RELATOS MELÓMANOS
La ruta cántabra de Quique González
Juanjo Cubero 20/09/2016
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Aquella mañana Arturo Belano y Ulises Lima desayunaron en un hotel de Guarnizo sólo para preguntar al camarero si estaba libre la suite 308 y si era posible pedir champagne en la habitación a horas intempestivas. Tenían pensado arruinar las tragaperras del casino de la capital aquella noche y necesitaban un refugio por si la racha se alargaba más de la cuenta y había que salir por patas. Confirmaron que en el cuarto cabía un colchón gigante, tal y como él comentaba en una de sus canciones, y se fueron a Renedo a pillar mota. Después recorrieron ciegos el Valle del Pas y pararon a comer albóndigas en un restaurante que parecía su Venta de Vargas. A la salida del pueblo repostaron en una gasolinera acordonada por la policía. Al parecer, había sufrido un alunizaje de madrugada.
Se marchaban ya a la playa de Valdearenas cuando lo distinguieron a lo lejos, en una estación de servicio, al otro lado de la carretera. Empaquetaba su equipaje en los asientos traseros del coche.
—¿Es él? —preguntó Lima.
—Yo diría que sí.
Lima tiró de freno de mano, dio marcha atrás y el Camaro entró en los aparcamientos quemando goma, relinchando.
—¡Grande, Quique! —exclamaron a coro.
—¿Qué tal?, ¿cómo estáis? —respondió González huidizo, mientras metía la guitarra en su Corvette.
Belano le admiraba tanto como a Cesárea Tinajero. Se había cruzado con él varias veces antes. Así a bote pronto le vino a la cabeza una mañana en la radio con Santi Alcanda y alguna noche de fiesta en la sala Barco, pero nunca se atrevió a saludarle.
Aquella vez era diferente. Llevaban todo el fin de semana recopilando pistas, echando fotos, visitando las localizaciones cántabras que luego Quique González filmaba en sus canciones. El viernes, sin ir más lejos, dejaron el coche en un parking, bajo el ayuntamiento, cenaron en La Conveniente y Lima encadenó al piano, entre croquetas, cecina y vino de la casa, Discos de antes y Reloj de Plata. Pasaron como fantasmas por El Central, junto al Paseo Pereda, pero no durmieron allí porque tenían negociado un cuarto de mala muerte en Maliaño (alto). Al final, la ingente cantidad de absenta que bebieron aquella noche en el Rubicón y la niebla de la hierba les nubló. Decidieron pasar la madrugada en el coche. Se despertaron temprano. Debían ser las 6 de la mañana.
Belano se quedó paralizado —y avergonzado también— por la manera en la que abordaron a González en aquella estación de servicio. Fueron tremendamente groseros. Intentó enmendarlo.
—Llevamos dos días visitando los lugares de Cantabria que aparecen en tus canciones.
González bajó la cabeza, encendió un pitillo y con ese tono de voz lánguido que identifica a todos los de su pandilla soltó:
—Tíos, sois muy freaks. Mientras no vayáis a mi casa, por mí no hay problema.
A Belano le cautivó la manera en la que González pronunciaba la palabra freaks —“con todas las letras, como güisqui, backliner o zinc”—. De repente, tuvo la sensación de que el diálogo comenzaba a fluir. El músico parecía haber perdonado la inoportuna puesta en escena de los real visceralistas. Había dejado a un lado el equipaje y lideraba incluso la conversación. Les explicó que estaba cargando el coche porque tocaba en Pontevedra al día siguiente.
—Acabo de llegar de Tarragona. He grabado allí el álbum nuevo con Ricky Faulkner. Va a ser un disco muy killer --con todas las letras--.
Después charlaron sobre la comarca pasiega y los cantautores catalanes de los 70.
—¿Nos queda algún sitio por visitar? —preguntó Belano para despedirse.
—No lo sé —dijo González—. Bueno, sí. Sarón. Es el primer pueblo que os vais a encontrar si seguís hacia la 634. En Sarón hay un garito, el Sombras, en el que ponen los mejores cócteles del mundo.
Lima fijó la vista en el retrovisor izquierdo, y cuando el Corvette ya enfilaba la carretera, decidió arrancar rumbo a la playa. Querían pegarse un baño antes de desbancar el casino de Santander. Acordaron no parar en Sarón y perdieron la oportunidad de tomar una copa con Charo, la chica que trabaja allí ahuyentando gallos con música de los Kinks. La ruta cántabra de Quique González y los detectives salvajes no estaba completa, pero en aquel momento Arturo Belano y Ulises Lima no podían saberlo aún.
—¿Te puedo plantear uno de esos enigmas retorcidos, como los de García Madero? —preguntó Lima.
—Dale.
—¿Qué es un freak?, ¿y un disco killer?
—No tengo ni idea, pero este tipo lo pronuncia con todas las letras, como rocanrol, sándwich, bloc, Bardot y frac.
—Es un viejo capo.
—Sí. Pero de los que están a la altura.
Aquella mañana Arturo Belano y Ulises Lima desayunaron en un hotel de Guarnizo sólo para preguntar al camarero si estaba libre la suite 308 y si era posible pedir champagne en la habitación a horas intempestivas. Tenían pensado arruinar las tragaperras del casino de la capital aquella noche y...
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Juanjo Cubero
Periodista y melómano.
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