Música y poesía
Dylan se cayó de la moto
El Nobel de Literatura para el músico y poeta coincide con el 50 aniversario de ‘Blonde on blonde’, el disco que fundamentó el pop posterior a los Beatles, y con la publicación de su libro ‘Tarántula’
Alberto Manzano 16/10/2016
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Se habla mucho últimamente y se dicen muchas tonterías. Pero hay que sacar punta a la pluma de ganso de plata para llenar de tinta los media. Patti Smith ha estado en Madrid representando su histórico Horses (1975), un disco que celebraba un aniversario con 40 velas apagadas a escupitajos. Yo la vi en el Palau de la Música de Barcelona hace algunos años (no tantos), y creí que aquella noche empezaba la revolución —otra revolución—. Pero en Madrid no hubo ni un ápice de aquella magia. Patti lo dio todo, pero el todo pudo con ella. La tuvieron que sacar del backstagecon máscara de oxígeno. Aquella noche, el calor era asfixiante. Y una ya tiene una edad.
Hace 60 años, 1956, fue el año de Elvis Presley. Colocó diecisiete canciones en las listas de éxitos —Heartbreak hotel, Hound dog, Love me tender, Don’t be cruel, Blue moon—, cinco de las cuales llegaron al número uno —y apareció en televisión en once ocasiones. El Rey Criollo hizo de la música un negocio (incluso protagonizó su primera película, Love me tender), y su influencia sobre millones de fans (ventiladores girando alrededor del mito para secar su sudor) se extendió por todo el mundo. Es lo que tiene el aire.
Aquel mismo año, Johnny Cash grabó I walk the line, Carl Perkins hizo lo propio con Blue suede shoes, Little Richard con Long tall Sally, Gene Vincent con Be-bop-a-lula, Chuck Berry con All over Beethoven, Fats Domino con Blueberry Hill y los Platters con The great pretender.
Pero, con altos zancos circenses, nos hemos saltado una década, y estamos en 1966, año que daría el disco más importante en la historia del rock: Blonde on blonde. Bob Dylan cohabitó en las listas con Elvis Presley y Frank Sinatra. Era el mejor año para Strangers in the night y Love letters. Incluso para el Paint it black de los Rolling Stones ¡y el Black is black de Los Bravos! (única entrada en las listas norteamericanas en esa década de una banda española de rock, capitaneada por un holandés, todo estaba muy negro), incluso para los Beatles, que colocaban dos LPs, Revolver y Rubber soul en las listas.
Estamos en 1966, año que daría el disco más importante en la historia del rock: Blonde on blonde. Bob Dylan cohabitó en las listas con Elvis Presley y Frank Sinatra
Pero estamos hablando de Bob Dylan, el hombre que hizo que la música fuera lo que es gracias a lo que hizo y que acaba de llevarse el Nobel de literatura. ¿Qué hizo? ¿Qué hizo esa especie de renegado matemático que infectara la ciencia con un mutante sentido de lógica, siempre cambiando todas las ecuaciones, pasadas y futuras? Siempre Dylan fue un misterio. ¿De dónde venía, adónde iba, cómo sabía lo que sabía, qué era lo siguiente que iba a hacer? Como un comandante rebelde enzarzado en un combate mortal con los grandes brazos asfixiantes de la historia colectiva norteamericana revisada. Ah Dylan, Dylan, siempre juntando guijarros para el pueblo que se estaba haciendo, con tanta música que se le había cosido a los cabellos y hacía sonar el viento, con su camisa blanca que olía a bosque y las botas limpias de tanto viento, limpias.
Revolucionario por la consumación que significaba la simbiosis entre un rock cristalino y unos textos surrealistas e impresionistas —a años luz de cualquier compositor del momento (estoy convencido de que había leído mucho al Lorca de Poeta en Nueva York)—, Blonde on blonde fundamentaba el nacimiento de la cultura rock, de la era pop pos-Beatles, o del rock también llamado poético, que iba a catapultar el gran cambio que se produciría entre mediados y finales de los mágicos años 60. A partir de entonces, toda una generación de jóvenes se lanzaría en busca de algo que nadie sabía lo que era. Y Dylan se había convertido en el líder de ese movimiento.
Pero Dylan era un payaso maniaco, un almacén lleno de gracia, velocidad y urgencia —aunque siempre se marchaba despacio, mojándose las manos, con la mirada traslúcida—. Dylan era el tío más sexy, con sexo en el cerebro, el sexo más absoluto adquirido por la iluminación. Dylan era el rey absoluto sin pretenderlo y vestía la corona de espinas de Elvis. No había ningún ejemplo en el que pudiera mirarse, estaba solo y en la cima del mundo, como un visionario guiado por su propio sentimiento. Sin darse cuenta, había revolucionado la marcha del pop, y había dado a la canción el estatuto de arte.
A partir de entonces, toda una generación de jóvenes se lanzaría en busca de algo que nadie sabía lo que era
En noviembre del año anterior, durante una ceremonia secreta en Nassau, Dylan se había casado con Sara Lowndes. Todo el mundo le perseguía. Todas las revistas solicitaban una entrevista. Todos querían conocer la verdad que le había movido hacia aquel incomprensible huracán poético-musical y su abandono definitivo de la causa folclórica. El menor gesto suyo era analizado. Se le presentaba como un hombre solo en el desierto, de pronto convertido en profeta y rodeado de fieles. Y el hermetismo y la hostilidad de Dylan hacia la prensa estaban perfectamente justificados.
Pero es otro matrimonio el que nos importa. Aquel año, el productor Bob Johnston, en contra de la dirección del departamento de country de CBS, había convencido a Dylan para que grabara en los estudios de Columbia en Nashville su nuevo álbum, acompañado por sólidos músicos de sesión: Wayne Moss, Charlie McCoy, Kenneth Buttrey, Hargus Robbins, Jerry Kennedy, Joe South, Henry Strzelecki y Bill Atkins, a los que se añadirían los fieles Robbie Robertson (The Hawks/The Band) y Al Kooper. Pero el desarrollo del álbum era muy lento. Dylan escribía las canciones en el estudio mientras los músicos jugaban a las cartas. Cuando acababan una buena toma, los músicos volvían a las cartas hasta que la próxima canción estaba lista. En abril, después de grabar algunos títulos, Dylan realizó una gira europea con los Hawks, regresó a Norteamérica, terminó de grabar el disco y lo dejó reposar hasta su salida en junio.
Dylan escribía las canciones en el estudio mientras los músicos jugaban a las cartas
Blonde on blonde marcaría varios hitos en la historia del rock: fue el primer álbum doble de este género —el disco blanco de los Beatles saldría dos años después— y contiene una canción que ocupa, por primera vez, toda una cara de un álbum: Sad-eyed lady of the lowlands. Pero, además, Blonde on blonde era la más completa y descarada obra poética de rock, el manuscrito romántico-barroco-lírico de un bardo inasible, majestuoso, críptico, atravesado por un fino hilo de oro, un sonido fríamente cálido bajo la fina lluvia de un día soleado que plácidamente abría con cirugía celestial el corazón del misterio de la metáfora. Nadie podrá superar nunca ese sonido.
De nada sirve repasar una a una las 14 canciones incluidas en el disco —sería como sacar a flote el Titanic con una caña de pescar— en su mayor parte, un compendio de las relaciones tempestuosas de Dylan con las mujeres. Blonde on blonde, más allá de la exploración del poeta-vidente-roquero-cínico desentrañando la oscuridad, es el íntimo significado del enigma del alma poética tomando el cuerpo del rock. El matrimonio se ha consumado.
Aquel junio —coincidiendo con la salida del disco— todo estaba a punto para la publicación de Tarántula, una aproximación a la escritura automática, un género que había estado practicando insinuantemente en las contraportadas de sus anteriores tres discos rupturistas: Another side of Bob Dylan, Bringing it all back home y Highway 61 revisited. La gente empezó a hablar de Tarántula como del acontecimiento literario del año. Sin embargo, una llamada de su manager, Albert Grossman, al editor, retrasó su aparición. Bob había sufrido un accidente de moto y estaba ingresado en un hospital. Presentaba fractura de varias vértebras cervicales y conmoción cerebral. Al día siguiente, algunos periódicos anunciaron que Dylan había muerto.
Se habla mucho últimamente y se dicen muchas tonterías. Pero hay que sacar punta a la pluma de ganso de plata para llenar de tinta los media. Patti Smith ha estado en Madrid representando su histórico Horses (1975), un disco que celebraba un aniversario con 40 velas apagadas...
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