Crónica parlamentaria
Azotes de humor en el Congreso
Rajoy se enroca defendiendo las medidas que el hemiciclo pretende derribar. Ha sido nombrado mejor orador por la Asociación de Periodistas del Congreso; Pablo Iglesias, “castigo” para la prensa
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 14/12/2016
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Como el atento ciudadano de la polis ya sabe, en el Congreso de los Diputados hay dos patricios apellidados Hernando, casi como los Hernández y Fernández de Tintín: Antonio Hernando, actual primer espada del PSOE tras la baja de gladiator Pedro Sánchez, y Rafael Hernando, temible espada de Damocles del PP en la Cámara Baja. Es difícil apreciarlo a primera vista (porque conviene estar allí para verlo), pero lo cierto es que ambos crean sin saberlo un sutil movimiento marino, como de influjo lunar, sobre el presidente Rajoy, que a pesar de no vivir en esta dimensión del cosmos no consigue escapar a los movimientos universales de expansión y retracción.
Suele suceder así en cada sesión de control al Gobierno: el Hernando del PSOE comienza bien de mañana a ejercer cierta presión sobre Rajoy; de forma virulenta si uno atiende al gesto y la voz guardiacivil del diputado socialista, en realidad con la cantora y linda cólera materna que memoraba César Vallejo (Y nos levantaremos cuando se nos dé la gana...). Las preguntas de Hernando a Rajoy cada mañana de miércoles son las de esa madre que mete prisa con cariño, que arrulla violentando, que al final no termina castigando nunca. El despertar perfecto para que el presidente del Gobierno termine de despejarse y pueda despachar sin estrés a Pablo Iglesias, su némesis, o irse ya del hemiciclo, al poco rato, hacia su soledad y sus asuntos.
Pedro Sánchez recibió desde lejos, como el Oscar que no fue a recoger Marlon Brando por El Padrino, el galardón de Azote del Gobierno
Y ahí es cuando entra el otro Hernando, Rafael, su pretoriano. Éste arropa siempre a su líder sin fisuras; sentado justo detrás del presidente, es una sombra benévola y nutricia, centinela de fidelidad extrema que aplaude con el orgullo del papá en la actuación de Navidad de su niño, que ríe el primero cuando el ídolo barbudo dice cualquier cosa, lo que sea. [Conviene incidir de nuevo en esto: cuando Rajoy habla, toda la bancada del PP parece estar escuchando en realidad a Ernesto Sevilla: Hola, soy Mariano Rajoy y vamos a partirnos el culo].
Una vez terminada la misión en el hemiciclo, que en el caso de Rajoy suele oscilar entre 1 y 15 minutos, éste abandona su escaño y entonces el Hernando del PP salta cual resorte para escoltar al presidente afuera, más allá del Salón de Pasos Perdidos. Aquí tenemos el verdadero punto ciego, o McGuffin de la historia. Esos instantes en los que Hernando, Rafael, acompaña a Rajoy para no ser devorado por la jauría de micrófonos y cámaras en continuo acecho: ¿qué susurra al oído del presidente: Memento mori, recuerda que eres mortal, o Te he dejado el Marca en el coche, Mariano?
Rafael Hernando es también otro enigma: cómo ha pasado a convertirse en el Frank Underwood/Kevin Spacey del Congreso, controlando los resortes de su partido, cruzando las manos con sonrisa taimada desde su escaño (esa sonrisilla de Sé lo que vosotros nunca sabréis, sabandijillas); quién sabe si tramando entre bambalinas, con sigilo y paciencia de samurái, el asalto a la Casa Blanca. Su primer greatest hit fue hace una década, cuando en ese mismo pasillo quiso endiñarle una tollina a Alfredo Pérez Rubalcaba a cuenta del incendio en Guadalajara y la crisis posterior (Hernando es de allí y le tocó fibra sensible). Tuvieron que agarrarle Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, a quienes mandamos desde aquí un saludo emocionado. Por entonces, Hernando no era Frank Underwood sino el Chucky de Cieza (¿Quiereh sentihla en el pecho?), pero la esencia es inmutable: la Asociación de Periodistas Parlamentarios le concedió en la noche del martes el premio Azote de la Oposición.
Es una de las categorías de entre los reconocimientos que los periodistas parlamentarios (los buenos, los que controlan el cotarro y hasta se saludan entre sí, no los parias contextiles) otorgan cada fin de año a algunos afortunados de entre sus señorías. En la ceremonia hubo sorpresas, por lo visto; varias relacionadas con Ana Pastor –la presidenta del Congreso, no la periodista– en su discurso de clausura del acto. La primera sorpresa, de quienes la escucharon (todos los asistentes parecen coincidir en la gracia y soltura improvisadas de su discurso); la segunda de ella misma, porque, según el testigo allí del diario Público, le “sorprendió” el hallazgo de que “debemos reírnos de nosotros mismos” (que sea enhorabuena).
El pulso entre lo que se vote en el hemiciclo y lo que en su día estableció y sigue defendiendo Moncloa seguirá así probablemente toda la legislatura
Pedro Sánchez recibió desde lejos, como el Oscar que no fue a recoger Marlon Brando por El Padrino, el de Azote del Gobierno, pero no hay noticia de que hubiera por él un minuto de silencio. Pablo Iglesias obtuvo el título de Castigo para la prensa (no sabemos si también tiene que ver con ciertos azotes metafóricos). Mariano Rajoy, el Mariano Rajoy de 2016, no de 2006, se llevó el Emilio Castelar al mejor orador: imposible saber también, desde nuestra fantasmal existencia en esta cámara, por qué, por qué. Y cómo no se presentó allí a escenificar uno de sus gloriosos monólogos. Quizá se los reserva para cuando hay cámaras delante, como en la sesión de control.
En ésta, antes de salir escoltado por Hernando-Underwood, replicó a Hernando-PSOE, respecto al rechazo de la Cámara de las medidas más polémicas de su Gobierno en efecto dominó (de la LOMCE a la reforma laboral pasando por la ley mordaza), que cada cual –Gobierno y Congreso– deben ser respetuosos mutuamente con sus resoluciones. Lo que equivale a decir que el pulso entre lo que se vote en el hemiciclo y lo que en su día estableció y sigue defendiendo Moncloa seguirá así probablemente toda la legislatura, ya que el Gobierno tiene derecho de veto respeto a lo que crea que tiene que vetar por el bien de todos nosotros. “Derogar todas las normas no es la mejor manera de aportar al interés general”, dijo.
También dijo, “con absoluta franqueza”, que “parece una broma decir que España tiene un problema de libertad de expresión o de derecho de manifestación”. “A mí” –cómo sabe colocar las mejores frases cuando menos se espera– “me hablan de muchos problemas de la gente, pero ni una sola persona me ha dicho una sola palabra de este asunto”, el de las multas por hacer fotos o de detenciones de periodistas y cosas así (hay cerca de 6.000 procedimientos abiertos por supuestas faltas de respeto a los cuerpos de seguridad). Y es para creerle, con absoluta franqueza, si sólo las personas como Rafael Hernando pueden deslizarse para decir cosas (¿cuáles, Señor?) a ese imperial oído.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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