Perfil
Zoido, una cara amable en un ministerio negro
El ex alcalde de Sevilla arrebató al PSOE su feudo con una campaña basada en un programa austero y en el uso de su cercanía y amabilidad. Su gestión, en cambio, tuvo como señas de identidad el rodillo de la mayoría absoluta
Jesús Rodríguez Sevilla , 13/11/2016
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El día en que tomó posesión como alcalde, Juan Ignacio Zoido Álvarez entró en el Ayuntamiento de Sevilla como un menudo Hércules victorioso. Acudió flanqueado por Mariano Rajoy y Javier Arenas, que ya afilaban sus espadas para asaltar La Moncloa y San Telmo meses más tarde. Semejante comitiva no era para menos: tras doce años de hegemonía socialista, había conquistado el principal feudo del PSOE con una mayoría absolutísima —20 de 33 concejales— después de una campaña redonda en términos políticos y de imagen. La prensa hispalense la bautizó como el “efecto Zoido”.
Al desgaste del gobierno municipal socialista y el PSOE como marca electoral sumó un mensaje sencillo, cercano y positivo. Ataviado con el traje de candidato-loseta, se pateó hasta el último rincón de la urbe para tomar nota de cada acera agujereada, cada parque sin columpios, cada alcorque sin árbol. Cercano en las distancias cortas y afable en el trato, conversó con miles de vecinos y les explicó su apuesta decidida por la micropolítica de los barrios y lo cotidiano, frente a los proyectos megalómanos y el urbanismo faraónico. Una propuesta que, en las postrimerías de la España del pelotazo y en una ciudad exhausta, sonaba novedosa, atractiva y sensata. Casi a futuro.
En cambio, su medida estrella supuso una involución. Nada más comenzar a gobernar, tumbó el plan que limitaba el acceso de los vehículos privados al centro de Sevilla. En su lugar, el nuevo regidor no planteó alternativa alguna, sino todo lo contrario: aparcamientos subterráneos dentro del casco antiguo, una iniciativa que no aparecía en su programa y que contravenía el Plan General de Ordenación Urbana. Todo un símbolo paradigmático de su forma de gobernar.
Durante su mandato, Zoido se dedicó de manera sistemática a incumplir sus promesas y contradecir su programa. Una fórmula de gestión que no es ajena a su jefe, Mariano Rajoy. La micropolítica se desvaneció apenas acarició el bastón de mando. La sustituyeron el impulso de un urbanismo desordenado, privatizaciones de servicios públicos, una política más orientada al turista que a los barrios y un empecinamiento por enfangarse en cualquier proyecto grandilocuente que se pusiera delante.
El Gobierno de los veinte concejales funcionó igual que el Ejecutivo de Rajoy en el Congreso: como un rodillo
También se esfumó el perfil dialogante. El Gobierno de los veinte concejales funcionó igual que el Ejecutivo de Rajoy en el Congreso: como un rodillo. El control aplastante del Pleno municipal no le bastó para sacar adelante muchas de sus grandes empresas. En unos casos, porque eran irrealizables. En otros, eran víctimas de la inoperancia política y una gestión deficiente. Es lógico: frente a esto, todos los concejales del mundo se antojan pocos. Zoido sentó cátedra en el arte de camuflar su acción frustrada con la excusa de la “herencia recibida”, además de la del “bloqueo institucional” por parte de la Junta de Andalucía.
La ausencia de logros que vender no privó al alcalde de su desmesurado apego por la propaganda. En la memoria permanece la final de la Copa Davis de 2011, otro evento megalómano que costó a los sevillanos un millón de euros pero permitió a Zoido retratarse jugando al tenis en el Estadio Olímpico. Tampoco pasaron desapercibidos los 650.000 euros –amén de cientos de miles más en publicidad– que otorgó por la vía de urgencia al ABC de Sevilla, su diario de cabecera, para la creación del portal Sevilla Ciudad. Lo que debería haber sido una web para dar voz a los vecinos acabó como un boletín oficial de barrio a mayor gloria de los delegados de distrito.
En los cajones del silencio quedaron los sobresueldos que Zoido cobró del PP entre 2006 y 2011, o el Caso Madeja, investigación derivada del Caso Mercasevilla, que el primer edil intentó vincular siempre al PSOE, pero fracasó. Mercedes Alaya imputó a uno de sus cargos políticos, Joaquín Peña, por participar –presuntamente– en una trama de sobornos a cambio de contratos públicos. Es más: por entonces el alcalde ya había otorgado 35 millones de euros en contratos a Fitonovo, la empresa protagonista de la trama, incluso después de conocerse la instrucción judicial.
Desde su nombramiento se han escrito ríos de tinta sobre el carácter conservador del nuevo ministro del Interior. Sobre todo por su querencia hacia las vírgenes y el incienso, un rasgo que comparte con Jorge Fernández Díaz, aunque no es el único. También el respeto por la legalidad, que para algo es juez, aunque en Sevilla se le olvidara retirar los símbolos franquistas como exige la Ley de Memoria Histórica. El aprecio por el orden es otra de sus señas de identidad. Los sevillanos recordarán su cruzada –con el ABC como fiel escudero– contra las ocupaciones de edificios vacíos para realojar a víctimas de desahucios, incluso a costa de dejar sin agua a familias con niños, o la imposición de un hilo musical de su gusto en todas las casetas de la Velá de Triana.
Tras quedar amortizado en Sevilla, Rajoy ha reconocido sus abnegados servicios al partido con una cartera que, en realidad, no es ningún regalo
Al igual que en la jura de su cargo como ministro, Zoido prometió dejarse la piel por Sevilla y trabajar las 24 horas por sus habitantes. Lo cierto es que durante buena parte de ese tiempo dejó de lado a sus vecinos por otros menesteres. Por ejemplo, para capitanear el Titanic en que se convirtió el PP-A tras el fiasco de las elecciones andaluzas de 2012. Un cargo del que acabó huyendo como del aceite hirviendo. Tras quedar amortizado en Sevilla –perdió ocho concejales y la alcaldía en 2015–, Rajoy ha reconocido sus abnegados servicios al partido –y al propio presidente del PP, de cuyo círculo de afines forma parte– con una cartera que, en realidad, no es ningún regalo.
El exalcalde hispalense tendrá que hacer frente a la estela negra dejada por Fernández Díaz, tanto a nivel político como de imagen. Zoido, al contrario que el gris ministro saliente, goza de un perfil cercano, amable y hasta dicharachero —tanto que posee una curiosa afición a lanzarse de cabeza a charcos innecesarios—. Una baza útil y valiosa para blanquear la imagen del ministerio. Harina de otro costal es la gestión de los pozos negros que le lega su predecesor, amén de lo movida que se adivina una legislatura que recién comienza y ya tiene sobre la mesa un recorte de miles de millones.
El día en que tomó posesión como alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido entró en el Ayuntamiento mientras una marea de indignados del 15M clamaba en la Plaza Nueva. En los próximos cuatro años deberá decidir si apuesta por la cercanía y el diálogo y huye de la mala gestión y los errores pasados. De lo contrario, puede que acabe encontrándose de frente esas protestas que antaño resonaron a sus espaldas.
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Autor >
Jesús Rodríguez
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