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Cada vez que escucho a algún intelectual decir que ya no tiene sentido hablar sobre América Latina constato la ideología de los 90 corriendo por sus venas: el dispositivo neoliberal operando sin ningún tipo de fisuras. Y este sentimiento nace de comprobar una y otra vez cuán hermanadas están nuestras historias, cuán dependientes somos los unos de los otros al momento de construir nuestros procesos políticos y narrativos. Por citar un ejemplo, ¿acaso la guerra de baja intensidad en Colombia no tiene grandes afinidades con la que se instaló en México y la que está tratando de implementar Macri en Argentina?
Podríamos decir que en cada país latinoamericano existen distintas narrativas que buscan borrar las memorias que nos hermanan. Entre estos múltiples relatos que mantiene la ideología neoliberal está la narrativa de unaColombia separada de Latinoamérica. Lo curioso es que esto se sostiene como un signo de distinción y vergüenza a la vez.
Entre estos dos polos emocionales contrarios observamos cómo de un lado se construye la ficción de asumir a Colombia como uno de los pocos países latinoamericanos que nunca interrumpió su democracia. De ahí nace todo ese habermasianismo chato que tiene atrapada a gran parte de las élites intelectuales, las cuales miran con ínfulas de superioridad al resto de sus países hermanos. Pero, del otro lado, aparece una y otra vez un sentimiento de vergüenza hacia el pueblo, como si este fuera asesino, ignorante y muy a gusto con la histórica violencia que lo acecha.
Aparece una y otra vez un sentimiento de vergüenza hacia el pueblo, como si este fuera asesino, ignorante
Creo que estos dos sentimientos, distinción y vergüenza, son el resultado de una gran distorsión histórica. No es casual que las élites sientan la distinción y el pueblo sienta la vergüenza. No es casual que tanta gente querida, ante los resultados del plebiscito, haya escogido la palabra vergüenza para describir su estado de ánimo. Y ese sentimiento no es otra cosa que un triunfo de las élites. Y es un gran triunfo porque es otra forma de desarticular a un pueblo y destruir cualquier lazo de solidaridad colectivo, es un sentimiento moral que cortocircuita cualquier reflexión histórica, política o económica. Es un sentimiento que te impide pensar cómo llegamos al punto en que un pueblo elige continuar la guerra.
Tras los resultados, muchas personas llegaron a decir que eso pasa por creer en la democracia y en el voto. Pero no nos confundamos, alguien como yo, que nació en dictadura y sabe lo que es la interrupción de la democracia, también sabe que ese razonamiento no conduce a ningún lado. El problema no es que haya democracia, el problema no es que la gente vote, el problema no es el pueblo. Como siempre, el problema son sus élites.
Nunca, pero nunca hay que despreciar al propio pueblo. Esa siempre será la mayor de nuestras derrotas y el gran triunfo de nuestros enemigos. Jugando con palabras fáciles, habría que pedir menos Habermas y más Gramsci para Colombia. El fracaso del plebiscito es el histórico fracaso del liberalismo en Colombia, es la larga desvinculación entre el pueblo y la política. El punto de vista habermasiano hizo creer a las élites liberales que en Colombia existe algo así como un “voto de opinión”.
El problema no es que haya democracia. Como siempre, el problema son sus élites
Por tanto, como la paz es lo más sensato que puede ofrecerse, esa élite creyó que el pueblo saldría a apoyarla en masa, a pesar de haber vivido el horror, a pesar de haberlo traicionado una y otra vez, a pesar de haber matado a Jorge Eliécer Gaitán, a pesar de burlarse de él y despreciar todas su formas de vida, a pesar de reforzar un odio de clase sublimado bajo un paternalismo cínico y cruel. Pero el problema es haber adoptado ese punto de vista esquizoide.
Creer que la razón siempre estará de “nuestro lado”. Y ahora que ese punto de vista de élite se siente “traicionado”, negando así las históricas traiciones que las élites cometieron, comenzarán a quejarse y vociferar sobre lo bruto e ignorante que es su pueblo. Una de las mayores responsabilidades como intelectuales latinoamericanos es tratar de romper con este histórico círculo vicioso, construir una narrativa opuesta y empezar a decir que la narrativa de la democracia liberal de mercado en Colombia, arropada bajo el racionalismo habermasiano, entró en crisis.
Es necesario problematizar de una vez por todo este discurso de la distinción democrática y la vergüenza plebeya, y asumir que la élite liberal conservadora es la mayor responsable de este gran fracaso. Es necesario volver a conectar con el pueblo colombiano, es necesario sentirse pueblo y no avergonzarse nunca más de ello. La movilización masiva que está teniendo lugar en Colombia en apoyo a los acuerdos por la paz es un signo de este cambio de paradigma discursivo.
Ante los resultados del domingo 2 de octubre es imprescindible entender la necesidad de cambiar las coordenadas retóricas y narrativas, dejar de hablar del pueblo como de ese otro del que me avergüenzo y consolidar mucho mejor el trabajo pedagógico. A fin de cuentas, se trata de dejar de lado el punto de vista de las élites y retomar el punto de vista del pueblo. Solamente así Colombia podrá construir una paz duradera, sucia, plebeya y muy orgullosa de sí.
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Luciana Cadahia es doctora en Filosofía de la Historia.
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Luciana Cadahia
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