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Cumplido el objetivo principal de cargarse a Sánchez (y su pretensión de encabezar un gobierno con Podemos y los independentistas catalanes), la duda ha vuelto a instalarse en el núcleo duro del PSOE. Tienen claro que no pueden ir a unas terceras elecciones porque no tienen candidato y la baronesa Díaz necesita tiempo para limpiar la sangre derramada y decidir su futuro “en la cabeza o en la cola”, eso sí, por el bien de España, no por interés particular. Pero al PP podría no bastarle ahora una abstención técnica que le permita formar gobierno; algunos de sus dirigentes exigen el apoyo socialista para los dos próximos presupuestos que debe presentar en Bruselas. De esta manera el PSOE completaría el viaje que emprendió Zapatero en mayo de 2010 y que lo convertiría seis años más tarde en apéndice del PP. 

Desde hace al menos dos décadas la socialdemocracia europea vive en una crisis de la que ha emergido ocasionalmente con programas de corte neoliberal o incluso thatcherista (Blair en el Reino Unido, Schroeder en Alemania). El caso de España ha seguido un patrón distinto, porque el triunfo de Zapatero en 2004 es inseparable de las mentiras de Aznar en torno a la guerra de Irak y el atentado del 11-M. Sería interesante saber si al PSOE le queda algún voto de aquellos jóvenes que en la noche electoral lo aclamaron en Ferraz al grito de “no nos falles”. Su impericia ante la recesión económica que nos golpeó de lleno en 2008, recién ganadas sus segundas elecciones con un programa expansivo y la promesa del pleno empleo, se saldó dos años más tarde con un plan de estabilización (“cueste lo que cueste”) nunca suficientemente explicado y que hundió las perspectivas electorales de su partido tal vez para más de una década. 

En 2011 el PSOE fue arrasado en ayuntamientos y comunidades autónomas (perdió en todas y sólo los pactos postelectorales le permitieron gobernar Andalucía y Asturias) antes de entregar las llaves de la Moncloa a un Rajoy que a la tercera había conseguido la mayoría absoluta, con la que ha gobernado como un autócrata para quien el Parlamento ha sido apenas un órgano para sancionar sus leyes. 

Durante el breve mandato de Sánchez los socialistas han logrado importantes cuotas de poder (gobiernan siete comunidades autónomas), más por su política de pactos que por una recuperación significativa del voto. En medio había surgido el huracán Podemos, como efecto de la indignación por el desigual reparto de los costes de la crisis. Sánchez ha resistido a duras penas la competencia directa en su espacio electoral con ocasionales guiños a la izquierda y a costa de una creciente sangría de votos, que a la luz de los últimos sucesos puede ser sólo un escalón previo a la irrelevancia. 

Todo lo que podía salir mal en el PSOE ha salido mal durante las dos últimas semanas. Primero el intento de presidir con 85 diputados un gobierno en coalición con Podemos y la anuencia de separatistas catalanes, unido a la promesa de consultar a los militantes. Y todo esto tras un estricto cumplimiento del mandato del Comité Federal de votar “no” a Rajoy. Aunque ya se ha ocupado  Felipe González de denunciar que era un “no” de mentirijillas, sólo en primera votación, porque el propio Sánchez le había anticipado que se abstendría en la segunda. “Me siento engañado”, añadiría González en una declaración hecha de madrugada desde Santiago de Chile y que serviría de contraseña (“Grandola, vila morena”) para activar el motín contra Sánchez .

La dimisión primero de la mitad de los miembros de su ejecutiva y un bochornoso Comité Federal después desembocarían en la dimisión del secretario general y el nombramiento de una comisión gestora. Su presidente Fernández ya ha anticipado su propósito de “despodemizar” el PSOE. La aplicación de este neologismo dejará en situación sumamente precaria a los presidentes socialistas de Aragón, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana y Extremadura, que fueron investidos con el apoyo de Podemos y que han tenido un protagonismo especial en la defenestración de Sánchez.  

El PSOE reafirma su voluntad de partido mayoritario, con vocación de gobierno. Si excluye a Podemos y a los nacionalistas, tendrá que decir si piensa gobernar a perpetuidad con el PP. Será interesante ver en el próximo Comité Federal cómo los disciplinados votantes del “no” a Rajoy se convierten en ilustrados defensores de la abstención para que Rajoy siga gobernando España y qué precio están dispuestos a pagar por ello, olvidada naturalmente la derogación de la reforma laboral y de la  ley Wert. Mientras tanto tesoreros del PP y comisionistas de diversa índole copan los banquillos de la Audiencia Nacional. Todo sea por el bien de España.