Crónica judicial / Gürtel
Ana Mato, la estrategia fantasma de los populares y la baba de los caracoles
La exministra declaró como partícipe a título lucrativo en la trama por haberse beneficiado de viajes por valor de 25.608 euros, regalos o la decoración de las fiestas de cumpleaños de sus hijos y una comunión
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 13/02/2017
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Un olor extraño bañaba los exteriores de la Audiencia Nacional el día en que una exministra se sentaba ante el tribunal y el Partido Popular asumía de facto haberse financiado ilegalmente. Un olor de náusea, desde la estación de Torrejón hasta el polígono industrial de la calle Límite, donde esperaban decenas de periodistas inquietos, muchos sin saber que Ana Mato se había deslizado hacia dentro del edificio demasiado pronto para no ser vista antes del arranque de la sesión. Llevaba lloviendo varios días, el hedor, discretamente desagradable, subía de las cloacas, de las cañerías y de la tierra enfangada. Recordaba a la baba de caracol, un olor lento, tardío: una metáfora natural.
El lunes 13 de febrero (después de muchísimos años de proceso), por fin, adquirió concreción y carnalidad la magnitud política del juicio Gürtel, esto es, la podredumbre que representa la trama y que guarrea todo un sistema de país. Pero todo ocurrió sin escándalo, y eso a pesar de que el viernes anterior se había dictado la primera sentencia condenatoria que acostará a Francisco Correa, Pablo Crespo y Álvaro Pérez en el interior de una celda. Ya dentro de la sala, la certeza de que estábamos ante una corrupción sistémica se percibía también como una atmósfera pringosa. Costó mucho encontrar los elementos que originaban ese ambiente. Los de Mariano Rajoy habían escogido una estrategia de fantasmas.
Todo ocurrió sin escándalo, y eso a pesar de que el viernes anterior se había dictado la primera sentencia condenatoria del juicio
En el vestíbulo, la exministra eligió el último banco, el más lejano de la puerta que conduce a la sala de prensa. “Mato está ahí, no, no… allí, allí detrás”. La habían rodeado sus acompañantes formando una barrera que la escondía. Entre los huequecillos que descuidaba a veces una de sus encubridoras con abrigo rosa pastel, se veía un hombro de ministra, un pie de ministra, un pelo. Entró la última a la sala, y ahí sí se le vio, pequeña y terminante: las resacas del poder duran toda la vida. Ana Mato declaraba como partícipe a título lucrativo en la Gürtel por haberse beneficiado de viajes por valor de 25.608 euros, regalos como una estola y un echarpe de Louis Vuitton, la decoración de las fiestas de cumpleaños de sus hijos y una comunión.
Se había tonteado con la idea de que ni la exministra ni el PP ni la exmujer de Guillermo Ortega El Rata acudieran a la audiencia. La ambigüedad hasta el último momento y la decisión repentina debían de ser las responsables del resentimiento que tensaba la barbilla de la exministra y de esas miradas arrugadas como de miope que dispensó a la fiscala, entrecerrando los ojos, fingiendo no entender: ¿era la máxima expresión de repulsión y de indignación que le permitían sus instintos institucionales?
Para continuar con la estrategia de ocultación, Ana Mato se enfrentó al foco de la cámara con la acreditación vuelta del revés, reducida a un rectángulo blanco, sin nada que afirmara su condición de acusada. Un despiste muy útil.
Su defensa fue la descripción de un matrimonio burocratizado: “Compartíamos los gastos familiares y de los personales nos hacíamos cargo con nuestras propias nóminas”. Pero no repartían los gastos abonando cada uno la mitad de la cuenta; los dividían en una especie de partidas de las que cada uno debía ocuparse plenamente. Los viajes familiares los organizaba y pagaba su exmarido, Jesús Sepúlveda, aunque él no participara en ellos; los de carácter personal, con amigas, hermanas o de trabajo, aseguró Mato, los soportaba ella. También correspondían a su departamento dentro de la empresa matrimonial las facturas del colegio de los niños. El resultado de la partición era que todas aquellas compras manchadas por la Gürtel quedaban dentro de la jurisdicción de Sepúlveda.
“Afortunadamente, soy una mujer independiente”, explotó la veta del feminismo conservador, traduciendo a términos positivos de autonomía y liberación lo que probablemente encajaba más en el concepto del olvido selectivo. Afirmó no conocer el nivel de ingresos de su marido ni siquiera para saber, de manera estimativa, si daban para mantener un Jaguar. Del mismo modo, las fiestas de cumpleaños corrían de cuenta del exalcalde de Pozuelo, ella se desentendía, a pesar de que un correo electrónico desveló su implicación en la elección del decorado. Se construyeron, en una tarde, el país de las maravillas en el jardín de su casa.
Mato no desmereció su oficio político y se prodigó en vaguedades y explicaciones de argumentario
Mato no desmereció su oficio político y se prodigó en vaguedades y explicaciones de argumentario. La interrogaron sobre las personas vinculadas a la trama que conocía y sentenció: “Conozco a aquellos que hayan tenido relación con el partido”. No decía sí o no, ofrecía un molde lógico que le convenía y trataba de que la realidad encajara sin más en él. Todo con tal de no caer en la bajeza de la concreción.
Al terminar, Mato escampó como la lluvia. Tomó a su aliada de abrigo rosa, corrió a la salida y se volatilizó.
Gema Matamoros es una señora con anillo floripondio y risa muelle que dice palabras como “ordinariez”, palabras que descalifican hacia fuera otorgando a uno mismo una distinción deseable. Llegó presumiendo de sueldazos y de posición de vida y, lo que es más importante, de saber desenvolverse en ella como pez en el agua. Supimos de la amistad pasada entre los matrimonios Correa-Rodríguez y Ortega-Matamoros: “A mí me regaló el señor Correa un bolso de Loewe el día de mi cumpleaños, lo he traído para enseñarlo”, presumió sin llegar a mostrarlo. Don Vito también les había pagado un crucero, un crucerito “normal por el Mediterráneo, que tampocooo…”, Matamoros masticó una risilla y pudimos verla perfectamente poniéndose la mano sobre la pamela para que no se volara con la brisa marina. El viaje costó 19.838,48 euros, según la acusación. Al salir de la sala y pasar cerca de la prensa levantó la barbilla y todos nos sentimos perfectamente ordinarios.
Bien mirado, la estrategia pepera resultaba muy rajoyesca: el apocamiento, el repliegue, el silencio. Jesús Santos, representante legal del PP, decidió no declarar. Concepción Sabadell se apresuró a avisar de que la ausencia de testificación se asumiría como una confesión. Santos apoyó las manos una sobre otra y escuchó cómo caían las preguntas una a una y cómo, a través del circuito de grabación, se fijaba en la causa y en la historia el reconocimiento de una parcela de la putrefacción que negaron en su día. Sin embargo, mientras interrogaban a ese procesado llamado Partido Popular, la silla frente al tribunal permanecía vacía. Santos, al presentarse también como abogado defensor, evitó sentarse allí y permaneció en la trinchera de los letrados. El PP siempre intentó desmontar el caso y su último recurso fue desvincularse estéticamente… otra vez. Que la corrupción quede en un limbo, que huela mal, que moleste a la gente, sí, pero que sea imposible identificar por dónde sube la peste.
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Autor > Esteban OrdóñezEs periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros. Suscríbete a CTXT
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