Paul Newman, en Ausencia de malicia (Sydney Pollack, 1981).
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En los comienzos del mandato del presidente Ronald Reagan, el muy demócrata Sydney Pollack (1934-2008) rodó Ausencia de malicia (Absence of malice, 1981). El prolífico actor, productor y director siempre fue un gran crítico de las administraciones republicanas; ya nunca podremos escuchar sus opiniones sobre el electo presidente Trump, aunque es fácil imaginar el estupor que le causaría ver como mandatario de su país al polémico millonario.
En 1991, la gira promocional de Habana (1990) –película poco complaciente con la política norteamericana en Cuba-- coincidió con la guerra del Golfo. Cuando recaló en Madrid, Pollack concedió varias entrevistas. Su jefe de prensa intentó en vano que los periodistas no le preguntaran por la guerra. "Me siento un poco tonto vendiendo una película cuando hay una guerra por medio. Por eso le han dicho que no me pregunte por el tema. Pero, en fin, ¡qué le puedo decir! Me parece una tragedia y lo único que espero es que acabe pronto. Yo esperaba que Estados Unidos no fuera a invadir. La guerra me ha pillado recorriendo Europa y es cierto que soy norteamericano y judío, pero no sionista, y creo que debe haber una solución honesta para el pueblo palestino". El filme terminó rodándose en Santo Domingo porque "el Gobierno de EE UU me prohibió invertir los 40 millones de dólares en Cuba y que este dinero se transformara en divisas para Castro", cuenta Pollack. "En EE UU hay una ola de conservadurismo, que no llega a la represión, pero sí hace que el ambiente sea más opresivo. Es la consecuencia de Reagan, y ahora está Bush, su continuador." (El País, 30-1-1991).
Ola de conservadurismo, guerra en Oriente Medio, Cuba… En cuanto acudimos a la hemeroteca, se puede apreciar que la vigencia de la teoría del eterno retorno nietzscheano trasciende lo simbólico. Pero volvamos a 1981: para entonces Pollack había retratado la crisis del capitalismo en Danzad, danzad malditos (1969), la caza de brujas en Tal como éramos (1973) y los oscuros mecanismos de la CIA en Los tres días del cóndor (1975). Sin la contundencia narrativa de la década anterior, considerada simplemente una película correcta –como si alcanzar eso fuera tan fácil-- Ausencia de malicia radiografía un asunto espinoso y, precisamente por ello, poco tocado por la cinematografía y menos en su variante de drama: el del periodista que mete la pata.
El siempre inmenso Paul Newman interpreta a un empresario cuya única culpa es ser un poco carpetovetónico –incluso para los 80, cosa que le acerca más a la era Trump-- y haber tenido un padre relacionado con la mafia. Sin embargo, el asesinato de un sindicalista le pone en el punto de mira de la policía judicial que, sin pruebas, le acusa del crimen a través de una periodista del Miami Standard interpretada por Sally Field. El título de la película remite a un apartado específico del Derecho a la Información: si el medio informador no tiene constancia de que la historia publicada es falsa, hay “ausencia de malicia” o lo que en la legislación española consideraríamos “buena fe”; entonces el medio no sería responsable de la falsedad de la noticia y por tanto no puede achacársele negligencia ni mala fe, por lo que puede publicar la información sin temor a consecuencias legales. “La democracia está servida”, termina afirmando el abogado asesor del periódico. Así, pone en bandeja que la incauta periodista se convierta --sin malicia, eso sí-- en el instrumento de un funcionario prevaricador desesperado por no poder solucionar un crimen. El tema central de la película es el abuso de poder en las relaciones prensa-política y el peligro que este supondría para un baluarte de la democracia: la libertad de prensa.
Solo la comedia ha llevado al cine al periodista trapacero, torpe o ridículo y casi siempre como personaje secundario. En el cine, el periodista suele ser un metomentodo reportero que se mete en líos pero logra aferrarse a la categoría de héroe cuando, gracias a su investigación, la justicia triunfa. El cinismo de la profesión solo ha sido tratado con el sarcasmo y la crueldad que merece por algunos experiodistas metidos a cineastas, como Billy Wilder en Primera plana (1974) o El gran carnaval (1951).
“Caso Nadia: la estafa que ha conmovido a España”
“Sus padres llegaron a recaudar casi 320.000 dólares a base de donativos de personas que, conmovidas por la enfermedad de la niña, quisieron ayudar a su curación. Ahora, se les acusa de estafa al “exagerar” su enfermedad” (ABC, 9-12-2016).
“El Caso Nadia y la mala praxis mediática: un timo de 300.000 euros en ocho días” “¿Habría sido posible recaudar 300.000 euros en ocho días sin la ayuda de los medios de comunicación haciéndoles la campaña, sin comprobar la veracidad del cuento y poniendo el numerito de cuenta al final de artículos y en pantalla?” (Matthew Bennet, vozpópuli, 12-12-2016).
“Un grave error periodístico que no se debería repetir”
“Nuestro periódico no contrastó la versión de Blanco, que ofrece numerosas contradicciones y falsedades, aunque ha quedado acreditado que la niña está aquejada de una grave enfermedad. Y también cometió el error de publicar su número de cuenta, contribuyendo así a amplificar la fabulación. Estamos orgullosos del periodismo que representamos y nadie nos puede reprochar mala voluntad o una conducta deshonesta porque nunca hemos publicado una noticia a sabiendas de que es falsa. Otros sí lo han hecho, pero no queremos dar lecciones de moral a nadie.” (Editorial, El Mundo, 7-12-2016).
Líderes de opinión muy populares, periodistas y colaboradores, convertidos en el paleto del timo de la estampita
Durante años, ciertos medios, especialmente las televisiones en permanente escalada al Everest del sensacionalismo, alimentaron una lacrimógena y épica historia envuelta en el espinoso concepto de “solidaridad” --antaño “caridad”-- sin el rigor más conspicuo, sin una simple mirada a Wikipedia. Líderes de opinión muy populares, periodistas y colaboradores, convertidos en el paleto del timo de la estampita. Con irresponsabilidad, ignorancia y quizá mala fe, dando por ciertas opiniones y declaraciones no contrastadas, con una mano cuestionaban la capacidad de la sanidad pública y sus servicios médicos --una pedrada más que justificaría los recortes más salvajes de la historia-- para con la otra aparecer como verdaderos dechados de la antes nombrada solidaridad. Que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.
No importa. El caso Nadia sigue aún generando horas, días, semanas de emisión y publicidad con una campaña de vendetta enrabietada contra los supuestos estafadores. Y haciendo gala de gran rigor --ahora sí-- las televisiones acuden a multitud de profesionales y especialistas en enfermedades raras para encontrar pruebas de culpabilidad en los posibles estafadores. (Por cierto: las preguntas “técnicas” de algunos periodistas harían sonrojar a un bachiller).
Ante los desmanes de la posverdad y el campeonato mundial de “Vale tudo” periodístico, algunos avisados han tomado medidas extremas, tan extremas que ponen en peligro la misma libertad de prensa.
“El juez prohíbe a EL MUNDO publicar la investigación de 'Football Leaks'. El despacho Senn Ferrero intenta proteger los datos de sus clientes. El magistrado amenaza al director con penas de cárcel.” (El Mundo, 3-12-2016).
“El juez Zamarriego prohíbe difundir Football Leaks en toda Europa”
(El Mundo, 6-12-2016).
Decisión judicial esta que dejará boquiabierto a más de uno en los Estados Unidos, donde el cine de Hollywood da por seguro que los evasores son castigados, los funcionarios prevaricadores apartados de sus cargos, los periodistas negligentes despedidos y las víctimas reparadas. Y por supuesto, que la libertad de expresión es intocable. Pero en España los buenos raramente ganan, la libertad de expresión es puesta cotidianamente en entredicho y ciertos delitos se mantienen aún hoy, tras una terrorífica crisis y cientos de escándalos de corrupción, en la impunidad. La actualidad periodística se ha mimetizado de tal manera con lo inmoral y antiético --la posverdad-- que el conflicto retratado en Ausencia de malicia parece pertenecer a la arqueología judicial, de la misma manera que sus títulos de crédito pertenecen a la arqueología de la prensa: el ya clásico montaje de las fases de producción de un periódico en papel, desde la redacción de la noticia al paso por las rotativas y de ahí a los quioscos, entonces sinónimo de actualidad, resulta ahora pura nostalgia. Como la voz de una sibila profetizando el presente, el primer plano de la película de Pollack es la imagen deformada de una redacción en la pantalla de un ordenador apagado.
En Ausencia de malicia la justicia, como no podría ser de otra manera, triunfa. Paul Newman recupera su buen nombre y su honorabilidad, no sin antes haber provocado una crisis judicial y periodística: el sistema funciona, como siempre en Hollywood. Pero Pollack y su guionista Kurt Luedtke (ganador de un Oscar por Memorias de África, 1985) tienen muy claro que hay un fracaso, una relación en la que no cabe perdón posible: la de Field y Newman, la del periodista tramposo y el ciudadano cabreado por su trampa. Donde no hay happy end, la metáfora está servida: la periodista que, aunque no voluntariamente, ha traicionado su deber de servicio a la verdad y al rigor, no puede volver a relacionarse con esa opinión pública que es soberana en los países anglosajones. Ha perdido su confianza y por eso tiene que despedirse para siempre del ciudadano Newman. Quizá este sea el peor castigo de todos, porque ¿quién querría perder a Paul Newman?
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Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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