TRIBUNA
La socialdemocracia ha muerto, larga vida a la socialdemocracia
Las diferencias en las formas y los relatos del PSOE y Podemos ocultan sus amplias similitudes programáticas. Ni juntos ni por separado igualan la ambición redistributiva del Estado en los ochenta
David Lizoain 7/10/2016
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La martirización de Pedro Sánchez parece confirmar las peores sospechas sobre un PSOE supuestamente siempre a la deriva. Según este relato, ya no tiene sentido debatir sobre el futuro de la socialdemocracia, porque si aún no se ha muerto, ya se está muriendo. Pero lo curioso es que en medio de la agonía de los partidos socialdemócratas, la socialdemocracia hasta ha colonizado a su propia izquierda.
En España, la situación es paradójica. Los que no son socialdemócratas --los gemelos liberales y nacionalistas de Ciudadanos y la antigua Convergència-- a menudo lo pretenden ser. Esquerra Republicana, cuyo contenido intelectual se puede destilar en una serie de tuits, también. Los socialdemócratas oficiales no saben exactamente lo que son ni dónde están; gestora es el eufemismo que se pone a un pollo sin cabeza. Mientras tanto, New Left Review ha tachado a Podemos y sus homólogos como “socialdemocracias nuevas, pequeñas y débiles”. Los que siempre han trabajado para ser algo diferente son socialdemócratas a pesar de ellos mismos.
De momento, el PSOE aún tiene que decidir si recordará que votar en contra del PP es la piedra angular de su contrato con su electorado. Complicado, porque si el pasado es un país foráneo, el sector exterior tiene una mayoría en el Comité Federal por primera vez desde los setenta. Pero si el partido decide que un no al PP es necesario, luego puede proceder a la segunda conclusión: que tampoco es programa suficiente. Aún hay un debate muy pendiente sobre el futuro del proyecto, sobre todo cuando tantos que van de modernizadores están anclados en los noventa.
El riesgo para quien sueña con el sorpasso es acabar haciendo como los Borbones: olvidando nada, pero aprendiendo nada. Las dificultades que están pasando los partidos de la socialdemocracia, tanto en España como en el resto de Europa, no auguran nada bueno para las perspectivas de los rivales que les quieren desplazar. Los condicionantes son los mismos en una Europa cada vez más hostil a los proyectos redistributivos. Los que están mimetizando la socialdemocracia para desplazarla también heredarán sus dificultades, empezando por el contexto monetario.
La situación laboral española es un caso ejemplar de cómo las economías de los países industriales van de camino hacia la masificación de la precariedad
Formar parte de la zona euro no es un detalle menor: esta camisa de fuerza lo condiciona todo. Es complicado reflotar la economía sin los instrumentos convencionales de la gestión de la demanda. Todo el mundo --los sindicatos, los comunistas, los verdes, los socialistas, Jean-Claude Juncker, economistas estadounidenses con premio Nobel, hasta Sigmar Gabriel y Emmanuel Macron-- sabe que hay que reformar el euro. Pero nadie sabe cómo hacerlo. Mandan los Estados, sobre todo Alemania. Y en Alemania, quien crece es la Alternativa para Alemania (AfD) con su mensaje de rechazo hacia los inmigrantes, los refugiados, y la solidaridad con el resto de Europa. No pinta nada bien.
Syriza en su momento representó una revuelta desde abajo, desde la izquierda, y desde la periferia. Pero tras negociar duramente para conseguir un nuevo acuerdo, rechazar ese acuerdo, convocar un referéndum, ignorar el resultado de ese referéndum, y aceptar un acuerdo aún peor, ha sido el segundo partido en pasokizarse. Ya nadie quiere salir en las fotos con Tsipras; se va convirtiendo en un núcleo radiactivo. Nadie plantea ahora mismo una propuesta viable sobre la necesaria transformación de la zona euro.
¿Entonces qué hacer mientras tanto? ¿Cómo generar empleo y bienestar en condiciones adversas? Los alemanes han sacrificado bienestar para generar empleo; han logrado el pleno empleo mediante los minijobs, con salarios inferiores a 450 euros al mes. Ante esto, las autoridades europeas recetaron la devaluación interna para España: que se compitiera recortando salarios, una fórmula para reducir el paro, pero no la precariedad. Encima, hay que gestionar el trilema de Ryan Avent, corresponsal de The Economist (no eres nadie si no tienes tu propio trilema), que se genera en un mundo globalizado donde el trabajo abunda: no se puede tener salarios elevados, muchos trabajos, y resistir la automatización todo a la vez. Es decir, si tu trabajo se paga bien y se requiere de mucha mano de obra, un robot, y no un inmigrante, vendrá a por él.
El nuevo relato sobre la Transición, al ser demasiado reduccionista, complica la tarea de encarar el futuro
La situación laboral en España no es una aberración, sino más bien un caso ejemplar de cómo las economías de los países industriales van de camino hacia la masificación de la precariedad. Ya no se puede contar con que el sector privado vaya a generar suficientes trabajos con salarios dignos como para garantizar un nivel de vida decente para todo el mundo. Hay quienes no creen todavía que esto sea cierto (Ciudadanos) y quienes no se preocupan por este hecho (el Partido Popular); los demás están obligados a buscar respuestas.
Algunas ya están encima de la mesa. Se podrían crear muchos buenos trabajos relacionados con el bienestar de las personas (que en un contexto de no-distopía los robots no podrán ejercer), pero eso requiere de más gasto público y mayores ingresos. Se podrían complementar los ingresos, pero eso requiere de más gasto público y mayores ingresos. Se podría fortalecer y ampliar el Estado del bienestar, pero eso requiere de más gasto público y mayores ingresos. Aun sin tener en cuenta los objetivos de déficit, habrá que escoger entre más redistribución o más precariedad. Parte del debate sobre el futuro de la socialdemocracia --aplicable a otras fuerzas políticas-- será entender que no tiene mucho sentido debatir este punto.
Y aquí es donde el nuevo relato sobre la Transición, al ser demasiado reduccionista, complica la tarea de encarar el futuro. Desde 1974 hasta 1989, España aumentó sus ingresos tributarios como porcentaje del PIB un 15,2%. Un punto al año durante quince años. Ningún otro país de la OCDE, en los últimos 50 años, ha sido capaz de construir tanta capacidad fiscal en un periodo de quince años. La Suecia de Olof Palme, el parangón de la socialdemocracia, ocupa la sexta posición en este ranking; de 1966 a 1981, aumentó su capacidad fiscal un 13% del PIB. El matiz importante es que el punto de partida de Palme (35,7% en 1969) fue el punto de llegada de Zapatero (36,1% en 2006) durante los años de la burbuja.
Desde 1974 hasta 1989, España aumentó sus ingresos tributarios como porcentaje del PIB un 15,2%
La propuesta más radical encima de la mesa en este ámbito es la de Unidos Podemos: propone aumentar los ingresos un 3% del PIB a lo largo del mandato. Esta cifra es inferior al aumento durante los años que corresponden al primer mandato de Felipe González (4,7%), inferior al aumento durante su segundo mandato (3,6%), y muy ligeramente por encima del aumento necesario (2,7%) para recuperar el nivel de ingresos de Zapatero. La fuerza que pretende encarnar la tradición comunista y la energía del 15-M ahora nos ofrece una versión descafeinada de la socialdemocracia.
Es absurdo hablar de la podemización del PSOE, cuando está pasando al revés. Las diferencias en las formas y los relatos del PSOE y Podemos ocultan sus amplias similitudes programáticas. No será posible expandir y fortalecer el Estado del bienestar mientras no se resuelva el encaje territorial, ni sin que se dé una respuesta contundente al tema de la corrupción. Ambos son motivo suficiente para apartar los tentáculos del PP del Estado. Allí reside la tragedia de que no se haya llegado a un acuerdo para desalojar al PP en el momento más débil de su ciclo. Con tanto tacticismo, se va olvidando que los pactos de futuro tendrán que ser programáticos y no solo pragmáticos.
Tanto Podemos como el PSOE tienen que resolver si quieren ser socialdemócratas, y de qué manera; de momento, ni juntos ni por separado igualan la ambición de la socialdemocracia española de los ochenta. Así que quien tenga pretensiones mesiánicas haría bien en recordar que una segunda transición en España es mucho más probable si es para cumplir y no abolir a la primera.
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David Lizoain
Es economista, licenciado en Harvad University y Master en Development Studies por la London School of Economics.
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