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Este verano estoy volviendo a muchas partes. Volver a los sitios es una parte fundamental de la nostalgia. A mí, al menos, me permite poner las cosas en su sitio, y hay muchas cosas que poner en su sitio cuando se trata de recordar. Dónde va esto o aquello, esto pasó aquí o allí, lo otro ya no está. Volver a los sitios permite reconciliarnos con nuestros recuerdos, devolverles su forma original, reavivarlos. Puede, claro está, que el sentimiento sea el inverso y que lleve a cierto desengaño hacia aquel recuerdo. No se agobie, no solo puede mantenerlo tal y como estaba en su cabeza, intacto, también puede celebrar su exclusividad; si hay algo que le pertenece, es la exclusividad de sus nostalgias.
A finales de agosto se celebran en el pueblo donde nació mi madre, sus fiestas de verano. Un pueblecito de Almería con menos de dos mil habitantes que durante unos días dobla su población gracias a las visitas que recibe de los municipios colindantes y de quienes vuelven al pueblo con maletas llenas de añoranza. Un ambiente familiar y acogedor que me acompañó durante toda mi niñez y parte de mi adolescencia, cada año diferente, siempre encantador: es lo que tienen los pueblos (tus pueblos), su gente y sus fiestas, que son encantadores.
Las colchonetas hacen saltar a niños y niñas. La orquesta levanta a señores y señoras del pegamento de sus asientos
Ristras de banderitas y bombillas cubren el pueblo, que ya desde temprano comprueba que sus calles tienen un bullicio distinto. Un bullicio de vida y alegría para ese pueblo que ha ido quedando relegado al olvido, pero que siempre encuentra alguna dirección en la que brillar, como una estrella que nunca se apaga. Los bares a reventar, a cualquier hora, porque siempre es buena hora para pisar un bar en fiestas. Por la noche, la música recorre las calles. Verbenas, flamenco, espectáculo; siempre hay algo que le invita a bailar durante horas. Ningunas fiestas sin su música.
Varias generaciones se dan citan: abuelos, hijos y nietos se sientan en la misma mesa; una mesa larguísima que ocupa todo el salón, feliz de estar ahí, deseosa de permanecer unida durante muchas más fiestas. Un montón de platos y un montón de manos. La mejor comida del mundo. Los mejores comentaristas de la sobremesa. Los mejores compañeros de siesta, y de fiesta. La compañía que le acerca a la calma y la tranquilidad de un verdadero retiro vacacional: su pueblo.
Cuando parece que terminan, suena la traca final. Un último aliento. Un adiós que dura un año completo
La plaza del pueblo evoca sus mejores años. La brisa nocturna saluda a todos los que esperan exhaustos el fin del calor veraniego. Los grifos de cerveza no dejan de obrar milagros. El puesto de churros despide el mismo perfume embriagador de siempre. Las colchonetas hacen saltar a niños y niñas por los aires. La orquesta levanta a señores y señoras del pegamento de sus asientos.
Van a empezar. Corremos hacia la casa. Aceleramos por las escaleras. Subimos a la terraza más alta. Nos apelotonamos. Nos impacientamos. Empiezan. El ruido de los fuegos artificiales urge a todo el pueblo a mirar hacia el cielo y festejar sus colores. Los fuegos artificiales se suceden los unos a los otros, como pidiéndose permiso entre ellos. Todos participan del espectáculo que mantiene en vilo a un montón de gente que ha dejado de hacer lo que estuviera haciendo en ese momento para levantar la cabeza y abrir un poquito la boca cada vez que hay una explosión en el aire. Y cuando parece que terminan, suena la traca final. Un último aliento. Un adiós que dura un año completo, pero que siempre vuelve a encontrarse en su propio recuerdo. Da igual cuánto tiempo pase, cuánto tiempo esté sin verlos. Permanecen, impávidos. Son sus propios fuegos artificiales.
Este verano estoy volviendo a muchas partes. Volver a los sitios es una parte fundamental de la nostalgia. A mí, al menos, me permite poner las cosas en su sitio, y hay muchas cosas que poner en su sitio cuando se trata de recordar. Dónde va esto o aquello, esto pasó aquí o allí, lo otro ya no está. Volver a los...
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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