En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Bud Powell. Me emociono tan sólo con escribir su nombre. Bud Powell. Un estremecimiento recorre mi baqueteado cuerpo por entero, de cabo a rabo. Bud Powell. Un escalofrío me temblequea el alma aterida.
Bud Powell, entonces. Bud Powell, quien, aunque nunca lo supo, más que nada porque ya había muerto cuando tuve la suerte de toparme con su música, me acompañó años y años fielmente sin abandonarme nunca, iluminando las noches oscuras. Todavía hoy me acompaña.
A su sombra crecí. Con Bud Powell siempre a mi vera me adentré en el frondoso bosque que es el jazz y sin soltar nunca su mano, mano firme que guió mis vacilantes pasos, inicié mi andadura de trocha en trocha, de senda en senda, sin errar nunca el camino. No es poco, pues, lo que le debo.
Es cierto que cuando era un niño mi madre ponía algún que otro disco. Y recuerdo ver con ella en la segunda cadena, antes de acostarme, venga, a la cama, que ya es tarde, a unos tipos que tocaban la trompeta, el saxo o el piano y me dejaban fascinado. Y me acuerdo también de Cifu y de Paco Montes en la radio. Pero realmente empecé a escuchar jazz, a fondo, cuando me hice un chaval.
Dieciséis años tenía cuando me compré mi primer equipo de música: tocata, amplificador y un par de altavoces. Y de inmediato, en cuanto terminé de instalarlo, salí de estampida a la calle corriendo. Alborozado.
¿Lo he soñado o me metí en una pequeña tiendecita de discos, de esas de lance, que había en Reina Victoria casi esquina con Cuatro Caminos? Rebusqué, si no fue sólo un sueño, entre las pilas de discos, a ciegas, sin saber muy bien qué es lo que quería. Bueno, sí, quería comprar algún disco de jazz ¿Pero cuál? No tenía ni idea. Mi ignorancia era total. Nada sabía, así que revolví en todos los estantes y hurgué por allí un buen rato, confuso. Y, de repente, salido no sé de donde apareció ante mis ojos un disco con muy buena pinta, no sé por qué, la verdad, pero el caso fue que se me antojó estupendo. Coleman Hawkins-Bud Powell: Hawk in Germany. Y lo compré. Y mi vida cambió a partir de entonces.
¡Joder, la leche! ¡Qué pasada! Jamás había oído nada semejante, ni de lejos
Llegué a casa y puse el disco en el plato, mi primer disco de jazz. Y me quedé sin aliento, atónito. ¡Joder, la leche! ¡Qué pasada! Jamás había oído nada semejante, ni de lejos. Una pura gozada esa música brillante que me arrastraba de aquí para allá sin darme reposo, descoyuntado ya de tanto menearme que no podía parar quieto. Y lo puse de nuevo. Una y otra vez. Las horas pasaron sin sentirlas y ya tocaba cenar, que oía las voces apremiantes de mis padres que me llamaban con impaciencia. No me quedó más remedio que abandonar con harto dolor mi recién adquirido tesoro.
Tesoro que aún conservo, mi joya más preciada. De hecho, lo tengo ahora mismo entre las manos. Grabado en el Festival de jazz de Essen de 1960 por el sello Black Lion. Coleman Hawkins (saxo tenor), Bud Powell (piano), Oscar Pettiford (bajo) y Kenny Clarke (batería). Todavía hoy, tras tantos años, no he sido capaz de decidir si me gustan más las piezas con el trío solo o esas otras en las que también está Hawk con su saxo. Será cosa de seguir escuchándolo unos años más, a ver si así consigo llegar a alguna conclusión.
Tengo un hondo cariño desde entonces por Clarke, Pettiford y, por supuesto, Hawkins, maestro del tenor, ese gigante del jazz. Pero lo de Bud es distinto, no me cuesta nada confesar que siento algo especial, veneración es lo que siento, auténtica devoción. No sé, misterios del corazón. Tal vez por esa mirada triste, ese aire desvalido. Y por su piano, claro. Esas disonancias inverosímiles, esos cambios de ritmo inesperados, ese torrente desbordado cuando se lanza, un puro frenesí que de repente se aquieta en un plácido remanso, conciso, exacto, las notas justas y apropiadas, sus bellísimas baladas.
Engolosinado, salí a la busca de más discos de Powell. Y compré todo lo que cayó en mi poder. Solo, en trío, con un cuarteto, un quinteto, me daba igual, zas, al morral. Y sigo haciéndolo, que no me puedo resistir ante un disco suyo, me lo llevo, caiga quién caiga, me lo llevo, no se cruce en mi camino que lo arrollo, me lo llevo.
Compré todo lo que cayó en mi poder. Solo, en trío, con un cuarteto, un quinteto, me daba igual, zas. Al morral
Hombre atormentado, la cabeza poblada de pesadillas y demonios, cargó con su cruz como buenamente pudo. Media vida entre los muros de un manicomio, la razón a ratos perdida, ahora afuera y ahora dentro. Y la bebida y las drogas, acompañantes perennes de su tribulación. Fugaz llama que se apagó demasiado pronto, consumida su alma por la angustia, iluminó con su luz el Universo. Murió cuando no había cumplido los cuarenta y dos años.
Y pese a todo, pese a su locura, pese a sus borracheras, este genio desdichado nos legó una música sin igual, una música irrepetible.
Yo te saludo, loco adorado, divino loco.
_____________
Este artículo se puede escuchar también en el programa de radio Jazz en el Aire.
Bud Powell. Me emociono tan sólo con escribir su nombre. Bud Powell. Un estremecimiento recorre mi baqueteado cuerpo por entero, de cabo a rabo. Bud Powell. Un escalofrío me temblequea el alma aterida.
Autor >
Ayax Merino
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí