JUEGO DE MANOS
Susana y los viejos
Sara Sánchez-Molina 30/11/2016
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En un estudio realizado en Finlandia en 2014 se afirmaba que la mayoría de hombres prefería como pareja una mujer de unos 24 o 25 años. Si bien los investigadores aludían a una motivación reproductora, pues las mujeres somos evidentemente más fértiles a esa edad que a los cincuenta, a mí me parece que se puede señalar una motivación cultural en esta preferencia. La publicidad, la televisión, el cine, la literatura a menudo muestran con normalidad la relación entre un hombre mayor y una mujer bastante más joven que él. No es que esté diciendo nada nuevo, la mayoría de mujeres que se presentan como seductoras son jóvenes, de unos veinticinco o treinta años. En cambio, el hombre es atractivo, seductor y sexy siempre.
Paul Newman fue un sex symbol hasta el día de su muerte, lo mismo con Marlon Brando o Humphrey Bogart (que era ya un viejo cuando se dedicaba a seducir a una jovencísima Lauren Bacall). Sin embargo, de Meryl Streep se sigue diciendo que es guapa o elegante, pero no se escucha decir que es una mujer sexy y seductora a sus sesenta y siete años. Es más, mientras que actores como los arriba mencionados encarnaron a galanes con unos cuantos años ya, no vemos a Meryl Streep seduciendo a ningún hombre en escena y, si lo hace, es uno de su edad (como hacían Jack Nicholson y Diane Keaton en Cuando menos te lo esperas), y rara vez a un joven veinteañero que bien podría ser su hijo o su nieto. Es más, es frecuente escuchar a actrices quejándose de que, una vez pasados los cuarenta, el número de ofertas que reciben disminuye y los papeles que les ofrecen no son suficientemente buenos.
No quiere decir que no haya representaciones de mujeres mayores que seducen a hombres jóvenes, sin embargo, éstas no suelen ser ancianas, sino atractivas señoras de cincuenta años, como era el caso de la señora Robinson en El Graduado o incluso mujeres en la treintena, como es el caso de Kate Winslet en El lector. Es más fácil encontrar a una joven enamorada de un señor mayor que al revés, al menos en la cultura de masas. Y está tan metido en nuestra sociedad que no es difícil encontrar a famosos ejerciendo su papel de viejo verde capaces de remover nuestros estómagos hasta la arcada, si no que se lo digan a Julio Iglesias, que no titubeó ni un segundo a la hora de sobar y besar a esta fan, o a Donald Trump, tan de moda estos días.
Además, tampoco faltan representaciones de mujeres jóvenes que desean al abuelo de turno, podríamos decir que Nabokov encendió la mecha de las «Lolitas», después Kubrick avivó la hoguera antes de que se apagara y, de vez en cuando, nos hacen un remake con Jeremy Irons soltando baba, o bien nos sacan una canción llamada Moi Lolita, dirigida al público adolescente y cantada por una jovencita inocente y seductora, no sea que nuestras jóvenes se olviden de ser mujeres florero. Vamos, que ahí está la industria recordándonos a las mujeres que entre los quince y los cuarenta es aceptable que cualquier hombre nos desee y nos llene de babas independientemente de su edad, sin cuestionar si queremos o no.
¿Qué importa si la zarandea y la obliga a quedarse en casa con él, aunque ella quiera salir a divertirse con sus amigos?
Y ya que hablamos de «Lolitas», vamos a dar un repaso a la Lolita (1962), de Kubrick. En el film, el profesor Humbert (interpretado por James Mason, que en el momento tenía cincuenta y tres años) se siente fuertemente atraído por la adolescente Lolita (Sue Lyon), la hija de su casera. Durante la primera parte de la película, Lolita se muestra seductora ante el profesor, que, en mi opinión, no es precisamente un adonis. Es decir, estamos ante una representación de una adolescente que busca y quiere acostarse con el profesor. La película está claramente filmada desde un punto de vista masculino y, es más, la historia está contada de tal manera que el espectador empatiza con Humbert.
¿Pero cómo no va a fijarse este hombre en Lolita, con ella contoneándose delante de él, poniéndole morritos y jugueteando con él? ¿Qué más da que se la lleve a un hotel e intente meterse en la cama con ella? ¿Qué importa si la zarandea y la obliga a quedarse en casa con él, aunque ella quiera salir a divertirse con sus amigos? Ella ha jugado con él y ahora debe satisfacer sus deseos. Es cierto que no vemos sexo explícito (pues no hubiera pasado la censura de la época), pero la relación entre Humbert y Lolita queda patente. Así pues, aunque la relación mujer joven-hombre mayor no es aceptada socialmente, sí se legitima el deseo de ambos y se justifica la dominación que el hombre ejerce sobre ella. Además, ella cumple con los cánones de belleza establecidos.
Por otra parte, la historia al revés la encontramos en El Graduado (1967), una mujer madura, bella y sensual, la señora Robinson (Anne Bancroft) seduce a un joven veinteañero, Benjamin (Dustin Hoffman) y ambos inician a una relación secreta. Más adelante, Benjamin comienza a salir con Elaine (Katharine Ross), la hija del matrimonio Robinson. Aquí es donde comienza el conflicto. Elaine descubre que Benjamin ha tenido un affair con una mujer casada y éste le cuenta la verdad. Su madre, buscando vengarse, dice que Benjamin la ha violado e intenta poner fin a la relación de ambos y arregla el matrimonio de su hija con otra persona. Al final, Elaine y Benjamin se fugan para construir una vida juntos. También en esta película empatizamos más con Benjamin que con la señora Robinson. Ella le seduce y, después, cuando él la rechaza, ella se venga de él e intenta evitar a toda costa su felicidad.
Así pues, podríamos decir que lo convencional es presentar a la mujer como causa de la desgracia y al hombre como víctima, que no pudo controlar sus instintos ante tamaña provocación y despliegue de encantos, y ya vemos que da igual si la chica tiene quince años o cincuenta y alguno. Pero, ¿se ha atrevido alguien a desafiar la convención y mostrar modelos distintos y subversivos?
Pues, ¡claro que sí! La película Harold y Maude (1971), dirigida por Hal Ashby nos muestra la preciosa historia de amor entre una septuagenaria, Maude (Ruth Gordon), y un veinteañero, Harold (Bud Cort). A pesar de las muchas excentricidades que la película pueda retratar —aunque cabría preguntarse qué es la normalidad—, la historia es un canto a la vida, al amor que se construye a través de las experiencias compartidas y, en mi opinión, rompe tabús: Maude es capaz de mostrar a Harold por qué merece la pena vivir y a disfrutar de las pequeñas cosas, aunque ella es mucho mayor, su energía contagia a Harold y le hace feliz. Y no sólo rompe tabús en cuanto a las actitudes propias de cada edad, sino que también lo hace al mostrarnos una mujer de casi ochenta años natural, con sus arrugas, y que no puede ser más bella. Además, es una relación de igual a igual, nadie ejerce un poder sobre el otro, la atracción es mutua y el juego compartido. ¿Subversivo? Puede ser, pero desde luego muestra una relación más sana que las de Lolita o El Graduado. Simplemente maravillosa.
Lo convencional es presentar a la mujer como causa de la desgracia y al hombre como víctima
También encontramos un ejemplo subversivo en la rompedora serie Transparent, que nos narra la historia de Maura Pfefferman (Jeffrey Tambor), una mujer transexual que sale del armario ante su familia al jubilarse. Bien, los miembros de la familia Pfefferman rompen muchos tabús. En la segunda temporada de la serie, una de las hijas, Ali —interpretada por Gaby Hoffmann, que ya se salió del tiesto con un desnudo con abundante vello corporal incluido en pubis y axilas en la serie Girls— tiene una relación con una profesora vieja. En este caso es sexo casual. Es más, la profesora tiene una fijación constante con las muchachas jóvenes. El punto de vista que se ofrece es el de Ali, que siente una fuerte atracción por la profesora desde el punto de vista intelectual. El momento de acostarse con Ali se muestra como algo natural y querido por ambas.
Queda ver cómo se resolverá la historia (acaba de empezar a emitirse la tercera temporada), pero el hecho de que son estas dos mujeres las que tienen esta relación es ya rompedor en sí mismo: se rompen los cánones de belleza (tampoco Ali entra en los moldes en este sentido), se muestra una mujer mayor con apetito sexual (no siempre habitual) y, además, acostándose con una chica joven.
En fin, caben muchas preguntas: ¿cómo debemos afrontar las relaciones de pareja entre viejos y jóvenes?, ¿ayudan películas como Harold y Maude a romper tabúes en torno al tema?, ¿es la cultura de masas responsable de la aceptación de la sociedad de unos comportamientos frente a otros? En este caso, ¿es la cultura de masas responsable de una mayor aceptación de las relaciones viejo-«jóvena» que vieja-«jóveno» o «jóvena»? El debate queda abierto.
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Esta pieza se publicó originalmente en Juego de Manos.
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Sara Sánchez-Molina
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