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Make València great again
¿Quién y qué fue Rita Barberá?
Francesc Miralles 10/12/2016
Rita Barbera.
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Aquí pensaban seguir
ganando el ciento por ciento
con casas de apartamentos
y echar al pueblo a sufrir
‘Y en eso llegó Fidel’. Carlos Puebla
La misma semana de noviembre de 2016 murieron dos colosos de la política, aunque naturalmente de distinta talla histórica: Fidel Castro y Rita Barberá. La estrofa de Carlos Puebla que da origen a este artículo, lejos de ser una referencia cultural estética, explica buena parte del secreto de la pervivencia de ambos a lo largo de décadas sin apenas desgaste. En el caso cubano, el recuerdo aún en el subconsciente colectivo de la dictadura de Batista, la imagen de los mafiosos repartiendo el pastel inmobiliario cubano según los vimos en la segunda entrega cinematográfica de El Padrino; el sueño de la nueva Cuba que había de sustituir a aquel sistema criminal. La pervivencia de los Castro se explica en buena medida porque la oposición de Miami y sus amos norteamericanos se antoja aún peor que el gobierno para buena parte de los cubanos.
En cierta manera, Rita Barberá consiguió lo mismo, aunque a la inversa. La larga hegemonía del PP en la ciudad de València y en el País Valencià, que luego consiguió conquistar y retener, se basa también en la idea de lo “nuevo”: la idea de una “Nueva València” destinada a superar y sustituir a la anterior. Exactamente la misma imagen de políticos y empresarios repartiéndose el botín de forma impúdica entre lujos, que en Cuba simboliza el saqueo de lo común, ha funcionado durante décadas como símbolo del deseo. Sea a través de grandes eventos turísticos o grandes promociones inmobiliarias, estimula la vieja idea ultraliberal de la economía del goteo (trickle down economics en inglés): que se puede vivir de las migas de los negocios de los ricos, puesto que si a ellos les va bien les acabará por ir bien a todos.
Exactamente igual que ha pasado con Fidel Castro, a su trágica muerte la han sucedido obituarios con escaso contenido crítico: o bien auténticas hagiografías, que la elevan a la categoría de gran gestora empañada por un caso menor al final de su vida; u otros que la convierten poco menos que en la jefa de una trama criminal sin escrúpulos, a la que Zeus acaba castigando con su rayo. Ninguno de estos dos modelos de relatos maniqueos explican su origen, su éxito, sus sombras y, sobre todo, el motivo profundo de su caída, tanto la electoral como la que más le dolió, el olvido a la que sometieron sus colaboradores y, hasta hacía poco, amigos personales.
Rita Barberá, exponente de una gestión mediocre y una corrupción también mediocre y de escasa entidad, representa más bien algo de la Historia y los vicios de la España contemporánea
Que otro personaje reducido a caricatura y ya notablemente desequilibrado, como es Francisco Camps, se encuentre ahora mismo dedicado a ejercer de viudo doliente, y reivindicar la memoria de Barberá en tertulias de ultraderecha para intentar relanzar su carrera política, no ayuda a poner luz sobre el asunto, sino más bien a profundizar en los tópicos extremos: ni fue gran alcaldesa, ni máxima exponente de la corrupción, y seguramente tampoco algo exótico, tal y como se ha venido retratando a los valencianos en los medios madrileños, como auténtico muñeco vudú para espantar los propios males. Rita Barberá, exponente de una gestión mediocre y una corrupción también mediocre y de escasa entidad, representa más bien algo de la Historia y los vicios de la España contemporánea: con algunas especificidades locales, claro.
La herencia recibida
Para empezar, el auge de la carrera política de Barberá debe mucho a la herencia que le dejaron los gobiernos del Partido Socialista. En primer lugar, la coalición de izquierda liderada por el Partido Socialista había resuelto entre 1979 y 1991 la mayoría de problemas fundamentales en la escala urbana: los sucesivos gobiernos franquistas se habían dedicado primero a hacer negocio con el estraperlo y, después, con la promoción inmobiliaria, mientras la población de la ciudad crecía de forma desordenada --más de un 50% en el período--. Aparte de infraestructuras básicas en los barrios --faltaba hasta el alcantarillado más elemental en muchos de ellos--, en los años 80 se ejecutó el paseo marítimo y se emprendió el acondicionamiento del cauce viejo del Turia como espacio ajardinado y eje cultural --incluyendo infraestructuras nuevas como l’Institut Valencià d’Art Modern, el Palau de la Música e incluso la Ciutat de les Arts i les Ciències, que es también en origen un proyecto socialista, aunque la concepción era más modesta--. En definitiva, los grandes condicionantes están en el Plan General de Ordenación Urbana de 1988 que Rita Barberá desarrolló durante prácticamente todo su mandato. La ciudad “estaba hecha”, y el PP apenas innovó en su diseño o modelo.
En segundo lugar, el proyecto macroeconómico y el relato socialista mostraba síntomas de agotamiento a principios de los 90. La ciudad de València, como el resto del País Valencià, vivía en esos años el auge de la crisis aparejada al fin del ciclo inmobiliario-financiero de 1985-1992, que había seguido a la entrada de España en la Unión Europea y durante el cual, en la ciudad de València, los precios de la vivienda se habían prácticamente duplicado. La especificidad local, que explica buena parte del éxito del proyecto del PPCV, es que al agotamiento de este ciclo lo acompañaba cierta impresión, más o menos fundamentada, de marginación por parte del Estado. En 1992 Barcelona tuvo sus Juegos Olímpicos, Sevilla su Expo, y en València, tercera ciudad española, no cayó nada de nada. Ni la pedrea.
Durante los años 80, València, como el resto del país, fue echada en brazos del modelo inmobiliario-financiero --el sector agrario había empezado a desintegrarse fruto de los tratados de libre comercio, lo mismo el sector industrial, con highlights dramáticos tales como el cierre de grandes polos industriales de propiedad pública, como los Altos Hornos del Mediterráneo en Sagunto que se sentían víctimas de un agravio comparativo--. Cualquier político conservador mínimamente competente --aunque es de justicia reconocer que no disponían de demasiados-- hubiera podido aprovechar el declive relativo del socialismo valenciano a principios de los 90 y, sobre todo, el hundimiento del CDS y el estancamiento de UV, que ponía por fin el espectro del centro-derecha bajo la batuta del PP. El contexto europeo e internacional ofrecía, además, condiciones objetivas inmejorables para la eclosión de un proyecto de derecha con claro sesgo neoliberal.
La ideología del crecimiento
Aunque es altamente improbable que nadie en una derecha tan ágrafa rayando el analfabetismo, como es el caso de la valenciana, llegase a leer jamás a Giddens o a Fukuyama, lo cierto es que en el PPCV entendieron rápido el sentido de época y el discurso sobre la muerte de las ideologías. Frente a la “decadencia” socialista, la crisis y la falta de relato, el PP ofrecía el regreso a una Edad de Oro --el Siglo de Oro de las letras y las artes valencianas, es decir, el XV-- aunque fuese a nivel discursivo y superficial, borrando u obviando cuidadosamente todo lo problemático en el arte, la cultura o los conflictos sociales. Con los problemas acuciantes de desarrollo urbano resueltos, algunos sectores, en especial las clases medias, demandaban nuevos relatos y retos. Make València great again.
El PP encomendó a operadores privados hacerse cargo del desarrollo urbanístico de sectores enteros en la periferia de la ciudad, en perjuicio de los mismos propietarios
La propuesta, a grandes rasgos, consistió en completar el desarrollo urbano de forma extensiva, haciendo uso de la nueva y formidable herramienta que el PSPV-PSOE había dado a la (des)planificación urbanística, seguramente la única innovación legislativa valenciana desde la restauración de la democracia en 1977: el Plan de Actuación Integrada o PAI. El PP encomendó a operadores privados hacerse cargo del desarrollo urbanístico de sectores enteros en la periferia de la ciudad, en perjuicio de los mismos propietarios, completando rondas e infraestructuras perimetrales. A un alto precio, claro: el desarrollo de grandes bolsas de vivienda nueva, privada e inaccesible al vecino. Nuevos barrios para una nueva clase media, una “nueva València” más cara, pero segregada de su pasado, de la huerta que la circunda y de sus pueblos y barrios históricos adyacentes.
Nuevas casas, nuevos ejes viarios pensados para el automóvil privado, nuevos centros comerciales y de ocio, nuevos colegios privados y concertados, y hasta nuevas fallas. La falla Nou Campanar, una comisión de nueva creación --2002-- en un barrio de nueva creación, cuyos gastos eran sufragados por empresarios de la construcción, ganó el máximo galardón fallero de forma ininterrumpida desde 2004 a 2009, con grandes estructuras y un mensaje más que blanco, directamente inexistente. Eran los años del boom de la “nueva València”.
El otro elemento clave y simbólico que se asocia al mandato de Barberá --y también al de Camps en la Generalitat, quien fuera su concejal y discípulo antes que presidente-- es el de los grandes eventos. Durante años se intentó con unos Juegos del Mediterráneo o una capitalidad cultural europea, sin conseguir hacer cuajar ninguna de las candidaturas, hasta que se tuvo éxito en la concesión de la Copa América para 2007. Después vinieron otros, la visita del Papa --que tenía más de gran evento turístico que de religioso--, o la Fórmula 1. Hoy en día todos ellos están bajo la lupa judicial de uno u otro modo, pero en su momento reforzaron el relato de “poner València en el mapa”, al coste de endeudarse en costosas infraestructuras y cánones para el erario público que los nuevos gobiernos arrastran.
Además del efecto propagandístico y la profusa compra de medios de comunicación con publicidad institucional, los grandes eventos tenían un carácter taumatúrgico unido a la sedimentación, a largo plazo, del monopolio sector de la construcción y su efecto riqueza: tanto de construcción de una cierta alianza de clases entre políticos, empresarios y comerciantes --lo que David Harvey llama el empresarialismo urbano--, algo que el PP de Barberá completó dando un protagonismo especial a los mercados y el pequeño comercio en la articulación de su proyecto de ciudad. Este proyecto tiene un reverso aún más sombrío: los eventos y la actividad de marca sirve para silenciar a las voces críticas como “enemigos del progreso” y sepultar los elementos negativos como manera de atraer inversiones. La “marca urbana” sirve de coartada para casi todo.
Seguramente València brilla en el mapa de la corrupción porque se ha buscado más a conciencia que en otras partes, vistos los cambios de gobierno y el celo de la oposición y cierta sociedad civil
Naturalmente que este modelo tiene altos “costes de transacción”, que es como podemos llamar eufemísticamente a la corrupción. Desde luego, no más ni menos que en otras partes del Estado, pero sí de forma correlacional a las rentas inmobiliarias esperables en una ciudad portuaria y costera de alta atracción turística. Como ya expliqué en esta misma revista a propósito del caso “Taula”, seguramente València brilla en el mapa de la corrupción porque se ha buscado más a conciencia que en otras partes, vistos los cambios de gobierno y el celo de la oposición y cierta sociedad civil. Y eso, hipotecas reputacionales aparte, es bueno en términos generales.
Sin embargo, en términos de sus propios estándares y modelos, no podemos decir que el modelo de ciudad haya resultado exitoso: Barcelona o Bilbao, por poner dos ejemplos, han aprovechado mucho mejor su política de reconversión inmobiliaria y grandes eventos para posicionarse internacionalmente en los sectores que les interesan, aunque ello les provoque también grandes distorsiones. En ese sentido, València ha perdido dos décadas compitiendo en el sector del bajo coste, los eventos caros, con poco retorno y generadores de deuda. En términos de coste-beneficio ha resultado un completo desastre.
El gran éxito de Rita Barberá, como dijo Thatcher al respecto de Blair, son sin duda sus sucesores: encaminados a realizar el tipo de políticas urbanas más o menos razonables que se debería haber emprendido hace dos décadas --peatonalizaciones, limitación de horarios comerciales, transporte público y sostenible--.Joan Ribó y su equipo se ven obligados a jugar en el estrecho margen que les deja el pesado legado de su predecesora. A soportar el poder omnímodo de las comisiones falleras, de la hostelería campando a sus anchas y la fuerte dependencia de la industria del turismo barato. Cuando Joan Ribó abrió la puerta este verano a celebrar de nuevo “grandes eventos” para rentabilizar las infraestructuras del período anterior y pagar las deudas, siempre que se realicen estudios de coste y viabilidad --¡faltaría más!-- Rita Barberá debió sonreír: su modelo ha ganado y hasta sus adversarios reconocen que ni tan siquiera son capaces de imaginar una alternativa. Eso ahora: imaginemos qué puede pasar si vuelve el crédito barato y la construcción.
La “alcaldesa de España” se ha ido, pero su nefasto legado pesará mucho tiempo sobre nuestras cabezas. Descanse en paz.
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