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Si hay un dirigente al que le gusta entrometerse en las elecciones de otro país es Vladimir Putin. En las celebradas recientemente en Norteamérica ya desde hace tiempo tomó público partido por Donald Trump. Evidentemente esa opción tenía su fundamento y de aquí a enero, con la toma de posesión en Washington, el dirigente nacido San Petersburgo se seguirá frotando las manos y ello por muchas razones.
En primer lugar, por muchas similitudes personales entre ambos personajes. Ambos son bastante primarios en sus reacciones y aunque Putin lleve mucho tiempo gobernando y con experiencia pues tras licenciarse se incorporó a la KGB, sus comportamientos humanos y reacciones son muy sensibles y viscerales. Ambos tienen además un enorme concepto de sí mismos y en esa línea también se encuentran.
Además los dos son profundamente ricos. Trump, más exhibicionista, lo ha hecho desde el capitalismo salvaje y Putin desde las implicaciones en redes de empresas cuya oligarquía es lo que da conjunción al sistema.
Putin sabe que la llegada de un bravucón como Trump le pondrá en disposición de iniciar un cara a cara con EEUU
En segundo término, por sus concepciones políticas donde el valor de la democracia es muy relativo tirando a escaso tanto para uno como para otro. Putin dirige un Estado, el más grande de la tierra (17.075, km2 frente a “solo” 9.826 de EEUU) donde aprendió, tras la primavera efímera de Gorbachov, que ni sus conciudadanos ni sus antecesores habían vivido jamás en un sistema democrático y que prefieren un sistema de seguridades al de libertades. Eso se ha acompañado de mucho control de Putin de todos los resortes del poder, desde las televisiones, las alcaldías, la magistratura, etc.
Todo parte de la vertical del poder donde las decisiones se toman arriba y se ejecutan implacables. Para Trump, su esencia política está vinculada con enriquecerse, con el capitalismo puro y movilizando las reglas siempre a su favor, rechazando controles que le impidiesen alcanzar sus propósitos en su larga vida hasta ahora: to get money. Ambos gozarán además de amplias mayorías parlamentarias.
El tercer elemento que les identifica es el patriotismo y el nacionalismo a gran escala. Y en esto radica el principal sueño de Putin: que Trump le haga seguir por la línea de la reafirmación del orgullo ruso. Se cumplen ahora 25 años de la caída de la URSS. Ello supuso la desintegración de un imperio. Lo que era un Estado que en la situación de “feliz guerra fría” en un mundo bilateral se desmoronó, aspiraba a recuperar esa posición. A ello se ha aplicado con esmero Putin, consiguiendo con la revitalización económica basada en el precio del petróleo un renacimiento del orgullo ruso aunque fuese mezclándolo con la simbología soviética. Aunque el mundo es ahora más multilateral, Putin sabe que la llegada de un bravucón como Trump (y como él mismo) le pondrá en disposición de iniciar un cara a cara con EEUU que con Obama no consiguió porque este le rehuía en este papel.
El cuarto elemento común a ambos dirigentes es un profundo desprecio a Europa que en el caso de Trump es también ignorancia intelectual y geoestratégica. La política de vecindad próxima a países exsoviéticos que Rusia sigue considerando o bien suyos o bien patio trasero puede recibir cierta orfandad con Trump. En el caso de Georgia pero, sobre todo, Ucrania, esta última invasión y apropiación de una parte de otro país vulnerando tratados y el Derecho Internacional recibió una respuesta contundente desde EEUU y la Unión Europea. Pero esta no habría sido tan contundente sin la posición norteamericana cuyas sanciones a Rusia le han hecho daño en un momento de caída del precio del petróleo.
Alemania fue el más firme país contra la vulneración rusa en su ataques a un Estado soberano como Ucrania y España la más que comprensiva. Tanto el exministro reciente como el embajador allí en estos cinco años no es que procuraran relaciones cordiales o respetuosas sino que a veces expresaban auténticas defensas de Putin y su régimen. Incluso se relativizaba la invasión de Ucrania.
El apoyo que viene dando Putin a Bashar al Assad deja descolocada la posición europea y norteamericana
El quinto elemento de encuentro puede ser un asunto clave ahora: Siria. El apoyo que viene dando Putin a Bashar al Assad deja descolocada la posición europea y norteamericana (salvo en lo que se refiere a la venta de armamento). Evidentemente en una lucha bélica entre dos sectores despreciables, la dictadura del tirano, apoyado por Putin, está causando barbaridades como Alepo. Pero al tiempo, sus contrarios son el Estado Islámico, conocidos y muy peligrosos para la humanidad y genocidas. Al parecer, estos segundos pueden ser objeto de mayor atención y especial objetivo de ataque por el nuevo presidente norteamericano. Y acaso, su contradicción de luchar contra las dos partes abra nuevas vías… aunque todo es imprevisible en la política exterior del Pentágono, salvo lo que es la defensa de sus intereses económicos.
P.D La foto que ilustra este artículo es un grafiti en una vía pública, junto a un restaurante de comida rápida, de Vilnius, capital de Lituania que hace 25 años dejó de ser república soviética integrada (a la fuerza) en la URSS y que recuperó su soberanía. Ahora forma parte de la OTAN. El dibujo fue hecho en mayo de este año. En agosto le arrojaron pintura blanca. En lugar de acudir la “restauradora” aragonesa de pinturas religiosas, la nueva imagen sustituye el beso, siempre más sugerente, por un empalme de cannabis.
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Jesús López-Medel. Expresidente de la Comisión de DDHH y Democracia de la OSCE. Autor del libro The long quest for freedom. Fifteen ex soviet States in search of their individual identities.
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Autor >
Jesús López-Medel
Es abogado del Estado. Autor del Libro “Calidad democrática. Partidos políticos, instituciones contaminadas. 1978-2024” (Ed. Mayo 2024). Ha sido observador de la Organización de Estados Americanos (OEA) y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la OSCE.
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