CRÓNICA JUDICIAL / GÜRTEL
Correa cortando huevos
La exmujer del cerebro de la Gürtel se escuda en derivados semánticos del “no sé”, el “no me acuerdo” y el “creo que”
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 30/11/2016
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—¡Le voy a cortar los huevos!— Correa sabía que había orejas cerca, y orejas de periodista (que no hay cosa peor). Aun así, lo dijo.
El primer plano del juicio, lo que se ve en cualquier televisión, lo ocuparon el día 30 de noviembre Carmen Rodríguez Quijano, exmujer de Don Vito, y la fiscala Concepción Sabadell. Ahí, en ese encuadre, suele observarse sólo lo que consta en acta, pero las actas matan el factor humano de la realidad de la misma forma que los diccionarios son cementerios de palabras.
La declaración de Rodríguez Quijano (amenazada por 35 años a la sombra) estaba saliendo mal: mal para Guillermo Ortega, mal para la gramática y la sintaxis y, sobre todo, mal para Correa. El cabecilla se retorcía en el banquillo, quejándose, tirándose del pelo, resoplando. En un receso anterior, había ido directo a su exmujer y la había aleccionado, encorvándose sobre ella, explicándose con una contundencia que hizo que se le descolgaran un par de mechones del mazacote engominado. Ya a primera hora, de hecho, antes de que se abriera la sesión, también se había acercado a ella, ahí sí, todavía un poco lamido por el sueño y los modales. En todas esas ocasiones, ella, ahorcada por una bufanda larga que le daba un aire de mujer jirafa, parecía no comprender. Sus hombros, automáticos, se movían casi disculpándose.
Paco Correa se deslenguó en el último receso. En los minutos previos, había perdido la paciencia y le había crecido la barba. El presidente del tribunal había interrumpido el barullo que armaba junto a Crespo y Ortega: “Está declarando como cree, dejen de hacer gestos de desaprobación”. El jefazo agarró su lata de Coca Cola y se empujó un lingotazo a la garganta, tajantemente, como si cumpliera un acto de justicia. Fue entonces cuando se anunció un nuevo descanso. Él casi salta del banquillo, pero clavó las manos en la madera, se reprimió. Esperó algo. Lo pensó mejor y se levantó. Se dirigió al fondo de la sala, justo adonde trabajan los periodistas, agarró a alguien que parecía un letrado de descanso y lo dijo:
—¡Le voy a cortar los huevos!— cabreado, ronqueando, con una voz que se toma en serio su fango macarra.
Menos de un minuto después, al fondo del vestíbulo, Don Vito le descerrajaba una bronca al abogado de Carmen Rodríguez Quijano. Trataba de no gritar demasiado pero gritaba. A nuestra ubicación apenas alcanzaba el rumor del jaleo. No se entendía nada. El abogado de su exmujer, escuchaba, intentaba hablar, escuchaba, se desplazaba, desentendiéndose un poco, entreteniendo una agitación evidente. Suponemos que eran sus huevos los que Correa quería pasar por la tijera.
La declaración de Carmen Rodríguez Quijano, desde el principio, crispó nervios por toda la sala. Está acusada de una decena de delitos. Fue administradora de Special Events y Pasadena Viajes y, más tarde, asesora de Guillermo Ortega y jefa de su gabinete de alcalde en Majadahonda. La fiscala Concepción Sabadell tomó con ganas el relevo de la otra Concepción y manejó el interrogatorio como si tuviera un kalashnikoventre las manos.
La mayoría de respuestas de la acusada fueron derivados semánticos del “no sé”, el “no me acuerdo” y el “creo que”. Para poder hacer caso a las órdenes de su exmarido durante la comparecencia, fueras cuales fueran, primero tendría que haberse librado del aturdimiento que le impedía recordar datos muy personales como la fecha de su separación o del nacimiento de su hija. Quijano no llegaba a captar el significado completo de lo que le pedían, las cuestiones de la fiscala caían sobre ella, pero no calaban: “No entiendo la pregunta”, repitió bastantes veces. Respondía bañada en una especie de lentitud y se le tropezaba la lengua. Estaba despistada: eso despertó pavores en la calle Límite.
Confesó que, como administradora de Pasadena y Special Events, su única función era pintar una rúbrica en las actas cuando Correa se lo indicaba: “No le di mayor importancia, no sabía lo que podía conllevar; no hacía nada, mi marido me decía que bajara y yo firmaba el libro de actas o no sé cómo se llama eso exactamente”. Contó que Ortega el Rata la contrató sin mediación de su marido, aunque luego dijo que los trabajos de las empresas de la trama con el ayuntamiento venían de antes.
Dijo que a Bárcenas, a Álvaro Pérez, a Luis de Miguel, a Ana Mato o a Rosalía Iglesias, los conocía de vista, que creía, que imaginaba, que había cenado con ellos, que no se acordaba bien. La fiscala le plantó facturas e informes en los que aparecía su firma y correos electrónicos en los que las empresas de la trama indicaban al consistorio las condiciones que debían establecer en los concursos públicos. Ella incidió en que no sabía si se estaban contratando compañías de Correa para los servicios municipales: “Siempre he tenido lío con las empresas, de qué eran, y con los nombres”.
Que la desorientación y el despiste de Rodríguez Quijano revolvieran la sangre de muchos acusados y abogados reveló algo que, de otra manera, habría quedado soterrado. Tal vez exista una urdimbre en el proceso de la Gürtel en la que cada uno debe concentrarse en mantener su papel para que todo marche. En días como ayer puede olerse una armonía general a pesar de los intereses encontrados de ciertas partes. En el teatro, lo más grave es olvidar el texto.
Tras el último receso, Paco Correa, en funciones de apuntador o de director de obra, se quedó el último en el vestíbulo, merodeando, como una fiera que no quiere regresar a la jaula. Instintivamente, retardó la vuelta al banquillo, sentarse allí es sucumbir, perder el control, plegarse a órdenes y no impartirlas. Su capacidad de ejercer el poder, no obstante, todavía asusta. Pudo verse en el gesto del abogado de Rodríguez Quijano, que apareció de pronto y enfiló el pasillo hacia su silla con la boca demudada y enrojecido, no sabemos si porque, finalmente, le habían cortado lo que querían cortarle o si porque, ahora, era él quien había decidido empuñar las tijeras.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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