
El presidente de Rusia, Vladimir Putin.
KREMLINEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Con el reciente acuerdo sobre el conflicto sirio alcanzado con Estados Unidos, la Rusia de Putin corona una serie de logros diplomáticos y comerciales, que coloca al país en el centro del escenario internacional, y no precisamente como un generador de conflictos, sino, al contrario, de consensos.
La estrategia del jefe del Kremlin se basa en un pragmatismo sin reparos, válido para acordar con demócratas, dictadores, neoliberales o comunistas; y el argumento de construir un vínculo que permita el desarrollo económico mutuo.
La estrategia diplomática del Kremlin empezó a gestarse un año y medio atrás. En efecto, después de haber estrechado relaciones con China, y colaborar con Irán para que consiguiera el acuerdo por su plan atómico, Putin había empezado a tender puentes con las monarquías del Golfo (históricamente cercanas a Washington), pero el inesperado derribo de un caza ruso por Turquía en noviembre de 2015 obligó a cambiar las prioridades.
La clave puede hallarse en el regreso de Alexei Kudrin al Gobierno en mayo pasado. El amigo de Putin y exministro de Finanzas no retomó su antiguo cargo, pero fue apuntado como asesor presidencial.
El exministro de Finanzas es una voz valorada por Putin. Pocos tienen el beneplácito del presidente ruso para tomar el micrófono durante la coreografiada rueda de prensa que realiza cada año para dialogar con la “gente”, y señalarle un punto de vista opuesto al Kremlin. Kudrin lo hizo.
Mucho tiempo antes de su regreso, el exfuncionario martilleó incansablemente con que Rusia debía recuperar sus relaciones con otras naciones. A fines de noviembre de 2014, afirmó: “En cuanto a lo que el presidente y el Gobierno deben hacer ahora: el factor más importante es la normalización de las relaciones con sus socios comerciales, en general, con Europa, Estados Unidos y otros países”.
Si se presta atención a las últimas fichas movidas por Moscú en el escenario internacional, y a los encuentros bilaterales en el Foro del Lejano Este y la Cumbre del G20, se encuentran pruebas considerables sobre esta estrategia para recomponer e impulsar las relaciones con otras naciones.
El viernes pasado, los ministros de Exteriores de Estados Unidos y Rusia, John Kerry y Sergei Lavrov, acordaron, tras una maratónica reunión de catorce horas en Ginebra, un acuerdo sobre Siria que, según este último, “si es implementado, si es seguido, tiene la capacidad de proveer un cambio crucial” en el curso de la guerra en Siria.
El plan conjunto establece un cese de hostilidades (uno más a los ya anunciados y violados anteriormente), la entrega de ayuda humanitaria, y quizás la coordinación de ambas naciones para atacar a terroristas de Estado Islámico y Frente al Nusra. De respetarse, el régimen sirio y la oposición retomarían el diálogo para alcanzar un acuerdo político: un gobierno de transición y posteriormente un llamado a elecciones presidenciales.
Hasta el último día que Obama permanezca en la Casa Blanca, el jefe del Kremlin parece dispuesto a mantener la cordialidad
Moscú ha insistido más que Washington en la coordinación militar para atacar terroristas y, al menos discursivamente, también respecto a lograr un acuerdo político. Las razones del apuro pueden ser varias: la necesidad de recomponer la confianza con Estados Unidos siguiendo la sugerencia de Kudrin; la cercanía del fin de la presidencia Obama, y la incertidumbre por lo que continúe; y el costo político y militar de seguir inmerso en una guerra en Medio Oriente con final impredecible.
Hasta el último día que Obama permanezca en la Casa Blanca, el jefe del Kremlin parece dispuesto a mantener la cordialidad y no renunciar a la posibilidad de lograr un acuerdo real que despeje el camino a la solución del conflicto sirio.
El cerco de Washington
Una semana atrás, durante el Foro del Lejano Este organizado por Rusia en la ciudad-puerto de Vladivostok, Putin se anotó un triunfo diplomático y otro económico con Japón y Corea del Sur.
Respecto al primero, rompió el cerco de Washington y logró la asistencia del primer ministro japonés, Shinzo Abe, y de la presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye. Dos aliados tradicionales de Estados Unidos e, incluso, adversarios de la China de Jinping, principal aliada de Moscú. Según precisa el editor de Russia in Global Affairs, Fiodor Lukianov, la unión de Tokio, Seúl y Moscú serviría de “contrapeso estratégico frente al creciente poderío de China”. Algo en lo que, apunta Lukianov, también está interesado Japón.
Respecto al segundo, Putin consiguió que el primer ministro japonés y la presidenta de Corea del Sur se comprometieran a promover inversiones en el Lejano Oriente ruso, una región semiabandonada. Abe no sólo parafraseó a Putin al afirmar que, como el líder ruso, su sueño era “hacer de Vladivostok el conector entre el Pacífico y Europa”, sino que además llevó una nutrida delegación de dirigentes nipones para estudiar seriamente posibles inversiones.
Un equilibrio de riesgo es el que Rusia debe mantener entre Riad y Teherán
Por su parte, la presidenta surcoreana se mostró interesada en promover inversiones en sectores de la medicina, la construcción, la infraestructura y la tecnología médica, entre otros. Hacia el final, anunció su disposición a formar una “gran sociedad euroasiática”.
Sólo un día después del Foro, Putin se encontró con su aliado Xi Jinping en la ciudad china de Hangzhou durante la cumbre del G20. El líder comunista resaltó la unión de ambos países, que incluye enormes proyectos energéticos y de infraestructura en marcha, encuentros presidenciales trimestrales y ejercicios militares conjuntos, e instó al mandatario ruso a trabajar para “proteger la soberanía”.
Horas después, en una entrevista con medios extranjeros, Putin afirmó que apoyaba la decisión del Gobierno chino de desconocer el fallo del Tribunal de La Haya en favor de Filipinas por las islas en el mar del sur de China. Un gesto diplomático del ruso que puede leerse también como un tiro por elevación a Japón, con quien el gigante asiático también mantiene un conflicto territorial. Pero, sobre todo, prueba de que el acercamiento con Tokio y Seúl no significa descuidar la alianza con Pekín.
En el marco del G20, el presidente ruso se reunió también con su otrora enemigo, su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan. Un diálogo entre sonrisas y gestos amenos que confirmaba la recomposición del vínculo, luego de reunirse a solas en San Petersburgo semanas atrás.
Lukianov afirma que el interés de Moscú por recomponer la relación con Ankara es primordialmente político: “La guerra en Siria fue el aspecto más importante en la restauración de las relaciones, pues, para ser exitoso en Siria, es imposible tener a Turquía de enemigo”.
Putin quiere que Rusia sea la artífice de una solución en Palestina, y sueña con una cita cara a cara de Netanyahu y Abbas
Pero además del aspecto diplomático, la oferta económica jugó un rol importante. Rusia destrabó el embargo a productos turcos, y levantó la prohibición de vuelos chárter desde Rusia a Turquía. Un respiro para el sector turístico turco que tiene a los rusos en el top-tres de visitantes. Mientras, por el lado turco, se autorizó la construcción de la primera planta nuclear con tecnología rusa en suelo turco y se desempolvó el proyecto de un gasoducto que conectará ambos países a través del Mar Negro.
Para realzar el restablecimiento del vínculo, los medios rusos dejaron de ver con malos ojos la persecución a dirigentes opositores y periodistas turcos.
Un equilibrio de riesgo es el que debe mantener entre Riad y Teherán. Dos días antes de reunirse con el príncipe heredero de Arabia Saudí en el G20, Putin lo describió como un “socio muy confiable con el que se podía alcanzar acuerdos y estar seguro de que serían honrados”. Los ministros de Energía de ambos países rubricaron el acercamiento con la firma de un acuerdo para congelar la producción de petróleo en el futuro y equilibrar los precios.
Otra vez, haciendo gala de su diplomacia, Putin se cuidó de no afectar los intereses de otro de sus socios, Irán, al pactar con su archienemigo Arabia Saudí. El mandatario aseguró en su conferencia de prensa que Rusia “no interfiere en las relaciones entre Arabia Saudí e Irán, pero que los precios del petróleo deben ser justos”. Más adelante, precisó su punto de vista: “Irán debe tener la oportunidad de incrementar la producción de petróleo anterior a las sanciones”.
Armas y armas
Con Teherán, el Kremlin ha realizado un movimiento audaz. Tras la reunión de Putin con el presidente iraní, Hassan Rouhani, a principios de agosto en Bakú, capital de Azerbaiyán, para abordar mejoras en su cooperación antiyihadista, los aviones de combate rusos comenzaron a utilizar la base militar iraní de Shahid Nojeh para atacar posiciones en Siria.
Por otra parte, la oferta económica también estuvo sobre la mesa. Rusia autorizó la venta de los costosos sistemas de defensa aérea S-300 y trabaja en un proyecto para construir una planta nuclear con tecnología rusa en Irán. Teherán considera de importancia estratégica contar con sistemas de defensa antiaérea.
El vínculo con la república persa no solo trae riesgos para el acuerdo con Arabia Saudí, sino también para el vínculo con Israel, su otro archienemigo. El primer ministro hebreo, Benjamin Netanyahu, acredita un historial de visitas al Kremlin récord al lado de sus homólogos del mundo. Con Putin, ha construido una relación de confianza y de respeto mutuo sobre los intereses de cada uno.
Aún existe un complejo obstáculo para que Rusia recupere íntegramente la confianza con Occidente: la guerra en el este de Ucrania
El experto Fiodor Lukianov explica el vínculo poniendo énfasis en cualidades personales: “Ambos (líderes) se entienden muy bien, quizás incluso se aprecian. Pueden tener visiones totalmente diferentes en algunos aspectos, pero ambos piensan en categorías de seguridad; y no prestan la misma atención a la corrección política y a los derechos humanos, como en Europa. No tienen problema en decir: yo necesito esto, y a cambio te puedo dar aquello”.
Israel es también el centro de un conflicto humanitario y bélico histórico junto a Palestina. Después de los traspiés de Estados Unidos y Europa para lograr un entendimiento entre ambos territorios, Putin quiere que Rusia sea la artífice de una solución, y sueña con una cita cara a cara de Netanyahu y Mahmoud Abbas, presidente palestino, en Moscú. El líder ruso podría intentar sacar provecho de su buena sintonía con el primer ministro hebreo, y el anzuelo de una causa con aval internacional.
En otro sector del globo, Sudamérica, Putin también ha puesto a prueba los límites de su diplomacia. Después de visitar Argentina por invitación de Cristina Fernández de Kirchner; devolver el convite recibiendo en Moscú a la exmandataria, y elevar la relación a “estratégica” con acuerdos energéticos millonarios, Putin se reunió con Mauricio Macri, y, entre sonrisas, acordaron un negocio conjunto entre Gazprom e YPF y se comprometieron a impulsar el intercambio comercial.
Quizás Putin no esté al tanto de que Kirchner puede acabar presa y que, según ella, se trate de una persecución política. En cualquier caso, no se le escapa que la expresidenta y Macri sostienen visiones ideológicas contrapuestas.
Una situación parecida sucede con Brasil. Después de que la semana pasada Dilma Rousseff fuera destituida, Moscú se desentendió del hecho y afirmó que era un ”asunto interno del país”. Incluso bendijo a su sucesor, Michel Temer, al que describió como un “activo trabajador” en el desarrollo de las relaciones ruso-brasileñas. Antes, Dilma Rousseff era una aliada clave en el impulso del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). No por nada la ahora expresidenta viajó en julio de 2015 a la remota ciudad rusa de Ufá para participar en la séptima cumbre de esta asociación de países.
Lukianov sostiene que en América Latina “sobreestiman la dimensión ideológica” respecto de la política rusa. “Creo que es normal actuar de ese modo. Putin no puede cambiar los presidentes de otros países. Los proyectos deben seguir sin importar quién es el mandatario”.
Líderes como Tsipras y Renzi, o el ministro de Exteriores alemán, Walter Steinmeier, han manifestado, de forma discreta, su apoyo a Moscú
En Europa, la situación es más compleja. Quizás por “esa corrección política” que apunta Lukianov y el respeto a los derechos humanos en el viejo continente. Y aun así, líderes como el griego Alexis Tsipras, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, o el poderoso ministro de Exteriores alemán, Walter Steinmeier, han manifestado en más de una oportunidad, aunque de forma discreta, su apoyo a Moscú, incluso ponerle un fin a las sanciones.
Otros, como el austríaco Norbert Hofer o el húngaro Viktor Orbán, y dirigentes opositores como la francesa Marine Le Pen lo han hecho en voz alta. En este caso, la negociación política por parte de Putin es más limitada. Sólo podrá utilizarla con aquellos que expresan “valores” o ideología compatibles, como la líder del Frente Nacional francés. Sin embargo, la oferta económica —para un continente que va a camino a cumplir una década en recesión— no es nada desdeñable. Más si se considera a los empresarios italianos, alemanes y griegos, que antes de las sanciones vendían desde tomates a motores en territorio ruso.
A pesar de haber logrado calmar las aguas internacionales y de anotarse una serie de triunfos diplomáticos, aún existe un complejo obstáculo para que la Rusia de Putin recupere íntegramente la confianza con Occidente: la guerra en el este de Ucrania. Al menos por ahora, el exagente de la KGB no parece encontrar argumento para persuadir al presidente ucraniano, Petro Poroshenko, y alcanzar un acuerdo que detenga la muerte silenciosa y constante de personas en la región del Donbás.
Con el reciente acuerdo sobre el conflicto sirio alcanzado con Estados Unidos, la Rusia de Putin corona una serie de logros diplomáticos y comerciales, que coloca al país en el centro del escenario internacional, y no precisamente como un generador de conflictos, sino, al contrario, de consensos.
Autor >
Agustín Fontenla
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí