Escrito a ciegas
Dos escultoras
José Luis Merino 26/11/2016
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Louise Bourgeois (francesa)
La escultura de Louise Bourgeois, Maman, es una araña. Está colocada en la explanada zaguera del Museo Guggenheim Bilbao, junto a la Ría. Es una pieza de bronce-acero inoxidable-y-mármol. Los cuatro pares de patas crean un intrincado juego de ritmos sinuosos, desde cualquier lugar donde se mire. Pero hay una circunstancia que controla esos ritmos, como es la articulación principal de cada una de las ocho patas. Por más que unas patas sean mayores que otras, todas las articulaciones permanecen a la misma altura del horizonte.
Además de esos ritmos, sorprenden e imantan las formas de la cabeza y las glándulas abdominales del arácnido pulmonado. El despliegue de rejillas, oquedades y tirantes nérveos da cobijo a piedras en su interior de diferentes tamaños. La creación imaginativa de la artista rebasa todo cálculo prefijado, puesto que percibe su obra desde el interior.
Se dice que Louise Bourgeois hurgó en su propia psique, tratando de interiorizar su pensamiento femenino allí donde lo masculino está empeñado en verlo todo bajo la tutela de lo exterior.
Me resta decir: la pieza se yergue majestuosa cercana a la Ría en movimiento, a través del cual parece escucharse entre los siglos ciertos ecos del poeta Li Po: “Cortad con la espada la corriente del río: el río seguirá corriendo”.
Mariemi Otaola (española)
En Bilbao, muy cerca de la araña de L. Bourgeois, nació y vive la escultora M. Otaola. Allí teje hilos de conexión entre sus dos dedicaciones: la escultura y la música. Es miembro de dos grupos dedicados a la investigación y difusión de repertorios inéditos de los siglos XVI a XVIII. Sus esculturas dibujan grafías de hierro, de una imaginaria melodía (música sin sonido), en un proceso dinámico en el espacio. Las respuestas de la escultora ponen sonido a cada palabra.
¿El gran arte consiste en hacer real lo quimérico?
Es indispensable vivir con las quimeras, las obsesiones, los sueños y dejar que nos acompañen en el proceso creativo y ejerzan en nosotros su magia. En la experiencia humana concreta y en el arte, lo real y lo quimérico crecen juntos.
¿Detrás de cada obra lograda hay algo más que el tiempo presente, o sea, la soledad atemporal?
Una obra lograda es, sin duda, la memoria de muchos instantes profundamente personales de aciertos y errores.
Si la obra artística es una experiencia y la experiencia nace de una falta de saber, ¿quiere decirse que no es el saber lo que desencadena el deseo de realizarlo, sino su contrario?
Me parece que sólo cuando hay una enorme incertidumbre se produce una profunda apreciación creativa de la vida. Hay que tener muy pocas certezas para crear.
¿Dotar de una forma estética a nuestras pasiones significa transformarlas en un estado libre y activo?
Sobre todo es procurarles un cauce, aprovechando su alto potencial de energía para expandir nuestra imaginación y liberar nuestra creatividad.
¿En el dominio del pensamiento, la imprudencia es un método?
Yo diría que es una necesidad.
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José Luis Merino
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