacional se restringiese a confirmar el uso de armas químicas fue despreciable

Nadie consultó a la gente de Al-Ghouta, una región que estaba y está densamente poblada; ni siquiera se pusieron en contacto con ellos para preguntarles si sospechaban de la responsabilidad de alguien más –de cualquiera, no sólo del régimen de Assad– o si habían notado alguna actividad sospechosa antes de la masacre. No se trató de un despiste o de falta de profesionalidad, sino que se debió a una práctica muy asentada, la de negar a los habitantes locales la capacidad de hablar por sí mismos, de decir lo que creen que es verdad acerca de sus vidas y de sus muertes. Sólo el periodista o el investigador occidental, que se las arregla para deslizar palabras deshonestas o suaves en medio de presentaciones brillantes, y con frecuencia insensibles, posee el derecho a hablar y escribir acerca de la masacre. Ni las víctimas ni sus conciudadanos tienen este derecho. Esto explica por qué esta práctica persiste, y por qué el sistema de información global es cómplice de los crímenes.

Todas las entidades y poderes mencionados contribuyeron a la muerte de la verdad y a su entierro junto a las fosas comunes de las víctimas de Al Ghouta.

El día después de la masacre, el Centro para la Documentación de las Violaciones (VDC), bajo la dirección de la brillante Razan Zaitouneh y con la ayuda de sus asistentes sobre el terreno, publicó un detallado informe acerca del crimen. Unos pocos días después, a éste le siguió otro informe. Antes de estos dos hubo otros sobre el uso de gases venenosos. Nadie tenía ninguna duda de que el régimen de Assad había cometido el crimen. Además de Zaitouneh, Samira Al-Khalil, una activista y antigua presa, también publicaba diariamente y en directo, en su página de Facebook, lo que observaba. Y ella tampoco tenía ninguna duda sobre la responsabilidad del Estado asadista.

Una práctica muy asentada es la de negar a los habitantes locales la capacidad de hablar por sí mismos

Tal vez sus testimonios desde Al-Ghouta fueron una de las razones por las que una milicia salafista leal a Arabia Saudí secuestró a ambas mujeres, tres meses después del acuerdo sobre armas químicas. Esta milicia se había autopromocionado a la categoría de “ejército” un mes después de la masacre. Poco más de un mes después de la masacre, Razan recibió una amenaza de muerte por parte de un conocido miembro de esta milicia, instigado por otro conocido miliciano (el actual legislador de Jaysh Al-Islam, el Ejército del Islam). A Samira también la amenazaron personas muy conocidas, aunque entonces no teníamos conocimiento de sus nexos con la milicia.  

Razan y Samira fueron secuestradas junto a Wael Hamada (marido de Razan) y Nazen Hammadi (abogado y poeta). Los dos habían trabajado en el Centro para la Documentación de las Violaciones. Robert Ford, el exembajador estadounidense en Siria, pidió de forma imprecisa (y sospechosa) a algunos de sus interlocutores sirios que no acusaran a Jaysh Al-Islam del secuestro.

El cadáver de la justicia

El Estado asadista no sólo salió impune del crimen de Al-Ghouta, sino que además recibió licencia para seguir matando con otras armas. Se le concedió permiso para continuar castigando a los sirios que se habían levantado contra él, con una garantía internacional de impunidad. Las bombas barril del régimen son la continuación de la masacre química, mediante un medio mucho más letal y destructivo, y con efectos más devastadores.

Y la causa de ello es que las masacres nunca supusieron un problema para los actores internacionales más influyentes. El único problema residía en las armas con las que se realizase la matanza. La violación de la sacralidad de las vidas de los sirios nunca fue un problema. Sólo lo era la violación de una ley consagrada por los más poderosos hace muchos años para protegerse los unos de los otros.

La reacción de los actores estatales y las organizaciones internacionales más influyentes ante la masacre intensificó un método ya existente para tratar con causas como la siria y la palestina. Este método se basa en marginar la justicia, la libertad y la democracia, y en negar la acción política y la dignidad moral a los sirios, a los palestinos y a otros. Este método favorece a aquellos regímenes disciplinados al tratar con los más poderosos, y capaces de disciplinar a los más vulnerables bajo su mando.

El Estado asadista no sólo salió impune de este crimen, sino que además recibió licencia para seguir matando con otras armas

Tampoco este es un asunto de despiste, ni de mal juicio. Dimana de la estructura del poder internacional en el Medio Oriente y de las representaciones que se hacen de sus habitantes, que son atribuidas a la “cultura” y a la “mentalidad”, en suma, al “islam”. Se trata de un método que prefiere a los Estados antes que a las “cabezas corrompidas” [1] de los gobernados, aunque al mismo tiempo suponga el despojamiento de la soberanía y de la independencia de esos Estados a cambio de la protección de sus gobiernos.

Si partimos de que el acuerdo químico se realizó con el consenso de los poderes internacionales y con la sumisión de Naciones Unidas, la conclusión lógica a la que debemos llegar es sencilla; no hay justicia en un mundo liderado por estos poderes; aquellos que no puedan obtener sus derechos mediante el poder de sus puños serán aplastados, no sólo no recibirán ningún apoyo, sino que tampoco podrán dar una descripción o un testimonio de lo que les sucede. Sin poder, no hay derechos.

El acuerdo químico dejó a los sirios completamente expuestos. Es más, pareciera que solo merecen más masacres y destrucción, en parte debido a la obsesión con el Daesh de los medios occidentales, que han relegado a la oscuridad los crímenes de los asadistas y sus amos. Esa campaña mediática obsesiva sólo menguó hace unos pocos meses, cuando los medios de comunicación se dieron quizás cuenta de que estaban dando publicidad gratis al colonial y fascista Estado Islámico.

Esto merece investigación adicional, pero de hecho esta aseveración está probada, se refleja ligeramente en los mayores medios de comunicación occidentales, y en el estado de la democracia en Occidente ante el resto. Esto también muestra la conexión entre asesinar la verdad y asesinar la justicia, o la necesidad de deshacerse de la verdad para facilitar el asesinato de la justicia.  Es una conexión que conocemos bien en Siria. El asesinato de la verdad y la difusión de desinformación y de falsedades fue la puerta de entrada de los baazistas, y en particular de los asadistas, para negar a los sirios la justicia y la política. 

El cadáver de la política

La matanza química y la posterior protesta internacional fue una oportunidad para lograr alguna clase de solución política justa en Siria. Esa solución tendría que haber traído un cambio esencial del sistema político, lo que habría permitido la construcción de una nueva mayoría política siria. Esa solución debería de haber respondido a las aspiraciones expresadas por los sirios a lo largo de los dos años y medio anteriores. También habría respetado los instintos políticos de las potencias internacionales, que habían rechazado apoyar a los opositores sirios militarmente porque preferían… una “solución política”.

Las potencias internacionales han creado las condiciones perfectas para que el régimen rechace cualquier solución política que acabe con el sufrimiento 

El clima global era perfecto para impulsar con fuerza el cambio en Siria. Ni lo los rusos, ni los estadounidenses, ni los israelíes quisieron --estos últimos transmitieron su especial deseo de un acuerdo químico--. Tres años después de aquellas desgraciadas dos semanas, sucede exactamente lo opuesto: las potencias internacionales han creado las condiciones perfectas para que los asadistas y sus amos rechacen cualquier solución política que acabe con el prolongado sufrimiento nacional.

El acuerdo químico estuvo orientado a solucionar el problema del uso de las armas químicas. No se opuso, sin embargo, a la masacre en la que se usaron armas químicas. Tampoco trató de afrontar el problema de los muertos sirios, que ya habían llegado a los 100.000. El problema que resolvía incumbía sólo a Israel, a Estados Unidos y a Rusia. No fue un asunto que concerniese a los sirios. En absoluto.

El acuerdo químico ignoró las demandas políticas de los sirios y su lucha, continuando así el método asadista de negar a los sirios sus peticiones y derechos en su propio país. Para los sirios, que aspiran a la libertad, la justicia y la dignidad en su país, no hay diferencia entre las partes que orquestaron el acuerdo químico y el Estado asadista. Lo que nos dijeron los criminales artífices del acuerdo es lo mismo que nos dijeron los artífices criminales del ataque: no poseéis el derecho a la política; se os confrontará con la guerra, ¡y sólo con la guerra!

Así se arrojó el cadáver de la política encima de los de la justicia y la verdad. Se facilitó al Estado asadista y a sus socios la continuación de su empresa de muerte, hasta alcanzar el medio millón de víctimas de hoy en día. Su horizonte para matar está más abierto hoy de lo que nunca antes lo estuvo, sin atisbo de un final cercano.

Las Conferencias de Ginebra son la continuación política del acuerdo químico. Sus patrocinadores son los mismos, y se abstienen de ejercer presión sobre el Estado asadista. De hecho, uno de los patrocinadores internacionales, Rusia, lidera hoy el esfuerzo bélico del Estado asadista. Además, ni el régimen ni sus apoyos internacionales han mostrado nunca ninguna disposición a conceder nada a quienes se les oponen, ni han realizado ningún movimiento para el fin de la oligarquía en Siria, ni han aceptado que la total retirada de las fuerzas internacionales de Siria sea un objetivo de ese “proceso de paz”. Ni tan siquiera una sola vez el régimen o sus apoyos internacionales han aceptado alguna concesión política, ni tan siquiera han concedido que se distribuya comida y medicinas en las áreas asediadas, por no mencionar la finalización de los asedios o la liberación de los tristemente detenidos en las cámaras de tortura de Assad.

La causa siria es una causa global, más que ninguna otra en el mundo de hoy

Con estos condicionantes, las Conferencias de Ginebra se convierten en un esfuerzo internacional para empujar a los sirios a que destruyan su causa con sus propias manos, después de que los asadistas, sus amos y sus patrocinadores hayan destruido sus vidas y su país.

La desnuda desgracia del mundo

Lo asombroso en esta historia de una matanza pública es su enorme descaro: descaro en la mentira, en el engaño, en el entierro de la verdad, descaro en la protección del asesino, descaro en el asesinato de la justicia, en proteger la guerra y garantizar su continuidad; descaro en facilitar el trabajo de los invasores iraníes y rusos, y descaro de sus subordinados. El mundo de hoy está muy desnudo en su desgracia.

Por todas estas razones, el acuerdo químico ruso-americano fue una masacre aún más aborrecible que la propia masacre química. La verdad, la justicia y la política son valores que protegen las vidas de las personas. Cuando estas fueron asesinadas, se perdió la sacralidad de las vidas de las personas y su valor. Y sus asesinos se tornaron aceptables, tal vez incluso deseados. Esto es lo que ha ocurrido en nuestro país durante los últimos tres años bajo patrocinio internacional, después de que esto mismo estuviese sucediendo durante más de cuarenta años bajo un patrocinio menos global.

Esta es la razón por la que, desde aquel desgraciado día, el problema ya no es Siria, sino el mundo. Un mundo, cuya alma acarrea tres enormes cadáveres además de medio millón de muertos, es un mundo envenenado.

Los síntomas de este envenenamiento se ven en el alza de corrientes fascistas en todo el mundo, en la erosión de la democracia en todas partes, y en el deterioro de las corrientes de liberación, renovación y esperanza. La causa siria es una causa global, más que ninguna otra en el mundo de hoy. Y además es susceptible de llegar a ser un punto sobre el que giren los caminos políticos, intelectuales y éticos mundiales durante las próximas décadas.

Puesto que el mundo es nuestra causa, nosotros, los sirios, debemos trabajar de manera incansable para mostrar la sirianización del mundo, y la universalidad de nuestra causa. Nuestra primera tarea es hacer visible que la masacre química en Siria, y el posterior acuerdo químico, son incidentes sirios, y globales, que no pueden olvidarse. En Siria y en todo el mundo, debemos coronar a los héroes y falsos testigos de estos incidentes con su merecida desgracia.

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Yassin Al-Haj Saleh (Al-Raqqah, Siria, 1961) es escritor sirio y disidente político. Debido a su militancia en el Partido Comunista Sirio, estuvo encarcelado en diversas prisiones entre 1980 y 1996. Perseguido tanto por el Gobierno de Assad como por los islamistas radicales, huyó a Turquía, donde reside actualmente.

Este artículo fue publicado originalmente en árabe, y luego en inglés en la revista Al-Jumhuriya el 22 de agosto.

Traducción, de la versión inglesa, de Alfonso Vázquez.

[1] De acuerdo con la teoría de Adonis Ali Ahmad Said Esber (pensador y poeta sirio), el origen de nuestros problemas reside en las cabezas de la gente, no en las cabezas de los Estados.

Sólo dos semanas después del horrible ataque químico del atardecer del 21 de agosto de 2013, que mató a 1.466 hombres, mujeres y niños [en el suburbio de Al-Ghouta al este de Damasco], ocurrió...

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Traducción: Alfonso Vázquez

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