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Algún valencianista despistado que lea este artículo podrá pensar que su título se refiere a las vicisitudes por las que ha atravesado el club de fútbol de la capital del Turia desde que fuera adquirido por el magnate singapurense Peter Lim, hasta esta temporada aciaga en que encadena derrota tras derrota y parece una nave a la deriva. Su ejemplo vendría a sugerir que es todo un riesgo que te compre uno de esos acaudalados inversores asiáticos, porque con las mismas con que inyecta decenas de millones de euros (que bien que vinieron, dicho sea de paso, para aliviar al sufrido contribuyente valenciano la losa financiera que representaba el equipo), te deja sin alma, sin personalidad y sin espíritu competitivo y te expone a convertirte en el más deseado sparring de todos los rivales que antes te temían.

De lo que aquí se trata es de otra especie de peligro, también de tipo financiero y también venido de Oriente

Sin embargo, de lo que aquí se trata es de otra especie de peligro, también de tipo financiero y también venido de Oriente, y en particular de la codicia de astros exhibida en los últimos tiempos por la Superliga china, que a golpe de talonario azota al fútbol europeo a la caza y captura de megaestrellas que eleven su nivel y aumenten la proyección de su competición, lo que es tanto como decir su potencial audiovisual, publicitario y en el resto de jugosos negocios asociados al once contra once.

Ya se han cobrado unas cuantas piezas de nivel, entrando a cazarlas en el coto exclusivo de algunos de los clubes míticos del continente. Que le pregunten si no a la Roma por Gervinho, al Inter por Fredy Guarín, o al Chelsea por Demba Ba. Por no hablar de las estrellas capturadas en la liga brasileña, como Renato Augusto, Luis Fabiano o el emergente Paulinho, que en lugar de cruzar el Atlántico rumbo a Europa, como tantos de sus compatriotas, han preferido vadear el Pacífico para pisar el césped de Pekín o Shanghái con sustanciosos contratos bajo el brazo.

La plata china ha sido lo bastante persuasiva, al parecer, para que Tévez acepte pasar dos años infelices

El último caso ha sido el del argentino Carlos Tévez, fichado por el Shanghái Shenhua para dos temporadas por 40 millones de euros limpios. Lejos quedan los días de 2015 en que, con motivo de su regreso al Boca Juniors, declaraba: “Tengo millones en el banco y están ahí, pero eso no te hace disfrutar. Ver todos los domingos a mi viejo en la tribuna es impagable. La plata no compra la felicidad”. La plata china ha sido lo bastante persuasiva, al parecer, para que Tévez acepte pasar dos años infelices y para que el viejo tenga que volver a seguirle vía satélite.

Sin embargo, donde verdaderamente tiemblan los cimientos no es ante esta exhibición de poderío por parte de la Superliga china, al ofrecer a un futbolista cifras al nivel de los mejor pagados del mundo. Ha sido en los tanteos a las dos hiperestrellas planetarias, Messi y Ronaldo, ambos tentados con pagas de 100 millones al año y (osa uno suponer) sin jueces ni inspectores de Hacienda tiquismiquis que les amarguen la fiesta. Que ninguno haya picado aún en el fabuloso cebo tiene que ver con el pastizal que ingresan por publicidad, y que, a nadie se le escapa, es mayor si permanecen asociados a una de las dos grandes marcas del fútbol global. He ahí el hándicap chino, pero sólo por ahora. Denles tiempo; que ganas, salta a la vista, tienen sobradas.