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La entrenadora Oti Camacho, junto a su equipo de rugby.
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Los gritos, la tensión, los nervios. Los minutos pasan y el barro sigue manchando la cara y la ropa de los jugadores. Oti aprovecha un parón y se acerca para hablar con uno de los suyos. Oti Camacho es la entrenadora del Madrid Titanes, un equipo madrileño de rugby de tercera regional. Desde hace más de 20 años pasa los domingos inquieta, entre el olor a hierba y el amor por este deporte. A pesar de su experiencia, representa una triste excepción: la de una mujer entrenando a un equipo formado por hombres.
Por supuesto, no existe una discriminación explícita en este sentido, pero la realidad es clara. La presencia de entrenadoras en el deporte amateur es discreta y anecdótica a nivel profesional. Desde los comités y las federaciones alegan que se trata de una simple cuestión de demanda, y que el número de mujeres que quieren ser entrenadoras es menor que el de hombres. Es probable que esto último sea cierto. Pero detrás están aquellas que deciden serlo y se encuentran en su camino con escalones mucho más altos que un hombre.
“Si no fuera mujer, probablemente, por mis méritos, estaría entrenando en división de honor”, cuenta Oti, consciente de una realidad que cuenta sin drama, quizás por la resignación de los años. Habla con orgullo, contenta de donde está. “Lo importante es seguir haciendo un buen trabajo”.
Se siente afortunada. El ambiente que respira cada semana en los entrenamientos y en los partidos está muy alejado del machismo. En su club actual, fue el presidente quien insistió una y otra vez hasta que consiguió meterla en el proyecto de un equipo nuevo. Un proceso muy distinto al que vivó en su anterior equipo, donde tuvo que llamar a la puerta y ofrecerse, lo que resultó raro en un principio. Ella sabe que el muro no está en el vestuario, sino antes de llegar a pisar la hierba. “En algún equipo, he tenido casos de jugadores que llevan años jugando al rugby y dudan de que una mujer pueda enseñarles algo de este deporte, pero luego ven tu trabajo y se olvidan”.
En los años que lleva se ha enfrentado a muy pocos jugadores incómodos por responder ante una entrenadora. La discriminación está en otro sitio, en otros despachos. No se olvida de seminarios y cursos, a los que ha sido invitada “para estar de florero, como ayudante de un hombre que sabía menos que yo”. Es consciente de que el salto al ámbito profesional es casi una utopía. “En el rugby, que proclama la igualdad y el respeto, nunca te van a reconocer esta discriminación, pero la realidad es que recibes muchísimas menos ofertas que un hombre”.
Oti es la pieza clave de un club que tiene una importante función social y que presume de ser el primer equipo de rugby declarado gay de España
Una realidad cruel, injusta, que ha encontrado una grieta en el Madrid Titanes Club de Rugby. Para su presidente, la presencia de una mujer en el banquillo supone un paso de normalización. “Es la jefa absoluta de todo esto”. Es la pieza clave de un club que tiene una importante función social y que presume de ser el primer equipo de rugby declarado gay de España.
El partido avanza y la grada se vuelca entre aplausos y quejas. Entre los gritos, se escucha la voz infantil de los niños que juegan y esperan el pitido final para recuperar la atención de su madre. “Mamá, mamá, ven, ven”. La maternidad, cuenta Oti, es una las piedras que construyen el muro al que se enfrentan. Ella es madre de tres hijos y recuerda, entre risas, las fotografías cuando estaba embarazada y el impacto que tuvieron: “Imagínate, una mujer embarazada entrenando a un equipo de rugby masculino, es el estigma completo”. Su marido, también entrenador, se ocupa de los niños, lo que le permitió seguir entrenando, pero es consciente de que muchas mujeres que son madres no pueden o no quieren pasar tres días a la semana entrenando.
Esta es la rutina de un equipo pequeño y desconocido. El caso de una entrenadora que no sale en los medios y responde solo ante un grupo de aficionados. Sin embargo, lo que pasa en este equipo madrileño de rugby se reproduce en otros campos y en otros deportes. Es también reflejo del deporte profesional, donde empiezan a observarse los primeros pasos de una igualdad que tiene por delante un enorme recorrido.
El tenis femenino empieza a dar estos primero pasos, pero mantiene aún una clara desigualdad entre sexos. Entre las ocho aspirantes a la Copa de Maestras, último título del año, solo Svetlana Kuznetsova, novena del mundo, cuenta con una mujer en su equipo, y para encontrar una entrenadora principal, hay que descender hasta Daria Gavrilova, 24ª en el ránking WTA. Nuestro país, con Conchita Martínez como capitana de Copa Davis, rompe la tónica. A pesar de ello, en la memoria de todos queda reciente el “caso Gala León”, el nombramiento de una capitana que sirvió para sacar de la cueva al machismo escondido de muchos aficionados.
Conchita Martínez destaca entre las causas que “mientras muchos tenistas, al final de su carrera, ya se preparan para ser entrenadores, muchas tenistas deciden ser madres justo cuando se retiran y, con niños, es difícil entrar en el circuito, estar 35 semanas fuera de casa...". El argumento se repite.
El problema aparece al dar el salto de estas academias al circuito WTA o ATP, donde es habitual la presencia exclusiva de hombres en las butacas reservadas al equipo de los jugadores
Esto pasa mientras las federaciones se llenan de mujeres que reciben formación para ser entrenadoras. El problema aparece al dar el salto de estas academias al circuito WTA o ATP, donde es habitual la presencia exclusiva de hombres en las butacas reservadas al equipo de los jugadores. Queda en el recuerdo el fichaje, hace dos años, de Amélie Mauresmo como entrenadora de Andy Murray (actual número uno del mundo). Una noticia que cambió la perspectiva de parte del público.
El caso del tenis vuelve a servir de plantilla para ilustrar muchas otras realidades, como la que vive el baloncesto norteamericano. Hay que tener en cuenta que la relación entre Estados Unidos y este deporte es particular. Su baloncesto no se rige por ligas, ya que la propia, la NBA, no es un simple puñado de equipos que compiten entre sí, sino el rasgo vital de un país. Es la rendija en la puerta, desde la que observar a la sociedad americana. Y tras ella se ve una desigualdad entre sexos igual o mayor que en otros deportes. Por ello, destaca aún más el nombre de Becky Hammon, primera mujer en entrenar un equipo masculino de la NBA, los San Antonio Spurs. Después de ser una de las colaboradoras más activas del staff técnico de los Spurs, fue elegida como entrenadora principal para dirigir al equipo en la liga de verano de 2015. Una noticia inédita dentro una atmósfera machista. La WNBA (liga femenina) goza de un prestigio que envidian en otros países. Las mujeres tienen su parcela. Pero de ahí a pisar el terreno masculino, salvo la historia de Hammon, es imposible.
El gigante fútbol respira un ambiente similar. En el deporte más influyente y con más aficionados del mundo, los hombres dominan el día a día, tanto fuera como dentro de los banquillos. A pesar de que en los últimos años las selecciones nacionales de féminas han empezado a captar más atención del público, la igualdad está lejos, muy lejos. Los datos son claros. Según la comisaria europea de Educación, Cultura, Multilingüismo y Juventud se estima que solo entre el 20% y 30% de entrenadores en equipos de fútbol son mujeres. Para encontrar alguna a nivel profesional hay que buscar en Italia, donde Carolina Morace, una de las máximas goleadoras del “calcio”, decidió mover su carrera hacia los banquillos tras retirarse. Poco después de quitarse el dorsal, dirigió a la Lazio femenina, en el que cosechó resultados que la llevaron, al poco tiempo, al frente del Viterbese, un equipo masculino de la Serie C1, el equivalente a la Segunda B en España. También en Francia, hace dos años, Corinne Diacre, unas de las futbolistas galas más prestigiosas, dirigía su primer partido al frente de un equipo masculino de segunda división.
El referente en nuestro país es Patricia González, entrenadora sub-19 de Azerbayán y parte de un grupo de instructores de entrenadores y analistas de FIFA y UEFA.
En el deporte más influyente y con más aficionados del mundo, los hombres dominan el día a día, tanto fuera como dentro de los banquillos
Es el modelo a seguir para Laura Aranda, una entrenadora profesional con experiencia en la Bundesliga alemana, que está al frente de un equipo de Alcorcón de categoría infantil. “Me he empeñado en entrenar equipos masculinos para romper con aquello de que la mujer solo puede entrenar a otra mujer”. Esta licenciada en Educación Física, además de entrenar, imparte clases en la Federación de Fútbol de Madrid a jóvenes que quieren entrenar. Sabe que vive en un deporte machista. Guarda, sin embargo, esperanza de cara al futuro. En sus clases, entrenamientos y partidos, observa cómo los chicos ven normal a una mujer en su puesto. Crecen alejados de un comportamiento que ella relaciona con la falta de cultura de quienes centran su vida sólo entre las líneas del césped.
Por supuesto, se ríe ante el gastado argumento de que la presencia de una mujer incomodaría a un jugador que está cambiándose en el vestuario. “Este cliché ya no hay quien se lo crea”, dice. De hecho, el machismo, como en otros deportes, no vienen de los jugadores, sino de la grada”.
“Te cuesta muchísimo más tener una oferta. A muchos hombres que tienen el mismo título que yo, y menos experiencia, les dan equipos de Segunda División B. Sin embargo, yo que tengo formación y años en este deporte, no veo posibilidad de que eso ocurra”, dice. Se siente afortunada en su club, y también en la federación. Sabe que hay cosas que están cambiando, que las mujeres van ganando algo de terreno. Cuenta, con rabia, como ha tenido que escuchar a padres de algunos de sus jugadores pedirla “más sensibilidad y más recursos de mujer”. Trata de luchar contra la imagen de mujer como madre, como cuidadora.
Ha podido conocer la realidad de otros países, está llena de actitudes bochornosas. Aun así, es mejor que la que vive nuestro país. Ha visto a mujeres ejerciendo las funciones de primera entrenadora desde el puesto de segunda. En Madrid, cada semana, cuando pisa el campo, los aficionados saludan y preguntan a su compañero de banquillo, solo por el hecho de ser hombre, a pesar de ser ella quien dirige el equipo y lleva la responsabilidad. “Espero que me hagan entrevistas por mi trabajo, no por la excepción que implica ser mujer y entrenadora de un equipo masculino”, lamenta.
Ella es uno de los casos que muestran cómo deportes y países diferentes, viven bajo el mismo techo. Protagonistas que luchan por conseguir la igualdad, y que han encontrado en el deporte una oportunidad para dar un paso adelante. Un paso hacia el lugar que les corresponde. Piezas de un puzzle difícil de terminar.
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Autor >
Manu Pérez Matesanz
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