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ALEJANDRO PELAYO

Lo artesanal del piano

La mitad de Marlango divulga, a través del ‘crowdfunding’ y solo para sus mecenas, un primer trabajo en solitario

Francisco Pastor Madrid , 9/10/2016

<p>Alejandro Pelayo, sentado en el madrileño bar Manuela.  </p>

Alejandro Pelayo, sentado en el madrileño bar Manuela.  

F. P.

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Todos los días, el pianista Alejandro Pelayo (Santander, 1971) recibe el mismo correo en su buzón. Desde hace tiempo, un seguidor le pide que, por favor, toque Gran sol en uno de sus conciertos. Aquella pausada composición, escrita y publicada hace más de 12 años, fue el último single que Marlango decidió extraer de su primer disco. Y aunque el dúo —cuya otra mitad es la vocalista Leonor Watling— acostumbra a rescatar, en sus giras, algunas de esas canciones olvidadas, este no es el caso: la pieza no pasó más allá de una segunda ronda de conciertos.

Entonces, Marlango era un trío —estaba, a la trompeta, el neoyorquino Óscar Ybarra— que decía admirar a Tom Waits y querer llevar a la música el impresionismo de David Lynch. Su discográfica era el sello independiente Subterfuge. Los catorce cortes del álbum se grabaron en cuatro noches, ya que la tarifa más barata del estudio empezaba a las diez. Tres micrófonos captaban no solo la voz, el piano y la trompeta, que tocaban cada canción al tiempo y del tirón, sino a los tres o cuatro músicos que les acompañaban. Era un sonido “de los 40 y los 50, que muchos buscan, cuando en relidad es así de sencillo”, valora Pelayo. Su sueño, al grabar aquello, era tocarlo en directo: y ocurrió, por primera vez, en un local de Burgos. Pero ese primer año dieron más de 90 conciertos y vendieron más de 60.000 discos.

Fue después de publicar un segundo elepé cuando la casa discográfica vendió el contrato que le unía al grupo. Pelayo estaba en un taxi cuando se enteró de que su siguiente disco estaría producido por Universal. De ahí, y álbum tras álbum, llegaron las colaboraciones con Rufus Wainwright y Enrique Bunbury, o la producción en Los Ángeles, “en estudios en los que graban quienes acumulan 20 grammies en su salón. No volvería a hacerlo, pero fue una experiencia, como ir por primera vez a un hotel de cinco estrellas. Me siento más cómodo en lugares más modestos”, apunta el autor, sentado en el madrileño bar Manuela.

Marlango también cambió —y su público se rejuveneció, anota Pelayo— cuando, después de cuatro discos en inglés, el trío se pasó al castellano. Hasta entonces, las canciones en lengua hispana del grupo nunca habían asomado en sus elepés, aunque sí en discos de homenaje a otros autores, actuaciones en directo o alguna banda sonora: siempre a partir de las canciones de otros artistas que Ybarra, Pelayo y Watling dejarían irreconocibles.

Son precisamente la exposición de los platós, el sinfín de entrevistas que llegaron de un día para otro, La herida invisible de Pelayo. Y así se llama el primer trabajo del autor en solitario. Ya antes de Marlango, el músico soñaba con grabar un disco —y en vinilo— en el que no se escuchara más que el piano. Y Universal, muy a pesar de haber difundido cuatro de los seis álbumes de Marlango, no vio claro publicar un trabajo en el que la cuerda pulsada lo fuera todo. Así que el teclista, cuyo anhelo dormía desde hacía casi dos décadas, decidió que no esperaba más. Se lanzó al crowdfunding con sigilo y a lo largo de la primavera.

“He aprendido mucho con esto. Me conmueve que un desconocido me escriba desde Norteamérica, me ofrezca cien dólares y ni siquiera me pida nada a cambio”, anota el autor. A lo largo de la pasada primavera, recaudó 4.425 euros con los que alquilar un estudio, un gran piano de cola y un micrófono que pendiera sobre la caja de resonancia. No era mucho dinero, pero las nuevas comunicaciones le ahorraron la distribución. A principios de septiembre, por fin, los 161 mecenas que aportaron dinero a la causa recibieron, en sus correos, los trabajos al teclado de Pelayo. Serán, de momento, los únicos que lo hagan.

Cuando el intérprete de clásico conoce artistas que no leen o escriben solfeo, bajan los humos

Solo al piano, quizá el teclista se reconcilie con aquel estudiante que se formó como intérprete y matemático de la música en el conservatorio de Santander y, más adelante, en la Juilliard de Nueva York —por la que han pasado el compositor John Williams, el trompetista Miles David o la soprano Sarah Brightman—. Fue de vuelta en Madrid cuando conoció que la música contemporánea también se aprendía en la calle. “El intérprete de clásico camina con un cierto aire de superioridad, hasta que conoce artistas que no leen o escriben solfeo, pero tocan tangos y seguiriyas. Ahí, bajan los humos. Paco de Lucía, ¿cómo no va a ser músico?”, argumenta Pelayo. 

Cuando sale al escenario, el autor cuenta con intérpretes acostumbrados a los dos cifrados: el clásico y el americano. Si le toca algún encargo más concreto, como apuntalar con música algún anuncio publicitario, el pianista argumenta que los artistas del conservatorio aportan “la precisión del cirujano”.

De hecho, y de alguna manera, siguiendo la estela de sus grandes ídolos —Schumann, Debussy o Nino Rota, “todos muertos”, subraya el autor— Pelayo soñó con una gran pieza que recorriese todo un disco. Sin embargo, cuando por fin, y tras seis discos junto a Watling, el músico encontró el tiempo para hacerlo, se decidió a dividir su trabajo en diez propuestas. Algunas, más desarrolladas que otras, “siempre que cupieran en un elepé, esa era mi condición”, recuerda el pianista.

Otro sueño que quizá se cumpla: Subterfuge, aquel primer hogar, está pensando en publicar y distribuir una pequeña tirada, en vinilo, de este primer trabajo; el cual Pelayo, agradecido con quienes aportaron su dinero, también hará llegar a sus mecenas. Atrás quedan otras tantas divagaciones al piano que, a lo largo de los últimos años, el músico ha grabado con su móvil y colgado en Soundcloud. Allí, supera los 50.000 usuarios únicos.  

“Me pongo a tocar y casi nunca encuentro nada. Cuando lo hago, lo capturo con el teléfono. Tengo conocimientos de armonía, pero son el último recurso. La música es más exigente: hay tres minutos en los que hay que contar algo, y casi nadie sabe el qué. Es volver de pescar con la cesta vacía”, apunta Pelayo. Cuando Watling y él se reúnen en torno al teclado, ella lleva retales de letras y, quizá, una intuición de lo que será la melodía. Aún no hay octosílabos, ni endecasílabos. “Entonces, planteo un primer suelo, de tres o cuatro acordes, casi siempre en 6/8 [cercano al vals]. Allí, las palabras caben mejor. Y probamos: si esta fuera la estrofa, ¿cuál sería el estribillo? Y lo tocamos más rápido, en 2/4 [el ritmo de las marchas militares] o en menor”, explica el autor, sobre las más de 80 canciones que ha compuesto Marlango.

Tengo conocimientos de armonía, pero son el último recurso. La música es más exigente

Si el teclista logra encontrar un hueco para presentar su disco en un concierto será, de hecho, tras alguna de esas tardes en casa, en las que Watling y él pasan las horas componiendo, “entre travesías del desierto, recorriendo, buscando calles secundarias, con desilusión, enfadándonos el uno con el otro”. Porque su último contrato les pide que publiquen, más pronto que tarde, un séptimo disco. Y a la composición dedicarán, quizá, “unos cuatro o cinco meses”. Aunque Marlango es “lo que ocurre entre los dos”, el autor reconoce que hay canciones en las que “la melodía y la letra vencen sobre lo demás. Y gana, digamos, el equipo de Leonor. Y al contrario, yo también cuento con mis victorias”. 

Al autor le gustaría probar a tocar boleros, vestidos solo de piano y voz. “Pero Leonor me responderá que no. Igual que, a veces, yo le digo que me ha traído una puta mierda de letra. Buscamos el conflicto, y entre nosotros ya no hay árbitro”, lamenta el pianista, aludiendo a Ybarra: “Puede que fuera el más importante de los tres”. Después de cinco discos junto a Watling y Pelayo, y con una prometida esperándole en Chicago, el trompetista dejó aquel valioso papel de mediador. Tras tres años de dúo, Pelayo fantasea con alguna infidelidad; quizá junto al novel Jacobo Serra o junto a la joven Zahara. Para la banda sonora de Hablar (Oristrell, 2015), el desliz ocurrió de mano de su esposa, Nur Levi.

Puede que [Óscar Ybarra] fuera el más importante de los tres

Durante un año de gira, a la que Marlango ha querido llamar delicatessen, y que ha llevado a Pelayo y Watling por toda España, pero también hasta México y Argentina, el grupo ha interpretado su repertorio a solas, a golpe de tecla y de garganta. He ahí la artesanía que el compositor querría desarrollar en un séptimo disco, y que acaba de vivir en solitario. La misma que aquel trío experimentó, durante cuatro noches, grabando un primer trabajo discográfico; aquel que les llevó hasta el Jazzaldia y alojaba entre sus piezas el añorado Gran sol. Pelayo promete que la tocará pronto. 

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Francisco Pastor

Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.

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