Crónica Judicial / Gürtel
El silencio suizo de Alberto López Viejo
La acusación de la Comunidad de Madrid se abalanzó contra Viejo. Fue una pelea alegórica entre Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre. Una táctica típica de la Guerra Fría, una batalla deslocalizada en la que las contendientes no se manchan
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 27/01/2017
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“No voy a responder a ninguna pregunta relacionada con las cuentas en Suiza”. Mencionar el país alpino equivale a un toque de queda verbal para los políticos peperos. Se callan, deponen sus aspavientos. Alberto López Viejo, exviceconsejero de la Comunidad de Madrid, repitió ese mantra mientras la fiscala Concepción Nicolás consignaba sus preguntas. Su abogada Laura Martínez Sanz intentó primero que no se aludiera a las cuentas helvéticas, guerreó después para que no se proyectaran los documentos que las acreditaban. El juez Ángel Hurtado desestimó las protestas. El acusado enmudeció, había demostrado poseer el juego de cintura más flexible del banquillo, pero los datos, demoledores, empezaron a caerle como losas.
Un abono en efectivo de 50.000 euros, otro de 99.000, otro de 74.200, de 123.750, de 748.500. Cifras imposibles de cuadrar con sus ingresos habituales. En la cuenta, además, “Monsieur Alberto López Viejo” se había hecho figurar como abogado y no como persona expuesta políticamente (PEP), así esquivaba los controles correspondientes a esa condición. “No voy a responder…”. Silencio sepulcral. El letrado de Rodríguez Pendás, exasesor del declarante, se exaltó: se estaban vulnerando los derechos humanos al decir todo aquello en la sala. Hurtado no tragó. El abogado del Estado tecleaba en su ordenador mientras se sonreía y asentía. Después de horas de respuestas envolventes, de pringosa retórica política, aquella lluvia de cifras refrescó a los presentes; nos recordó que había hechos que las palabras no podían prostituir.
“No voy a responder…”. El propietario de Sufi S.A., Rafael Naranjo, confesó en 2011 que pagó un millón de euros a López Viejo en una cuenta suiza por la concesión del contrato de basuras de Moratalaz en 2004. El acusado despreció esa confesión porque Naranjo estaba mayor y enfermo, del mismo modo en que culpó al alcohol y a la Navidad de que Correa, sin saber que le grababan, recordara cómo se reservaba buenas porciones del pastel autonómico.
Hubo que llegar a los números y al fehaciente afán de ocultación para zarandear su línea argumental. Porque el resto del interrogatorio de la fiscalía logró manejarlo a conveniencia: “Soy muy exigente, eso lo he aprendido de Esperanza Aguirre”, dijo en un momento. No sólo aprendió la autoexigencia de la lideresa, también el arte de domar al contrincante, de someterlo a un tira y afloja de simpatía y educado desprecio, y la habilidad para dar relieve a datos accesorios hasta conseguir eclipsar el objeto original de las preguntas. Tampoco ayudaron los tropiezos del ministerio fiscal. Él se anticipó a los baches y se llevó una carpeta negra de gomas, con fotografías que reforzaban los errores de la acusación. Nicolás indagó sobre los motivos por los que se había facturado al Metro de Madrid una cumbre flamenca cuando, recalcó, no tenían nada que ver. La fiscala trataba de arrojar luz sobre el mercadeo de facturas de la Comunidad en aquel tiempo: duplicaciones, fraccionamientos y, como supuestamente en este caso, dispersión por diferentes concejalías con el fin de colar fraudes, de desvincularlos de sus actos de origen para hacerlos más vaporosos. El procesado mostró una fotografía de la cumbre flamenca celebrada en el Metro: “Probablemente, a usted se le escape el hecho de que en el metro se hacen más cosas que transportar viajeros”, apenas contuvo un reflujo de amor propio.
La declaración de López Viejo encandiló a Pablo Crespo y Francisco Correa, ambos asintieron, triunfales, cuando el acusado se puso lapidario: “Es importante decir que estamos hablando de actos que se realizaron, eso es fundamental”. También celebraron los elogios a la calidad del trabajo de sus empresas. En esta precisión, se comprende que la Gürtel no es una trama tan torpe como otras. No se esbozó sobre el vacío. Los actos estaban ahí, y los implicados esgrimen esa certeza como si la existencia de lo contratado perdonara los engordes de precios, las comisiones y la prevaricación.
Se exhibieron numerosos correos electrónicos en los que se probaba que el acusado, miembro de la cúpula del gobierno autonómico, mediaba personalmente entre las empresas de Correa y las distintas conserjerías. Se saltaba los cauces. En uno de los emails, incluso, el procesado enviaba el orden del día de una sesión parlamentaria en la que la oposición iba a hurgar en los contratos firmados con la gürteliana Good and Better. Isabel Jordán recibió aquellos papeles con las frases peligrosas subrayadas.
En su turno, la acusación de la Comunidad de Madrid se abalanzó contra Viejo. Fue una pelea alegórica entre Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre. Una táctica típica de la Guerra Fría, una batalla deslocalizada en la que las contendientes no se manchan, pero sí se juegan un orgullo muy íntimo. Las preguntas deslizaban que el acusado era responsable, “la clave” de la penetración de la organización criminal en las instituciones autonómicas; lo colocaron detrás de la famosa partida ‘varios’ que escondía, según el auto, las comisiones que se convirtieron en viviendas, devoluciones imposibles de préstamos, un barco. López Viejo permaneció en silencio. La Gürtel fue abatida por una riña política entre facciones que siguen vivas y detestándose.
La sesión del día 26 de enero mostró que las comisiones no sólo se pagan con montones de efectivo. López Viejo emuló en muchos puntos la declaración de Isabel Jordán, la mujer al otro lado del correo electrónico. Defendió la calidad de su trabajo al frente de las empresas de Pozuelo y reiteró su versión sobre las dádivas a políticos: una versión que las reducía al absurdo al mencionar sólo un albornoz, un bono de spa de 20 euros y un Monopoly personalizado. Todos los años obsequiaban a sus contactos en Navidad, pero ambos recordaron exactamente lo mismo. El exviceconsejero llegó a elogiarla sin pudor: “La magnífica intervención de Isabel Jordán”. Ella se recolocaba en su silla, enaltecía su melena rubia con coleta. Las comisiones no son solo en efectivo. A la salida, en el vestíbulo, Jordán le estampó dos besos ceremoniales a López Viejo. Gustavo Galán, su abogado y pareja, le dio un apretón de manos que le movió todo el cuerpo. Estaban pletóricos.
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Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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