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Por diferentes razones desde hace unos meses hemos recuperado el debate sobre la propuesta de Renta Básica. Para sorpresa de muchos, esta obtiene los apoyos tanto de los economistas del FMI y los multimillonarios gurús de Silicon Valley como de los sectores que más ponen en valor el anticapitalismo de sus propuestas o los que más defienden la necesidad de garantizar un futuro a los Estados de Bienestar. Aunque sus críticos tampoco son pocos y también son transversales a todo el arco ideológico, es probable que la idea de algún tipo de RB resulte central en el desarrollo de los debates sobre la deseabilidad de determinadas políticas y que no debamos desaprovechar la oportunidad de ir marcando las claves de su desarrollo.
En el momento en que nos encontramos es muy importante definir qué Renta Básica queremos para que pensemos cómo diseñarla. En este contexto nos gustaría ofrecer algunos argumentos sobre cómo se está produciendo el debate sobre la Renta Básica desde la perspectiva de la economía Feminista, desde donde se han presentado ya toda una serie de críticas más que razonables a los límites de una propuesta de este tipo. Creemos que es fundamental empezar a plantear en qué medida la RB podría ser una herramienta para modificar el orden de género establecido, donde las tareas de cuidado siguen siendo asumidas tanto en tiempo como en carga de trabajo por mujeres. Defendemos una redistribución radical de la renta, como es una RB, pero entendemos que tiene que ir acompañada de una redistribución de los tiempos de trabajo reproductivo y de cuidados, y una redistribución de las oportunidades.
La mayor parte de los desempleados, precarios y pobres son mujeres, con un buen diseño de financiación, ellas serían las principales ganadoras en la implantación
Lo primero es aclarar la especificidad de la propuesta de RB con respecto a otras propuestas de transferencias de renta: a) Esta es individual: no es la familia sino las personas las que son titulares de este derecho; b) Es universal: no depende de la contribución individual y es para todas las personas; c) Es incondicional y, por lo tanto, no sujeta a contraprestación y d) Es equitativa: todo el mundo recibe la misma cantidad y esta debe ser de una cantidad suficiente para cubrir las necesidades básicas. Este último punto obviamente tiene que ver con el derecho específico --todo el mundo tiene derecho a la misma cantidad de renta básica-- pero en la práctica cualquier modelo de financiación implica ganadores y perdedores netos. Y esto es un primer punto importante en la perspectivas que manejamos: si se tiene en cuenta que la mayor parte de los desempleados, precarios y pobres son mujeres, con un buen diseño de financiación, sucedería prácticamente seguro que ellas serían las principales ganadoras en la implantación de la RB, suponiendo una transferencia importante redistributiva de la población masculina a la femenina. Lo que implica mejorar las condiciones materiales de muchas mujeres y mejorar su capacidad de elección.
Es importante subrayar que en la concepción teórica de la RB hay una gran insistencia en separar, de manera clara, la idea de trabajo como cualquier actividad humana que lleva haciéndose a lo largo de la historia y el empleo como la condición concreta en la que este ha articulado el trabajo a cambio de un salario. De manera global, las horas de trabajo no pagado son muchas más que las que se dedican a un trabajo remunerado (empleo), pero sin embargo, en la construcción de nuestros modelos políticos siempre se ha considerado al empleo como la vía de acceso a los derechos de ciudadanía. La Renta Básica debería ser un paso claro hacia la necesidad de garantizar una vida digna más allá de los derechos derivados de la esfera del empleo, no sólo por una cuestión ética y de justicia, sino porque hay mucho trabajo que es fundamental para el sostenimiento de la vida. Trabajo invisible, no reconocido, no valorado y con rostro femenino. Cuando las líneas de aumento de la productividad y de salarios son cada vez más divergentes y el reparto de la riqueza es cada vez más desigual es fundamental empezar a subrayar que hay una gran cantidad de trabajo que realizamos y cuyos beneficios (monetarios o no) no se reparten. El ejemplo que siempre se pone es el trabajo gratuito que realizamos para Facebook cada día, cuyos beneficios monetarios se quedan pocas personas, pero la economía feminista lleva años poniendo de relieve la ingente cantidad de trabajo doméstico y de cuidados que sostiene todo el sistema económico. La RB camina en la dirección de acabar con el trinomio empleo-renta-ciudadanía, característico de los Estados del Bienestar tradicionales y es nuestra tarea reconocer otros trabajos, como es el trabajo reproductivo y de cuidados, como trabajos que merecen reconocimiento social, pero también que se repartan los tiempos dedicados a ellos.
Otro argumento interesante, y que se ha sacado menos a relucir, es la importancia que tiene en clave de igualdad de género que la prestación sea individual. Esta aumentaría la capacidad de negociación en el mercado de trabajo por un lado, pero también en la unidad de convivencia familiar. La mayor parte de prestaciones se dan atendiendo al hogar como unidad fundamental, asentándose en los argumentos de las economías de escala, pero generando una condicionalidad perversa en torno a la posibilidad de un cambio en la estructura de la familia. Al ser una prestación individual aumentaría el grado de autonomía de muchas mujeres, cuya dependencia del salario de su pareja sigue siendo un problema, y ampliaría la libertad de tomar la decisión de romper el vínculo familiar al no ir acompañado de una contrapartida de pérdida de ingresos.
La economía feminista nos pone el foco además en otra cuestión: la división sexual del trabajo genera un efecto espejo de desigualdad en el sistema de pensiones y de seguridad social: las mujeres tienen peores pensiones contributivas, y son muchas más las que cobran las no contributivas, y lo mismo sucede con las prestaciones por desempleo. Esto es debido a que, por norma general, las mujeres tienen muchísimas más cortapisas (desigualdad de oportunidades) para generar derechos vinculados al empleo. La RB se mueve en la lógica de romper este dualismo entre derechos adquiridos en el mercado de trabajo o por contribución a las arcas públicas y los que no. La individualización de la prestación implica una visión antifamilia tradicional (la mujer como ama de casa y el marido como ganapán) que poco tiene que ver además, ya, con una realidad mayoritaria y es unas de las reivindicaciones de la agenda feminista.
La individualización implica conceder más independencia económica a los individuos no condicionándolos a su estructura familiar y por lo tanto debería servir para aumentar la independencia de las mujeres dentro del hogar. Esto se ha visto en algunos de los experimentos piloto de Renta Básica como los de India o Namibia, donde se evaluaban indicadores vinculados al empoderamiento de la mujer y de mejora específica de salud física y mental respecto a la de los hombres y se podía ver la mejora significativa de estos. Aun siendo contextos completamente distintos es importante ver las evidencias empíricas de las que disponemos.
Las condiciones para que la implementación de una Renta Básica funcione son que debe ir acompañada de una profundización del Estado de Bienestar
A pesar de todos estos argumentos que vendrían a confirmar la deseabilidad de una RB para mejorar la igualdad de género, el principal motivo para no ser del todo optimista de los efectos de esta en la división sexual del trabajo de cuidados y reproductivo es que no parece que genere un incentivo claro para que los hombres ejerzan estos trabajos. Más allá de liberarles tiempo, no es muy claro que fuera a darse una redistribución de los tiempos de trabajo de cuidados.
El otro gran riesgo que tiene la RB es que para su financiación se quieran eliminar o mermar los sistemas de protección social, lo cual eliminaría todos los beneficios anteriormente mencionados. Hay que evitar que una RB sea una manera de descargar la responsabilidad de los cuidados y de todos los trabajos vinculados a la economía reproductiva al colectivo hacia las mujeres. Por lo tanto las condiciones para que la implementación de una RB funcione son que debe ir acompañada de una profundización del Estado de Bienestar, con blindaje presupuestario de las partidas que consideramos fundamentales: educación, sanidad, servicios sociales y financiación suficiente de la ley de dependencia (39/2006). Pero también es necesario, desde el Estado de Bienestar, la financiación de políticas públicas que ayuden a la socialización del cuidado y del trabajo reproductivo; como los permisos parentales iguales e intransferibles, la extensión universal del derecho a la educación de 0 a 3 años o medidas que ayuden a la conciliación y la corresponsabilidad mediante la flexibilización de los horarios laborales.
Pero a pesar de todo esto consideramos que es fundamental que desde la perspectiva feminista se valore una medida como la RB, que tiene en su núcleo la idea de ir más allá de la ética del trabajo tal como la conocemos. Una ética que ha sido la articuladora del modelo de familia tradicional y en torno a la cual se ha construido la mayoría de los derechos vinculados a nuestros Estados de Bienestar.
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Autor > Paula Moreno
Autor > /
Autor > Alberto Tena
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