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Tribuna

Inquilinos de Robespierre

Podemos debe convertir la simpatía popular que le ha acompañado en militancia y compromiso en el nuevo ciclo político que se abre. El diálogo y el consenso siempre son necesarios, pero con ellos no basta para cambiar de régimen. Siempre hará falta la rebe

José García Molina Francis Gil 30/11/2016

MALAGÓN

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“Liberté, Égalité, Beyoncé”
Pintada anónima

No es mera provocación asegurar que entre La Enciclopedia y la guillotina apenas existen diferencias formales. Se trataría de algo semejante a la siempre cuestionada distancia entre teoría y praxis o, por poner un ejemplo más políticamente cercano, la distinción e interpretación del momentum y el acontecimiento. La exégesis de la racionalidad de la Revolución Francesa, y sus claves como acto político y proceso social, se juegan en esas sutiles diferencias, se describen en los matices. 

Los textos históricos que recorren con exaltación celebratoria el tránsito del Ancien Régime a les philosophes de la Encyclopédie, la Ilustración y la Modernidad, suelen empequeñecerse y contraerse como si un escalofrío acompañara a la entrada del nombre de Maximilien Robespierre en el relato. El “caso Robespierre” es la gran perturbación de la narración oficial. Mientras el resto de figuras históricas han sido asumidas y licuadas sin excesivas contradicciones por los herederos de la Revolución, su expediente continúa abierto a modo de herida supurante que se resiste a cicatrizar en la supuestamente pacificada y confortable atmósfera social diseñada por las élites dominantes.

Ilustración y Terror constituyen un binomio en el paso del feudalismo al capitalismo. La historia siempre traiciona a la memoria

Hablamos de Robespierre y nos viene a la cabeza la guillotina. Pero es que la historiografía de los vencedores se ha aplicado a fondo en señalar al chivo expiatorio intentando borrar, de paso, las huellas de la política menos amable de una Revolución que es, sin duda alguna, el acontecimiento fundacional de la democracia moderna. Muchos han querido --como decía el propio Robespierre- presentarnos “una revolución sin revolución”, una transición pacífica, científica y teleológica (tan “modélica” como se dice que fue la española) guiada por la lógica omnipotente y omnipresente de la Razón. En otras palabras, hay quien pretende hacernos creer que se puede cambiar de régimen sin pagar costosos peajes. No cabe engañarse, la filosofía política no ha encontrado el cierre categorial del concepto de Revolución, y las páginas del Discurso preliminar incrustadas al inicio de La Enciclopedia por D’Alembert no han servido para limpiar la sangre de la guillotina. Ilustración y Terror constituyen un binomio históricamente indisociable en el paso del feudalismo al incipiente capitalismo. La historia siempre traiciona a la memoria, y viceversa.

Más de dos siglos después sigue siendo imposible negar que la Revolución que convirtió a la burguesía en la clase dominante, inaugurando las democracias modernas basadas en la Declaración de los Derechos del Hombre, se fundamentó en un acto de violenta rebelión popular contra el Antiguo Régimen. Su excepcionalidad expresa la radicalidad del propio acto y sus contenidos políticos inmanentes --crisis, negación y superación del Régimen-- son la expresión de una inevitable fractura y desplazamiento de las lógicas hegemónicas. La revolución supuso la liquidación de un tiempo histórico agotado y la apertura hacia la indeterminación absoluta proyectada en la reivindicación de la soberanía popular. Un cambio radical de paradigma: el inicio del proyecto democrático y sus tensiones irresolubles.  

Y es que las revoluciones tienen una estética similar a la danza o el baile. Una vez comienza a sonar la música hay que estar dispuestos a ir hasta el final, sin certezas ni garantías, y sobre todo sin miedo a bailar. Bailar es una expresión física de libertad. Nos apropiamos de nuestro cuerpo, rompemos con los gestos habituales y nos movemos sin ningún objetivo productivo más allá del propio deseo de bailar. Por eso, una vez que el pueblo empieza a bailar sólo es posible acabar con la revolución cortando la música. Violentamente, la música dejó de sonar el nueve de termidor. La hoja de la guillotina cayó sobre las cabezas de Robespierre, Saint-Just y Couthon, pero lo que en realidad cortó fue la cabeza de la Revolución.

Quienes recorremos esta senda somos inquilinos de Robespierre. No podemos entender nuestra democracia sin su Revolución

Termidor es el nombre de la otra violencia fundadora: la de una reescritura de la historia que instituye las bases de la restauración del viejo orden de las cosas. No hay cambio de régimen que no se sostenga en algún tipo de violencia fundacional y sustentadora. Aquellos días de Terror (negros para la historia) dejaron su lugar al “terror blanco” (silenciados por “su historia”). La violencia higienizada de la reacción, las masacres perpetradas por la victoriosa “juventud dorada” de la contrarrevolución y el terror blanco termidoriano institucionalizado clausuraron el acontecimiento revolucionario. Se procedió inmediatamente a la limpieza de las biografías de los antiguos radicales supervivientes que, convertidos repentinamente en moderados, buscaron acomodo en la nueva situación. Mediante la absorción y normalización del acontecimiento popular, de la resignificación del proyecto jacobino, y de la humillación del personaje conceptual Robespierre, se filtra y se diluye el carácter popular y áspero del acontecimiento, y se construye un relato político sin densidad, capaz de generar consensos y encubrir el conflicto.

En Podemos también pretendemos --salvando todas las distancias espaciales, temporales y coyunturales-- un cambio de Régimen. Y lo queremos porque reconocemos las visibles e invisibles violencias del régimen que habitamos. Claro está que ni el régimen a destronar, ni los medios con que contamos para hacerlo, son los mismos. La repetición sería una farsa. No pensamos el cambio desde la sublevación por las armas, sino desde un modelo de agonismo democrático capaz de generar una nueva hegemonía, un nuevo sujeto político popular acorde a nuestro tiempo y capaz de impugnar la totalidad de los dispositivos de control y sumisión del régimen. Aun con todo, a pesar de las diferencias, ambos tiempos podrían ser pensados desde lo que Chantal Mouffe ha llamado momento populista: la lucha del Tercer Estado frente a la Monarquía, de los de abajo frente a los de arriba, del pueblo frente a la oligarquía… En esas luchas, ni las indicaciones morales ni la invitación al diálogo para alcanzar consensos han sido jamás suficientes para alterar el escenario social concreto. No recordamos que los anales de historia se hayan hecho eco de que el diálogo o la prédica ético-moral hayan convencido en alguna ocasión a los poderosos, a las clases dirigentes, para que renunciasen a su poder y a su dominación en favor de la mayoría popular. El diálogo y el consenso siempre son necesarios, pero con ellos no basta para cambiar de régimen. Siempre hará falta la rebelión. El impulso rebelde de quien quiere ir más allá, llegar hasta el final, conquistar radicalmente la libertad de decidir.

Queremos un Podemos inquilino de Robespierre, que sea capaz de pensar cómo convertir la simpatía popular en militancia

Por todo lo expuesto, querámoslo o no, somos inquilinos de Robespierre. También de los significantes y valores centrales de su proyecto: Liberté, égalité, fraternité. Si persistimos en defenderlos con la pasión de lo real, sin hacernos trampas a nosotros mismos, defendiéndolos en su conjunto y no troceados, necesitaremos el coraje y el valor para no intimidarnos ante los obstáculos. Necesitaremos ser conscientes de nuestra función como fuerza popular y de nuestra responsabilidad  histórica como organización política. Asumiendo las consecuencias de nuestros actos, manteniéndonos coherentes y firmes en la defensa de un proyecto de libertad política, igualdad social y fraternidad popular, frente a quienes pretenden cambiarnos, domesticarnos o… pasarnos por nuevas guillotinas más humanitarias y menos escatológicas. En la actual guerra de posiciones que mantenemos contra el agonizante régimen, Robespierre será una herramienta imprescindible para trazar la cartografía de los antagonismos y sus intensidades, para delimitar las condiciones de posibilidad del cambio en función de la correlación de fuerzas de los polos en conflicto y para situar el momentum político en el “orden del día”. Quienes recorremos esta senda somos, de una u otra manera, inquilinos de Robespierre, habitantes de un hogar colectivo del que su decisión política constituye los cimientos. No podemos entender nuestra democracia, y nuestros derechos, sin su Revolución. Pero nuestros deseos de libertad, igualdad y fraternidad ya no caben en sus instituciones. Hay que reabrir “el caso Robespierre”.

¿Qué Podemos queremos? Nosotros queremos --ya ha sido dicho-- un Podemos inquilino de Robespierre. Un Podemos que, en este nuevo ciclo político que se abre, sea capaz de pensar cómo mantener y convertir la simpatía popular que nos han traído hasta aquí en militancia y compromiso. Un Podemos que sepa bailar mientras se pregunta si estamos dispuestos a arder en nuestro propio fuego. Porque hoy, igual que ayer, de cómo se resuelva este momento populista dependerá nuestro futuro democrático como pueblo. ¿Qué dirán nuestros herederos de nosotros? ¿Nos reprocharán haber traicionado el acontecimiento 15M? ¿Seguirán sin encontrar las diferencias entre La Enciclopedia y la guillotina? 

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José García Molina. Secretario general de Podemos en Castilla-La Mancha. 

Francis Gil. Secretario político de Podemos en Castilla-La Mancha.

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2 comentario(s)

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  1. Jesús Díaz Formoso

    Cuanto más pedante es el verbo, más indiscutible parece ser el charlatán.

    Hace 7 años 11 meses

  2. Jesús Díaz Formoso

    Así se hace, ¡¡las cosas claras!! porque "la siempre cuestionada distancia entre teoría y praxis o, por poner un ejemplo más políticamente cercano, la distinción e interpretación del momentum y el acontecimiento" viene a ser la "exégesis de la racionalidad" y la "exaltación celebratoria el tránsito del Ancien Régime a les philosophes de la Encyclopédie", porque claro, " No cabe engañarse, la filosofía política no ha encontrado el cierre categorial del concepto de Revolución, y las páginas del Discurso preliminar incrustadas al inicio de La Enciclopedia por D’Alembert no han servido para limpiar la sangre de la guillotina". Porque claro, todo ello signifiaca que "Su excepcionalidad expresa la radicalidad del propio acto y sus contenidos políticos inmanentes --crisis, negación y superación del Régimen-- son la expresión de una inevitable fractura y desplazamiento de las lógicas hegemónicas". Claro que "La revolución supuso la liquidación de un tiempo histórico agotado y la apertura hacia la indeterminación absoluta proyectada en la reivindicación de la soberanía popular. Un cambio radical de paradigma: el inicio del proyecto democrático y sus tensiones irresolubles". Ello nos leva irremediablemente a "la otra violencia fundadora: la de una reescritura de la historia que instituye las bases de la restauración del viejo orden de las cosas". La calidad práctica de la exposición resulta incontestable: "Mediante la absorción y normalización del acontecimiento popular, de la resignificación del proyecto jacobino, y de la humillación del personaje conceptual Robespierre, se filtra y se diluye el carácter popular y áspero del acontecimiento, y se construye un relato político sin densidad, capaz de generar consensos y encubrir el conflicto". Por tanto, resulta evidente que por ello, "En Podemos también pretendemos --salvando todas las distancias espaciales, temporales y coyunturales-- un cambio de Régimen". Más claro y concreto: " desde un modelo de agonismo democrático capaz de generar una nueva hegemonía, un nuevo sujeto político popular acorde a nuestro tiempo y capaz de impugnar la totalidad de los dispositivos de control y sumisión del régimen". En fin que, más claro aún, las medidas concretas impropuestas significarían como las ventanas de oportunidad y la hegemonía retroalimentada del patapluff, que "Siempre hará falta la rebelión. El impulso rebelde de quien quiere ir más allá, llegar hasta el final, conquistar radicalmente la libertad de decidir". Así que lapropuesta se videncia por si misma: "Asumiendo las consecuencias de nuestros actos, manteniéndonos coherentes y firmes en la defensa de un proyecto de libertad política, igualdad social y fraternidad popular, frente a quienes pretenden cambiarnos, domesticarnos o… pasarnos por nuevas guillotinas más humanitarias y menos escatológicas". Y finalizando con una referencia a la institución hereditaria; para cambiar las cosas. "¿Qué dirán nuestros herederos de nosotros?". RESPONDO: dirán que la categorización jerárquica de los significados ausentes de si mismos entre bambalinas de adolescentes cuarentones tan orgullosos de sus carencias como irreductibles en su ausencia de posrespuestas a los preproblemas que se pretenden impugnar mediante la alusión forzada por los acontecimientos del momento inexistente, os lleva a convertiros en un autoreferente de vosotos mismos en los que la nada es el todo y la exigencia de la respuesta autoproclamada a los actos de los poderes impopulares a los que nos enfrentamos yendo de la mano con los enfrentados, en pos de la demolición estructural de un sistema caduco que no entiende nadie porque nada significa, les parece un cachondeo psicopático, propio de una erudición inexistente cuya ausencia de criterio se enmascara mediante la profusión de citas incompletas e indeterminadas, plagadas de nombres de quienes nunca han sido leídos, menos aún entendidos, por sus glosadores delas ventanas de oportunidades sin otro objeto que el de Iznogud; que quiere ser Califa en lugar del Califa; tal es vuestra revolución de pacotilla, propia de niñatos narcisistas sin otros méritos que su autoproclamación mediática volitiva de una intelectualidad indeletreable y ausente. Buena payasada, ¿o era artículo de opinión?

    Hace 7 años 11 meses

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