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A finales de los 30 y principios de los 40 del pasado siglo, el ser humano descubrió horrorizado cuáles habían sido las consecuencias del fascismo. El mundo y en especial Europa se juró entonces, cual Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó, que nunca más volvería a probar ese plato. Recordando la guerra, los muertos y los campos de concentración, recordando el sufrimiento que había traído aquello, la tarea de no volver a repetir el pifostio debía de resultar, a priori, bastante sencilla. Pero recordar las consecuencias, aun repitiéndolo una y otra vez, no iba a ser suficiente: habíamos olvidado introducir un post-it pegado en el gran tomo de la historia, que explicara cómo detectar la próxima vez la sutil llegada de esa ideología letal: la del odio del penúltimo contra el último.
En un salto temporal de 80 años nos encontramos en el hoy. En un mundo y una Europa de nuevo con los últimos encerrados con total normalidad en campos de concentración pasando frío; de nuevo con los últimos muriendo a puñados como parte del paisaje, esta vez al otro lado de la valla; de nuevo con los penúltimos agarrando banderas con el mismo peligro que monos con cuchillos. Para cuando hemos querido darnos cuenta, el virus vuelve a estar incubando, engañando al organismo como es obligación de todo virus; haciéndose pasar por otra cosa. Populismos de derechas, los bautizaron amablemente la mayoría de medios, también los “progresistas”. La portavoz de Hogar Social Madrid lo escucha en la SER, se coloca bien la tobillera y sonríe.
Cursar aquel máster sobre cuáles eran las consecuencias del fascismo no fue suficiente para aprender que el germen nacía en aquel comentario del bar, “que los metan en su casa”; en el meme del grupo de WhatsApp que, con mucha gracia, dibujaba al musulmán como terrorista; en ese inocente y centrista “los españoles primero”; en aquel político que señalaba al extranjero para tapar su incompetencia gestionando ambulatorios. Nos llamarían locos, radicales o desubicados si señalásemos ahora con el dedo como peligrosos fascistas al compañero de trabajo que sube la foto del musulmán al grupo de WhatsApp o a la señora que, en la puerta del súper, deja claro que ella no le da nada a la rumana, porque ya hay criaturitas españolas pasándolo mal. Nos llamarían locos, radicales o desubicados y a estas alturas tendrían razón, porque quizá el virus ya esté demasiado extendido. Quizá el fascismo esté empezando a normalizarse. Y sólo un loco o un radical se atreverían a llamar fascismo a lo que es normalidad.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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