Obituario
John Berger: alguien le dijo al emperador que andaba desnudo
El ensayista deja como legado una denuncia de la mercantilización del arte y una burla del legado cultural de las clases altas
Diego Parejo 4/01/2017
John Berger.
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En su Pequeña historia de la fotografía, publicada en 1931, el filósofo y teórico cultural alemán Walter Benjamin invertía una sentencia de su época. Había quienes planteaban que quienes huyeran de la fotografía serían los analfabetos del futuro, y él respondía con la siguiente cuestión: ¿no es menos analfabeto un fotógrafo que no sabe leer sus propias imágenes? Según cuenta Geoff Dyer en su introducción al libro de ensayos de John Berger Para entender la fotografía (2013), aquella reflexión de Benjamin fue una de las más profundas inspiraciones que ha marcado todo el trabajo de Berger, hasta su muerte a los 90 años: romper la ilusión de aparente neutralidad del arte, volver a ponerlo en la historia, unirlo a su función social, política y económica; enseñar a mirar y a saber leer más allá de la mera forma. “La pintura y la escultura, tal como las conocemos, no están muriendo de nada parecido a esa decadencia cultural que diagnostican ciertos profesionales horrorizados; están muriendo porque en el mundo de hoy ninguna obra de arte puede sobrevivir sin convertirse en un bien con un valor económico”, sentencia Berger en La apariencia de las cosas.
Su vida ha sido siempre la del observador atento, el que escapó de St. Edward School en Oxford con 16 años para dedicarse a la pintura
El 5 de noviembre de 1926 nacía en Londres John Peter Berger. Se le ha definido como crítico cultural, crítico de arte, ensayista, poeta o novelista e incluso trazó guiones para cine. Él siempre se definió en sus entrevistas como un narrador de historias, al igual que su admirado uruguayo Eduardo Galeano. Desde su infancia, nos narra en su novela Aquí nos vemos (2005), ya se pasaba el día mirando alrededor. “Te ponías al borde del asiento. No he vuelto a ver a nadie mirar con tanta atención”, le decía su madre, en esta ficción, mientras pasean por Lisboa. Su vida ha sido siempre la del observador atento, el que escapó de St. Edward School en Oxford con 16 años para dedicarse a la pintura y “ver mujeres desnudas”, según contó él mismo en numerosas ocasiones.
Y las vio. En 1944 empezaría sus estudios de arte, los cuales compaginó a partir de 1948 escribiendo como crítico de arte. Bajo la atenta supervisión de George Orwell, Berger comenzó a escribir para la revista Tribune y en 1951 se convertiría en columnista habitual como crítico de arte de New Stateman. Tras 10 años, sus artículos de fuerte carga social y clara orientación marxista se publicaron bajo el título Permanent red, cuyo título mutaría en Estados Unidos por Essays of seeing y en castellano por Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible, dejando fuera del título el aspecto del pensamiento político del autor.
Berger en sus artículos criticaba a artistas como Jackson Pollock: “Si el artista no puede ver o pensar más allá de la decadencia de la cultura a la que pertenece”, escribe sobre Pollock, “su talento se revelará sólo negativamente” y como “una extensión de esta decadencia”. El artista debe tomar partido por la causa de los oprimidos. Esta idea la encuentra en Picasso y la forma revolucionaria del arte en el propio cubismo, como cuenta en el mencionado Permanent red: “La fórmula cubista presupone, por primera vez en la historia, que el hombre no vive alienado de la naturaleza”.
Su primera novela, en 1958, Un pintor de nuestro tiempo, fue publicada poco después de cumplir los 30, cuando decidió dejar de pintar para convertirse en escritor, “porque pintar cuadros no era una manera lo suficientemente directa de luchar contra las armas nucleares”, cita a Berger el filósofo César Rendueles en un artículo. Y lo que ve es la guerra fría, el pacto de Varsovia, las guerras antiimperialistas en América Latina, en África, en Asia. Ve el sueño emancipatorio, la necesidad de tomar partido. Su primera novela relataba la vida de un pintor húngaro exiliado en Londres que vuelve en 1955 a Hungría. Narrada en forma de diario personal, Berger deja claro su apoyo al movimiento revolucionario de Kadar y expresa su visión: “Vivo y trabajo en pos de una sociedad en la que todos los artistas sean básicamente artesanos”. Este apoyo le valió la censura del Congress For Cultural Freedom, una asociación de abogados anticomunista. Desde esta primera novela en adelante Berger no parará de escribir hasta el mismo día de su muerte. Las novelas se funden con los ensayos en sus descripciones, que escribe con el mismo cuidado que las novelas, producto de la observación, de mirar. Al no ser capaz de ponerse en el lugar de otros, como reconoce en una entrevista poco antes de recibir la medalla del Círculo de Bellas Artes de Madrid, tiene que seguir “los pasos de lo observado”.
Ways of seeing, que posteriormente se convertirá en libro, revoluciona la comprensión de la historia del arte desde el Renacimiento hasta hoy
En 1972 llega uno de los momentos cumbre de su carrera: la BBC lo contrata para una serie de programas sobre arte. Ways of seeing, que posteriormente se convertirá en libro, revoluciona la comprensión de la historia del arte desde el Renacimiento hasta hoy, señalaría John Molyneux. “Las mujeres son representadas de un modo completamente distinto a los hombres”, nos narra, “porque siempre se supone que el espectador ideal es varón y la imagen de la mujer está destinada a adularle”. En otro de los ensayos que componen el libro escribe, como crítica a la privación del acceso al arte: “El arte del pasado está siendo mistificado porque una minoría privilegiada se esfuerza por inventar una historia que justifique retrospectivamente el papel de las clases dirigentes”.
Retirado a los Alpes franceses desde los años 60 para estudiar y entender al campesinado, traba amistad con el fotógrafo Jean Mohr, cuya relación producirá cuatro obras: Un hombre afortunado (1967), Un séptimo hombre (1975), Otra manera de contar (1982) y The edge of the world (1999). Posiblemente, Un séptimo hombre es su trabajo más conocido tras novelas como G o como la trilogía De sus fatigas o el ensayo Modos de ver. En este trabajo que funde fotografía, poesía y prosa, Berger recorre Europa para mostrarnos las redes migratorias de portugueses y turcos hacia el corazón de Europa: los trabajadores eternos, como los llamó. “La única realidad presente para el emigrante es el trabajo y el cansancio que le sigue”, anota el autor. Son, en sus propias palabras “entes inmortales: no había que gastar dinero en su crecimiento y formación, ni había que gastar dinero en su vejez y enfermedades, únicamente se presentaba en el país receptor durante la madurez, sanos y fuertes, preparados para trabajar”.
Trabó amistad con fotógrafos como Sebastiao Salgado y Henri Cartier-Bresson, a los cuales analizó y con los cuales compartió charlas e ideas. Roland Barthes o Susan Sontag y su trabajo siempre fueron para él una fuente de inspiración. A Sontag dedicó -y respondió a su trabajo Sobre la fotografía- con su ensayo sobre los Usos de la fotografía. Ella lo reconocía de la misma forma, diciendo de él que era incomparable en su forma de hacer que la “atención al mundo sensual” satisfaga “los imperativos de la conciencia”. Berger planteaba el papel central para la teoría fotográfica que tenía el libro de Sontag, pero precisaba “las fotografías sustituyen a la memoria, pero no preservan el significado. Nos ofrecen apariencias”. Celebra la crítica al capitalismo de Sontag pero duda de la función pública del fotógrafo más allá de la reproducción del capital y expone que la trascendencia del uso privado y público de la fotografía depende del pasado: “Si el pasado se hace una parte integral del proceso de la gente haciendo su propia historia, entonces todas las fotografías adquirirían de nuevo un contexto vivo, seguirían existiendo a tiempo, en vez de haber detenido momentos”.
Roland Barthes o Susan Sontag y su trabajo siempre fueron para él una fuente de inspiración
Una de las anécdotas de Berger, quizás la más conocida, se produjo cuando ganó el Premio Booker en 1972 por su novela G. En un duro discurso en el que defendía el papel social del artista, la historicidad del arte y su función social, denunció al promotor del premio. Booker McConnell “ha tenido intereses comerciales en el Caribe por más de 130 años. La pobreza moderna del Caribe es el resultado directo de esta explotación. Una de las consecuencias de esta pobreza caribeña es que cientos de miles de indios occidentales se han visto obligados a venir a Gran Bretaña como trabajadores migrantes”. Después, anunció que donaría la mitad del dinero a la organización de las Panteras Negras en Gran Bretaña para que pudieran seguir editando su prensa y manteniendo sus locales. La otra mitad financiaría el libro Un séptimo hombre. Alastair Hetherington, editor de The Guardian, dijo que habría doblado el premio si Berger hubiera donado el dinero a una organización “obviamente menos destructiva que las Panteras Negras”. La derecha lo condenó por darles la mitad del dinero y la izquierda lo condenó, explica su amigo Geoff Dyer, por no dárselo todo.
Berger nunca dejó de trabajar o de ser objeto de trabajo: por su 90 cumpleaños se ha publicado A Jar of Wild Flowers. Essays in Celebration of John Berger editado por Yasmin Gunaratnam y Amarjit Chandan, en el que contribuyen entre otros Ali Smith, Julie Christie o Sally Potter. Geoff Dyer, uno de sus mejores alumnos, ha trabajado con él recolectando artículos diseminados por revistas y catálogos de exposiciones. Yves Berger, su hijo, ha escrito con él Rondó para Beverly (2013), en homenaje a su compañera y madre tras su fallecimiento en 2013. En 2016 publicó con Tom Overton Landscapes. John Berger falleció el pasado 2 de enero en el suburbio parisino de Antony en el que vivía desde 2009, tras un año de enfermedad.
Una de las grandes contribuciones de Berger, dice el artista Adam Stoneman en un reciente artículo en Jacobin Magazine, ha sido, no cómo debemos leer imágenes políticas, sino cómo leer imágenes políticamente. Berger apoyó el levantamiento zapatista y al subcomandante Marcos, nunca pensó en la URSS como comunismo y siguió creyendo en el potencial emancipador del hombre. Reconocía como sus contemporáneos a Dickens o a Gorki y siempre dijo que nunca aprendió lo suficiente de Victor Serge. Será un observador eterno gracias a sus obras: “La vista es lo que establece nuestro lugar en el mundo circundante; explicamos ese mundo con palabras, pero las palabras nunca pueden anular el hecho de que estamos rodeados por él. Nunca se ha establecido la relación entre lo que vemos y lo que sabemos”. A esto último dedicó toda su vida, pero con la intención no sólo de interpretarlo, sino de transformarlo.
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Diego Parejo
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