Tribuna
“O lo uno o lo otro”. Radicalidad y moderación en la nueva política
El cambio político se juega en la construcción organizativa, en la configuración de un polo de atracción de personas diferentes que sienten tanta fatiga con los de siempre como desconfianza ante lo nuevo
Eduardo Maura 12/10/2016
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En los últimos tiempos hemos escuchado diferentes reflexiones, en boca tanto de portavoces de Podemos como de comentaristas y críticos, sobre dos maneras de hacer nueva política. Una de ellas aparece como más dura, auténtica y directa; la otra se entiende como más moderada, amable y transversal. Con el tiempo esta conversación ha generado un pequeño almacén de imágenes: retorno a las esencias vs. transversalidad, Bruce Springsteen vs. Coldplay, rock duro vs. pop, radicales vs. mayoritarios, etc. La pregunta importante no es con cuál de las opciones nos quedamos, sino otra bien diferente: ¿ayudan estas imágenes a pensar y a hacer política? ¿Hasta qué punto nos encontramos ante un conjunto de falsas disyuntivas? Y al revés, ¿podemos rescatar algo de esta conversación?
Porque estas imágenes suscitan, a su vez, un número considerable de preguntas. Si hemos de retornar, ¿a qué esencias? ¿A las del 15-M, a las de la “izquierda transformadora” anterior al 15-M, a las del famoso “Podemos de los inicios”, tan duramente criticado entonces por los defensores del “auténtico legado” del 15-M? ¿Es acaso legítimo hablar de una esencia del 15-M, o se trató de un conjunto de prácticas y de desplazamientos afectivos, morales, culturales y políticos imposible de reducir a una cualidad?
Por otro lado, ¿qué significa ser mayoritario? ¿Cómo se cuantifica? ¿En votos, en “likes”, o más bien se mide en la repercusión en las conversaciones del día a día? ¿Es lo mismo ser mayoritario que ser mainstream? ¿Y lo mismo que ser popular? Llegados a este punto, ¿cómo resolvemos la polisemia del adjetivo “popular”, que puede apelar a lo tradicional y “propio del pueblo” contra lo nuevo o diferente, a lo “exitoso” contra lo “minoritario” o a lo “de bajo nivel” con respecto a la “alta cultura”? En este asunto lo único esencial, si lo hubiera, sería dicha polisemia, que es indecidible y nunca desaparece.
Si hemos de retornar, ¿a qué esencias? ¿A las del 15-M, a las de la “izquierda transformadora” anterior al 15-M, a las del famoso “Podemos de los inicios”?
Por ejemplo, ¿qué fue mayoritario en el 15-M, la horizontalidad relativa de los momentos más intensamente asamblearios, o más bien la impugnación de las élites económicas y políticas por medio de nuevas metáforas y discursos? ¿Cómo se hizo “popular” el 15-M? ¿Fue a través de lo que ocurría en las asambleas o bien de la pluralidad de imágenes y eslóganes que llegaron a los hogares de millones de personas que nunca estuvieron en las plazas? ¿Podría decirse que lo más radical fue precisamente esta capacidad de proliferación, inseparable de una vocación inclusiva y mayoritaria? De las respuestas disponibles ninguna agota la pregunta. Todas plantean dudas y su traducción política es, por momentos, simplemente engañosa.
Al mismo tiempo, para iluminar los rincones oscuros de este debate puede ser útil imaginar algunas escenas: ¿alguien se imagina a un “mayoritario” defendiendo un programa político diferente del de un “radical” en un debate con otras fuerzas políticas? ¿O a un radical defendiendo una respuesta diferente ante la desigualdad o la injusticia? Parece difícil de creer. Entonces, ¿lo que separa a ambos es meramente una cuestión de forma, y no de fondo, o es más bien al revés? Esto enlaza con una reflexión clásica: ¿son las formas políticas algo separable de las cuestiones de fondo? Cabe pensar que en política todos los debates son de fondo, se den en el nivel de las formas o en cualquier otro, pero en este caso sigue siendo difícil de comprender la diferencia fundamental entre lo uno y lo otro. Una lección que puede extraerse de todo lo anterior es que nos encontramos ante un problema metodológico y de comprensión de la realidad que queremos cambiar.
¿Alguien se imagina a un “mayoritario” defendiendo un programa político diferente del de un “radical” en un debate con otras fuerzas políticas?
Cuando se trata de valorar una propuesta política, no es metodológicamente aconsejable separar la forma del fondo porque con ello se escamotea algo decisivo: el hecho de que la realidad está compuesta de relaciones sociales, percepciones e imágenes, de instituciones cotidianas como los prejuicios o las inclinaciones, y de palabras y acciones, no solamente de cosas. La realidad del día a día —que por inmediata nos parece lo más verdadero de todo y a la vez lo que más nos engaña— no permite diferenciar radicalmente entre forma y fondo. En el gesto más nimio de la vida cotidiana la forma y el fondo son inseparables. E incluso si redujéramos “las formas” a las partes aparentemente verbales y escénicas de un discurso, que solemos entender como “superficiales”, habría que recordar, con Manuel Sacristán, que a la profundidad se accede siempre desde algún lugar de la superficie. Hay pocas actitudes tan realistas como el sano sentido común materialista de Sacristán.
Un último y muy conocido aspecto de este debate tiene que ver con la cuestión de quién pone las etiquetas. Aunque existe un acuerdo generalizado sobre “hacer lo contrario de lo que dicen los editoriales de PRISA”, merece la pena repensar el asunto.
A este respecto, Søren Kierkegaard, autor de O lo uno o lo otro, hacía una reflexión interesante: “Toma consejo de tus rivales”. Tomar consejo es diferente tanto de hacer caso como de hacer automáticamente lo contrario. Dejarse guiar por el rival no es una opción, pero llevarle sistemáticamente la contraria le concede el derecho a construir la carretera, por más que, una vez dentro, tomemos la dirección contraria. Es decir, permite que otro decida si el terreno de juego es más largo o más ancho y si lo que ocurre dentro se queda allí, o, por el contrario, desborda los límites establecidos. Por ejemplo, sabemos por la dialéctica tradicional entre PP y PSOE que hacer política transformadora no consiste en chocar ruidosamente, como en una colisión frontal, sino en que el alcance y los límites de la confrontación no sean tan estrechos.
Aunque existe un acuerdo generalizado sobre “hacer lo contrario de lo que dicen los editoriales de PRISA”, merece la pena repensar el asunto.
Cuando Kierkegaard habla de “tomar consejo de los rivales” se refiere a reconocer la manera en que el rival dibuja el terreno de juego para poder cuestionar sus premisas. En este caso, parece claro que el adversario no reclama un Podemos concreto. Más bien quiere imponer que las decisiones se tomen en términos excluyentes entre sí. Exige devolver a Podemos al debate entre reforma y ruptura porque esa conversación ya supo resolverla hace cuarenta años. Suspira por poner las etiquetas porque sabe que da igual lo fiero que sea Podemos, siempre que sea posible encerrarlo con los leones, o lo que es igual, reducirlo a hacer “cosas de leones”. Para eso siempre hay un somnífero, una jaula o un domador. Al rival no le importa que Podemos sople muy fuerte, siempre que la flauta sea pequeña. No le preocupa que sea mayoritario, siempre que esa elección suponga una renuncia. Lo principal, en resumen, no es si Podemos es radical o mayoritario, sino convencer a todo el mundo de que hay que elegir y de que solamente hay dos opciones.
En suma, el problema no está en las partes. Como casi siempre, el problema comienza con las disyuntivas excluyentes y con la subestimación de la forma como algo superficial respecto al fondo. Ni las metáforas son superficiales ni las posiciones políticas son cuestión de elegir entre fondo y forma, o, en otras palabras, entre “decir la verdad” y “ser amable”. Donde se juega la posibilidad del cambio político, a corto y medio plazo, es en la construcción organizativa, en la configuración de un polo de atracción de personas diferentes que sienten tanta fatiga con los de siempre como desconfianza ante lo nuevo. La producción de las certezas del futuro se dirime en la capacidad estratégica y en las posibilidades de articulación cultural. La opción de chocar con estrépito siempre está ahí, pero empieza a ser inapelable que no se trata de reventar el medidor de decibelios, sino de inventar los sonidos con los que lograr un consentimiento que, por el momento, la mayoría social rehúye.
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Eduardo Maura es diputado de Unidos Podemos por Bizkaia y secretario político de Podemos Euskadi.
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