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A lo largo de estos últimos días muchas han sido las páginas y minutos dedicados en los medios de comunicación al caso de Roman Zozulya, el jugador ucraniano con vínculos con grupos paramilitares ultranacionalistas de su país que ha sido repudiado por la hinchada del Rayo Vallecano tras haber sido fichado por los dirigentes del club.
A muchos les ha sorprendido el grado de movilización de la afición vallecana que, en cuestión de horas, articuló una potente campaña para dejar clara su repulsa por el fichaje de un jugador cuyos valores y actitudes chocan frontalmente con los de esa hinchada, fundamentalmente integrada por trabajadores de izquierdas.
Tebas, que no desperdicia ni una ocasión en su cruzada contra los aficionados que como los Bukaneros se manifiestan en contra de su proyecto de gentrificación de las gradas
Javier Tebas, presidente de la Liga, por su parte, ha aprovechado la ocasión para arrimar el ascua a su sardina en su particular lucha contra la cultura tradicional de grada y, apoyado por buena parte de la prensa deportiva y generalista de nuestro país, ha arremetido contra el grupo más movilizado e ideologizado de la hinchada rayista, los Bukaneros. Tebas, que no desperdicia ni una ocasión en su cruzada contra los aficionados que como los Bukaneros se manifiestan en contra de su proyecto de gentrificación de las gradas de nuestros estadios, ha llegado incluso a querellarse contra diez aficionados rayistas de diversas peñas por presuntas coacciones al jugador ucraniano, al que supuestamente habrían impedido el ejercicio de su derecho al trabajo. Esto último no deja de ser una paradoja viniendo de un dirigente que demandó hace no mucho tiempo al sindicato de futbolistas por querer ejercer su legítimo derecho a la huelga. La paradoja se vuelve irrelevante, sin embargo, si nos fijamos en las simpatías políticas del propio Tebas, dirigente en su juventud de Fuerza Nueva y admirador declarado de figuras políticas actuales como Marine Le Pen.
Tras el rechazo de la hinchada rayista y a pesar de la contraofensiva de Tebas y sus medios afines –casi todos– para blanquear la imagen del futbolista ucraniano, todo apunta a que el jugador no jugará en Vallecas y, aparte de las aventuras penales de Tebas contra los aficionados del Rayo Vallecano, sólo quedaría por resolverse la situación contractual del jugador, el no menor problema de cuánto y quién le paga.
En medio de este torbellino de noticias y declaraciones, de acciones y sobrerreacciones ha pasado inadvertido, sin embargo, el trasfondo de las relaciones entre club e hinchada que este tipo de situaciones ponen de manifiesto y que tienen que ver con la insostenible dialéctica entre el fútbol como manifestación social y cultural y su encarnación como sector económico en que operan entidades mercantiles de capital con ánimo de lucro.
El economista, sociólogo y antropólogo de origen húngaro Karl Polanyi en su influyente obra La Gran Transformación, publicada en 1944, describe la imposibilidad de desarrollar una economía de mercado sin que exista antes una sociedad de mercado en la que determinadas actividades sociales humanas básicas se conviertan en mercancías. No obstante, Polanyi afirma que la más importante de las características del ser humano es la necesidad de relacionarse con otros seres humanos por lo que cualquier intento de convertir los ámbitos de relación social en mercancía está abocado al fracaso, provocando sufrimiento y fractura social.
El fútbol es ante todo una actividad social y cultural humana. Lo era antes de su sometimiento a la lógica capitalista de extracción de beneficio y lo es aún ahora para las masas de aficionados que pueblan las gradas de los estadios de todo el mundo. Esto es algo que es difícil de entender para buena parte de los que analizan el fútbol como si se tratara de cualquier otro sector económico en que se intercambien bienes o servicios. Son incapaces de entender que el fútbol como actividad social es un fenómeno imposible de mercantilizar completamente. Tan imposible como convertir la complejidad de las relaciones sociales que conforman la identidad misma del aficionado al fútbol en una mera sucesión de intercambios en el mercado.
Sin lugar a dudas el fútbol ha experimentado, especialmente a lo largo de las tres últimas décadas, un proceso dramático de inmersión en la lógica capitalista de mercado. Sin embargo, este proceso no puede ni podrá eliminar completamente sus componentes esencialmente sociales como manifestación cultural que es. Esto último se hace patente cuando nos encontramos con sucesos como la reacción de la hinchada rayista ante lo que consideran una afrenta a su identidad como afición de clase obrera. Sería difícil en cualquier otro sector económico mercantil puro que un empresario se viera incapaz de contratar a un empleado porque su clientela reaccionara al ver amenazada su propia conciencia como grupo social.
El fútbol ha experimentado, especialmente a lo largo de las tres últimas décadas, un proceso dramático de inmersión en la lógica capitalista de mercado
Pero no sólo en Vallecas se manifiestan estas contradicciones. Sin ir más lejos, esta misma temporada ha habido reacciones de varias aficiones contra decisiones de los propietarios de sus clubes. Decisiones que en la mayoría de los sectores entrarían dentro del ámbito habitual de competencia de los gestores de la empresa y que no encontrarían contestación –o como mucho serían susceptibles de recibir respuesta de los inversores y mercados de valores–, se enfrentan en el fútbol a una tremenda oposición por parte de sus aficiones.
No hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos de esto. Desde hace pocas semanas una inmensa mayoría de aficionados del Atlético de Madrid se están manifestando contra un cambio en el emblema de su club, como lo hicieron hace años contra el cambio de su estadio. En Gijón hace escasos días, multitud de aficionados del Sporting se han pronunciado contra la decisión de sus máximos accionistas de remunerarse por sus servicios. Algo similar a lo que está pasando en el Córdoba CF en que los aficionados protestan airadamente al ver como su propietario ha decidido extraer dividendos del club, en vez de emplearlos en fortalecer su situación económica todavía renqueante tras un proceso concursal. Casos como estos se dan en casi todos los clubes a lo largo de casi todas las temporadas, lo que muestra la tensión evidente entre la secular función social del fútbol y su más reciente inmersión en la lógica mercantil.
Algunos argumentan que estas reacciones de los aficionados son los últimos coletazos de una época en que las aficiones y en especial sus elementos más movilizados, los grupos ultras, ostentaban demasiado poder sobre los dirigentes de sus clubes y que la modernidad consiste en la transformación del fútbol en una rama neutra de la industria del entretenimiento, los clubes en proveedores de ese entretenimiento y los aficionados en consumidores pasivos del mismo. Otros, por el contrario, creemos que esta contradicción que impide la plena conversión del fútbol en una actividad mercantil en el marco del capitalismo neoliberal ha de ser abordada con las adecuadas políticas regulatorias que protejan el componente social del fútbol de la tendencia a arrasarlo todo de la lógica capitalista y su búsqueda permanente de ámbitos de realización de beneficios. De otro modo el choque entre aficiones y empresarios del fútbol será cada vez más marcado.
En otros países, incluso en la muy partidaria del libre mercado Gran Bretaña, hace años que son muy conscientes de esto. Iniciativas como la creación de Supporters Direct, oficina británica de apoyo a los aficionados que quieren participar en sus clubes, creada hace más de una década, o la muy reciente censura aprobada en el Parlamento británico a la Federación de Fútbol por no proteger su deporte de la codicia de los empresarios del sector, son muestras de la reacción de los representantes políticos de todo el espectro ideológico ante los problemas creados por la imposibilidad sociológica de convertir el fútbol en sólo un negocio.
En nuestro país, cuya legislación no contempla ningún cauce de participación formal y estructurada de las aficiones en los clubes y órganos de gobierno del fútbol, el presidente del Consejo Superior de Deportes, José Ramón Lete, acaba de hacer pública la intención del gobierno de acometer el imprescindible cambio legislativo que nuestro deporte necesita. Llegó pues la hora de regularlo, introduciendo los límites necesarios para que su función social no quede sometida bajo la presión de los que quieren convertir nuestro fútbol en sólo un negocio, algo que ya sabemos que es imposible y cuya persecución causa fractura social.
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Emilio Abejón. Secretario General de FASFE.
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Emilio Abejón
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