Crónica Judicial / Gürtel
López Viejo y el cacareo político de la Gürtel
La fiscal sacó a colación las grabaciones del delator José Luis Peñas en las que Don Vito aseguraba que, en todos los actos, López Viejo se lo llevaba “calentito”, medio kilo de ahí, otro medio de allá. El acusado no dio credibilidad a los audios
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 26/01/2017
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El acusado apartó el micrófono y se echó a llorar, rojo, tapándose la boca, los ojos, la cara. Su abogada le había preguntado qué sintió al ser imputado. “¿Está ahora en el paro?”. Él ofreció un par de espasmos. Era José Antonio Sáenz Jiménez, exconcejal de Pozuelo, uno de los presuntos adjudicadores del congreso Parjap (ese para el que las empresas de Correa dictaron, directamente, las normas del concurso). Su papel fue instrumental, mínimo; sin embargo, mantuvo un arqueamiento de cejas acontecido durante toda la declaración hasta que se rompió. Lloró los apenas dos años y tres meses de prisión que le amenazan como si fueran los 46 que a Alberto López Viejo, instantes después, le apetecía infravalorar.
El delfín de Esperanza Aguirre llevaba tiempo sin aparecer por la audiencia y sin ofrecer su aposentado cogote a la prensa. Llegó fresquísimo. No tardó en instruir a la fiscal ni en soliviantar al presidente del Tribunal, Ángel Hurtado. Repetía ‘ilustre representante del ministerio fiscal’ con vocación sarcástica: engolaba la distinción del cargo para insinuar que le quedaba grande a quien lo ostentaba, en este caso Concepción Nicolás. A López Viejo se le acusa de aliarse con Paco Correa para aprovechar su posición y su influencia en el Ayuntamiento de Madrid y en el gobierno de la Comunidad, donde era viceconsejero de Esperanza Aguirre, con el fin de adjudicar la organización de eventos a cambio de comisiones millonarias.
El delfín de Esperanza Aguirre llevaba tiempo sin aparecer por la audiencia. Llegó fresquísimo y no tardó en instruir a la fiscal ni en soliviantar al presidente del Tribunal
Despistó a la fiscala, le crispó los nervios: sus preguntas empezaron a perder puntería porque se batían en retirada. Viejo respondía con circunloquios o cuestionamientos; se tomaba los interrogantes como si fueran un capricho femenino y no el resultado de una investigación larguísima. Esta actitud obligaba a Nicolás a posicionarse y defenderse, siquiera mentalmente; por eso tropezaba. Alberto López Viejo (ALV para los papeles de Correa) era una criatura política perfectamente diseñada para altas cotas de poder. En él se mezclan una autocorrección y una simpatía instrumental (y, por eso, bastante inconstante) con ciertas parcelas de sadismo. “La oigo muy baja”, reconvino varias veces a la fiscala, bruscamente, exigiéndole que elevara el tono. Se trata de un sujeto sediento de mando que no soporta ocupar el último peldaño, como lo ocupa todo acusado ante un tribunal, y en consecuencia, al parecer, se satisface emitiendo pequeñas órdenes, aplicando poder, aunque sea en la escala ínfima de lo técnico. Por la tarde, amansado por el sentido de precaución que da la digestión, se disculpó y quejó de problemas médicos de audición.
Sus imprecaciones a la representante del ministerio público se modularon, también, al margen de sus presuntos déficits sensoriales: le recomendó que leyese bien, que no diese tantas vueltas, y desautorizó su derecho a preguntar, por ejemplo, por las cuentas en Suiza donde él habría ingresado comisiones de la trama.
— ¿Recuerda haber tenido cuentas en Suiza?
— Voy a intentar responder de manera adecuada a esta interesante pregunta—apiñonó la boca y los ojos le titilaron, soberbios, como libras esterlinas.
Mareó la bola hasta que intervino Hurtado y forzó una escena que reafirmó la naturaleza política de López Viejo. La abogada intervino para decir que no iba a responder a preguntas sobre Suiza. Les salió instintivo, pero salió así: el buen político nunca exhibe su falta de voluntad ni su negación, siempre se escuda en un segundo, en una Sáenz de Santamaría, en un Echenique, o en una abogada. En la cercanía se perciben mejor las grandes diferencias entre las figuras públicas que han tocado cúpula y las que, como otros acusados, quedaron enlodadas en lo municipal. Las primeras han aprendido a moverse con una seguridad ajena a cualquier realidad o a cualquier escrúpulo. Bárcenas era uno de ellos, López Viejo también.
La abogada intervino para decir que no iba a responder a preguntas sobre Suiza. Les salió instintivo, pero salió así
El procesado fue categórico en cuanto al líder de la trama: “No he recibido un solo euro del señor Correa”. Lo repitió en diversas ocasiones y rechazó haber mantenido una relación estrecha con el entorno de Don Vito. En cambio, a pesar de no tirar de la manta, tampoco desaprovechó la oportunidad de enchufar la luz hacia su antiguo partido. “Todos sabíamos quién era Correa” porque no sólo gestionaba la imagen del partido, sino también la del presidente José María Aznar. Incluso desveló que María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre, en algún momento, habían disfrutado de un par de albornoces color pistacho con el logo bordado de una empresa de la trama. Ése fue uno de los obsequios que la Gürtel repartía en Navidad a sus contactos.
Cuando le preguntaron por el amaño en la contratación del servicio público de limpieza de Madrid, por el que, según el escrito de acusación, se habría embolsado 682 mil euros, López Viejo mitineó a los presentes: “Nos convertimos en un referente internacional” en limpieza. Se puso a posturear, a desplazar y recolocar el tren superior como si en vez de personas tuviera varios tiros de cámara delante. En este punto, desplegó una pericia televisiva absolutamente innecesaria.
Negó haber tenido competencias en comunicación, pero después aseguró que se esforzó mucho por mejorar la imagen de la presidenta en un momento demoscópicamente difícil
Negó haber tenido competencias en comunicación, pero después aseguró que se esforzó mucho por mejorar la imagen de la presidenta en un momento demoscópicamente difícil. Negó que hubiera reuniones “de agenda”, pero relató que se reunían todos los jueves para “analizar la agenda”. Una agenda de actos semanal que, automáticamente, acababa en el buzón de Isabel Jordán, la administradora de varias agencias gürtelianas. López Viejo culpó a la inercia: “Cuando me incorporo a la viceconsejería las empresas de Correa ya trabajaban para la Comunidad de Madrid”. Negó haber participado en la organización del acto de homenaje al 11-M cuyo coste se fraccionó en más de una decena de facturas para evitar el concurso público, pero después se proyectó un Power Point relativo a este evento en el que su nombre aparecía como cliente.
Francisco Correa, en los murmullos que compartía con Pablo Crespo, parecía impresionado por la agilidad de López Viejo. Ponía una de esas sonrisas un poco admirativas que se salen cuando uno reconoce la osadía de otro, una sonrisa que viene normalmente aparejada a la expresión “qué cabrón”. Pero su gesto cambió cuando brotó la Esperanza Aguirre que el exviceconsejero lleva en la sangre. Concepción Nicolás sacó a colación las grabaciones del delator José Luis Peñas en las que Don Vito aseguraba que, en todos los actos, López Viejo se lo llevaba “calentito”, medio kilo de ahí, otro medio de allá. El acusado no dio credibilidad a los audios y se defendió al estilo de la condesa, a degüello, inventando descalificaciones personales. Dijo que las declaraciones se debían al carácter expansivo de Correa y a que le gustaba “tomarse alguna copa”, y que encima era Navidad. El cabecilla levantó la mano derecha, pidiendo penalti.
El juez Hurtado cerró la sesión. Al acusado le esperaban al fondo de la sala. Nadie ha recibido antes una escolta semejante en este proceso. A pesar de que no era seguro que declarara el día 25, en cuanto el tribunal le dio paso, apareció un grupo de ocho personas en la sala. Hombres y mujeres. Su familia: todos rubios, todos con los ojos azulados y una visible quemazón en la piel. Esta guardia aria de López Viejo le esperó en la calle. Y él salió como si hubiera ganado algo.
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Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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