ARA MALIKIAN / VIOLINISTA
Música bajo la lluvia de las bombas
Galo Martín Madrid , 16/11/2016
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“Venga, tócame esto”, le decía su padre por la noche después de pasar todo el día ensayando. Entonces Ara cogía su violín e improvisaba una serenata casera para su familia y sus vecinos. Desde muy pronto aprendió a amenizar reuniones en aquel Beirut en el que llovían bombas. Una ciudad en la que intuye que se debía vivir muy bien, pero que él no conoció en su mejor momento. Le estalló la guerra civil del Líbano en plena infancia. Tuvo que irse en 1984, a mitad del conflicto, y regresar años después para descubrir su belleza. Durante el tiempo en el que estuvo llegó a realizar conciertos en los refugios antiaéreos, “para que de una manera u otra fingir que estaba todo bien”, recuerda el violinista. De esta manera, en aquellos sótanos en los que se concentraba la población, cada uno hacía lo que mejor sabía hacer. Dentro de la tragedia la vida sigue y, como apunta Ara, “es lo bonito del ser humano, que siempre busca la diversión, aunque sea en una situación trágica”.
A pesar de las lágrimas, no por la guerra, sino las que le provocaba su severo padre por hacerle practicar hasta la extenuación cuando no era más que un niño de siete, ocho y nueve años, le está muy agradecido, “gracias al violín soy una persona muy feliz”, desvela el músico. Su progenitor, además de ser un hombre muy disciplinado, era un enamorado de la música clásica y ese amor se la transmitió a su hijo.
Con 15 años y gracias a una beca de la Hochschule für Musik und Theater Hannover pudo seguir tocando el violín, para llegar a hacerlo de manera diferente. Para cualquier persona que vivía en el Líbano aquello era una escapatoria. Aunque no todo le resultó fácil al principio. Tuvo que separarse de su familia y sufrir la mirada de los otros. “Hoy no me molesta, vivo con ella y hasta me gusta vivir con esa mirada que me dice que no soy como el resto”, confiesa Malikian. Sin embargo, de joven y recién llegado a Alemania, sí que le hubiera gustado ser como lo demás. La experiencia fue tan traumática que llega a decir: “Fue duro, tanto que me parece que fue peor que la guerra”. Para Ara aquella vivencia se convirtió en un aprendizaje a lo bestia que le ha servido para sobrevivir y sentirse bien en cualquier lugar del mundo.
Una vez instalado en Hannover se enteró de que hasta que no cumpliera los 18 no recibiría dinero alguno de la beca que había ganado. “Por fortuna la suerte siempre me ha sonreído y encontré trabajo amenizando bodas”, recuerda alegre Ara. Empleo que consiguió fruto de la casualidad ya que una pareja de judíos creyeron que por su aspecto él también lo era y le preguntaron si conocía la música hebrea. Al no hablar muy bien el alemán entendió otra cosa y dijo que sí. Por un divertido error lingüístico estuvo cuatro años tocando en bodas judías.
Hasta me gusta vivir con esa mirada que me dice que no soy como el resto
Alemania fue el primer destino de muchos; Francia, Inglaterra y hasta Taiwán-.“Sí sí, hice un proyecto de un disco pop que funcionó muy bien. Estuve casi un año por allá haciendo el tonto. Fue muy divertido”, cuenta Ara. Después de tanto tiempo en el norte de Europa y tras una visita a España se da cuenta de que “yo soy de aquí”, explica Ara. Se le había olvidado, pero a él lo que le seduce es la vida mediterránea, la luz, la sonrisa en la gente, el estilo de vida español, que le recuerda al del Líbano. Entonces decide probar y desde aquella vez ya han pasado más de 15 años. Durante todo este tiempo de periplos y mudanzas, este admirador de J. S. Bach, que entiende que la música y la sonrisa son una lengua común, ha tenido que lidiar fronteras con un pasaporte libanés que era sellado unas veces con recelo y otras directamente rechazado. No se le olvida aquella vez que trató de entrar en Inglaterra con un pasaporte (libanés) que no reconocían por estar aquel país en su lista negra.
Menos mal para él, tenía un amigo (con el cual había quedado para verse) pianista que estudiaba con la hermana del violinista Yehudi Menuhin, de nacionalidad británica. Cuando llegó a sus oídos su situación envió un fax al aeropuerto, le sacaron de la sala de deportados y le permitieron entrar en Inglaterra. Más cómico fue lo que le sucedió al tratar de ir de Suiza a Italia en un túnel. “Los italianos decían que no podía entrar a Italia, a pesar de tener mi permiso de estar en España, pero, según ellos, no podía venir de un país de fuera sino que tenía que ir directamente a España desde Suiza. Entonces, di la vuelta y me fui al otro lado del túnel y los suizos me decían que no podía entrar porque no tenía su visado. El caso es que no podía ir ni a un lado ni al otro, hasta que los italianos se enrollaron después de que les tocase el violín dentro del túnel y me dejaron pasar”, narra Malikian, quien en la acutalidad ostenta la nacionalidad española.
Ahora anda de gira por Latinoamérica presentando su último trabajo, 15, su particular manera de conmemorar el tiempo que lleva en España (hay que sumarle uno más). En Madrid, en el Parque del Retiro y su casa, en el centro de la ciudad, hace un repaso de lo que ha sido su nómada vida y confiesa que solo tiene dos violines. Con ellos ha tocado en el neoyorquino Carnegie Hall, en el Musikverein de Viena Premios o en el madrileño Teatro Real. También la consecución de menciones y premios le acompañan desde que, en 1987, obtuviera uno de los Felix Mendelssohn de Berlín.
El ser humano siempre busca la diversión, aunque sea en una situación trágica
Si su manera de tocar música clásica ha conmocionado a ese estirado mundo, su pelazo y el cuero que cubre la camiseta negra, a juego con los pantalones y las botas, chirrían en los círculos puristas de la música clásica. “Hago lo que me gusta a mi manera e intento compartirlo con mi público. La música que toco, ya sea barroca, moderna, contemporánea, siempre lo hago con mucho cariño, amor y respeto. No critico a nadie ni hago reivindicaciones”, argumenta. Entre sus incondicionales están los niños, a los que él adora y con los que no deja de aprender. Fueron ellos los que le animaron a desprenderse de esa ropa que le hacía sentir ridículo (el frac) y vestir con la que se siente cómodo y le distingue de los demás.
El músico echa en falta en los adultos la naturalidad y la idea de que todo sea un juego, que ostentan los más pequeños. A ellos les dedica “Mis primeras cuatro estaciones”. Aunque también le emociona y admira “cuando veo a un señor de unos cincuenta años que ama tanto la música que se compra un instrumento y empieza a tocar con sus limitaciones. Me parece una imagen entrañable”. Entiende que para tocar música hay que tener frescura, tocarla como si fuera la primera vez. Estar enamorado. “La rutina es el peor enemigo para la música” según Malikian. El músico que antes se cortará el pelo que dejar de tocar su violín.
“Venga, tócame esto”, le decía su padre por la noche después de pasar todo el día ensayando. Entonces Ara cogía su violín e improvisaba una serenata casera para su familia y sus vecinos. Desde muy pronto aprendió a amenizar reuniones en aquel Beirut en el que llovían bombas. Una ciudad en la que...
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Galo Martín
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